ESTADO DEL PODER 2017
¿Cambiar de forma radical o no cambiar?
Cultura, poder y activismo en un mundo convulso
Martin Kirk, Jason Hickel y Joe Brewer
“El triunfo de Occidente, de la idea occidental, queda patente ante todo en el agotamiento total de alternativas sistemáticas viables al liberalismo occidental… pero este fenómeno se extiende más allá de la alta política y puede verse también en la imparable expansión de la cultura consumista occidental.”
– Francis Fukuyama (1989) El fin de la historia
“En Occidente hemos construido un precioso gran barco. Tiene todas las comodidades. Pero le falta una cosa: no tiene brújula y no sabe adónde va.”
– Albert Einstein
¡Cuántos cambios pueden darse en un año!
¿No es así?
2016 ha sido el año más tumultuoso que recordamos. Se han escrito mares de tinta tratando de darle sentido y, sin duda, se escribirán muchos más.
Algo en lo que todo el mundo parece coincidir es en que estamos viviendo una especie de punto de inflexión, en el que se están haciendo añicos todas las certezas, está surgiendo un abismo entre la gente y las grandes instituciones que nos gobiernan y se está diluyendo la confianza en cosas que hasta hace poco habían sido inviolables, desde el sistema capitalista a la misma democracia.
Las poblaciones de todo el mundo, desde los Estados Unidos a Italia, pasando por Chile, Sudáfrica e Indonesia, están respondiendo contra una clase política que perciben distante, inhumana y descaradamente egoísta. Este descontento está dando lugar a nuevas constelaciones de poder político, dado que las ciudadanías eligen de forma automática a personas que adoptan una visión crítica hacia los enfoques ortodoxos de la globalización, desde los dos extremos del espectro político.
En resumen, todo el mundo está fascinado por los cambios.
Sin embargo, hay otra manera de leer lo que está sucediendo. Detrás de todas estas transformaciones, la mayoría de las normas y de la lógica que las mueve se mantienen exactamente igual.
En este ensayo, nos acercamos al mundo desde una perspectiva integral del sistema. Esto significa examinar las reglas, leyes, normas y tendencias que afectan a todo el planeta, más que a un país, región o tema en particular.
Al tomar suficiente perspectiva, se hace patente que los dramas de 2016, aunque de vital importancia, no son en absoluto tan profundos como muchos insinúan.
Lo cierto es que la esencia de la lógica del sistema operativo global se mantiene invicto. Hay señales esperanzadoras desde la vanguardia del activismo, pero son tentativas y vulnerables.
Sostenemos que hay que prestar mucha más atención a las dinámicas integrales del sistema, a las reglas más fundamentales del sistema operativo global.
Estamos en una carrera contra el tiempo: contra la extinción masiva de especies, las crecientes desigualdades, el colapso ecológico, etc., y cada día que pasa sin intentar provocar un cambio estructural es un día perdido.
Esta es una historia de poder, pero quizás no del tipo tradicional. Los tipos de poder que nos interesan son las corrientes subyacentes que conforman nuestras vidas en los niveles más profundos.
Para sustentar nuestros argumentos, no solo debemos tomar suficiente perspectiva para ver el sistema planetario en su totalidad, sino también escarbar en las raíces históricas para encontrar las causas de nuestra crisis actual. Porque los acontecimientos que estamos presenciando van más allá de lo político; son culturales. Las emociones y los supuestos que están impulsando toda esta turbulencia expresan creencias y lógicas fundamentales forjadas no durante décadas o siglos, sino durante milenios.
Esta es una historia de poder, pero quizás no del tipo tradicional. Los tipos de poder que nos interesan son las corrientes subyacentes que conforman nuestras vidas que en buena medida no aparecen en los debates políticos al uso. Estas fuerzas danzan a través del tiempo como las burbujas en una lámpara de lava, que se acercan y se separan en un diálogo continuo. Estas son las fuerzas culturales que conforman nuestras vidas en los niveles más profundos.
¿Dónde estamos?
Existe un nivel en el cual las cosas en verdad fluyen. El más importante, con mucho, es la opinión pública.
En este momento, es la gente, no los líderes políticos, quienes están estableciendo el marco del debate, muy a menudo para la consternación y confusión de las clases políticas. Por eso, 2016 fue un año de crisis. Las élites políticas y mediáticas esperaban unos resultados, pero se encontraron con otros. Los electorados de todo el mundo expresaron una profunda insatisfacción con el statu quo para la que las élites políticas no estaban preparadas y para la cual, hasta el momento, no tiene una respuesta coherente.
Esto no significa que las demandas de la ciudadanía sean necesariamente escuchadas, y menos entendidas, y mucho menos atendidas por las élites políticas. Todo lo contrario.
La incapacidad de las clases políticas durante los últimos años para comprender verdaderamente la creciente indignación y desilusión es una de las principales razones por las que la ciudadanía ha empezado a castigar a quienes ven como los intermediarios de este statu quo a través de la disrupción y la disidencia general, como el Brexit en Gran Bretaña y la victoria de Trump en los Estados Unidos. Este fracaso ha transformado cada urna en un potencial polvorín.
La interpretación común de lo que el público está tratando de decir es que la globalización no está funcionando para ellos. Esto es revelador porque, aunque probablemente sea cierto, no es toda la verdad; define el síntoma en términos demasiado restringidos.
La ciudadanía está empezando a mostrar signos de desear cambios que son mucho más profundos que un sabor distinto del capitalismo global. Por ejemplo, si examinamos este gráfico:
Parece que la propia democracia representativa está perdiendo atractivo. El declive es desigual, y no está claro aún qué profundidad o duración tendrá esta tendencia, pero dada su presencia en numerosos países es digna de tenerse en cuenta. Puede que todavía no transmita un rechazo del ideal importante, pero, como apunta el autor del estudio, “las señales de alarma están en rojo“.
Se trata de un arma de doble filo, y muy afilada. Por un lado, es aterrador. Si la democracia se derrumba, hay muchas posibilidades de que sea reemplazada por algo mucho peor. En nuestra desesperación, podemos cometer lo que los médicos llaman un acto iatrogénico, y dar paso a un ‘tratamiento’ que es peor que la enfermedad original.
Hay señales de que esta es una dirección muy probable que podrían tomar algunos países, incluidos los Estados Unidos, donde el presidente electo (en el momento de escribir este artículo), Trump, está nombrando a la administración más procorporativa de la historia, lo que amenaza con agudizar el poder corporativo sobre el poder público; tendencia, por otro lado, examinada en anteriores ediciones del informe Estado del poder.
En términos generales, el auge de la derecha populista (en algunos casos, extrema) en lugares tan diversos como Brasil, Italia y Filipinas no presenta un buen augurio y sugiere que la gente actúa acuciada por el temor, buscando al hombre fuerte que traiga la disciplina y el orden a un mundo que perciben carente de ellos.
Por otra parte, el hecho de que tantas personas parezcan dispuestas a cuestionar las ortodoxias a este nivel brinda una oportunidad alentadora. La cuestión es si se cuestionarán las ortodoxias ‘correctas’.
Para interpretar todo esto necesitamos ser capaces de identificar las creencias culturales subyacentes que sostienen el edificio. Identificarlas nos ayudará a comprender si estamos asistiendo a una reevaluación de creencias básicas que puedan alterar la naturaleza fundamental de nuestro sistema global, o simples corrientes superficiales en un sistema de creencias estable que podemos prever que siga su trayectoria actual.
Y para ello, contrastamos a continuación dos perspectivas culturales muy distintas.
Relato de dos historias
Antes de abordar la cuestión, realizaremos un breve apunte de lo que estamos buscando y por qué.
Lo que tratamos aquí son sistemas adaptativos complejos. Con ello nos referimos a sistemas compuestos de un enorme número de partes diferenciadas y autónomas, interrelacionadas, interdependientes y vinculadas a través de una red densa de interconexiones; estos sistemas se comportan como un todo unificado.
En el nivel más alto, se sitúa el planeta en su conjunto como un único sistema adaptativo complejo; al fin y al cabo, se trata de una sola biosfera. Como estamos aprendiendo a nuestro pesar a través del cambio climático, lo que afecta a una parte del planeta —ya sea una especie, el equilibrio químico de los océanos o la destrucción de una zona de selva tropical—, afecta al conjunto.
Si bajamos un peldaño en la escala, vemos que hay múltiples sistemas dentro del sistema principal. La economía global es una, dentro de la cual hay jerarquías anidadas de economías nacionales. Los sistemas políticos son obviamente inseparables de la economía, y ambos son inseparables del conglomerado complejo de fuerzas al que nos referimos como ‘cultura’.
Para entender el comportamiento de un sistema complejo, debemos entender su lógica interna. Las dos narraciones siguientes nos ayudarán a ello. No son los únicos elementos que podríamos haber utilizado, pero estas ilustran nuestro argumento. Dada su marcada diferencia, cuando las observamos juntas, se pone de manifiesto la forma y estructura de la lógica que buscamos.
Es importante aclarar desde el principio que no se trata, de forma simplista, de que una historia sea mejor que otra, y mucho menos que una sea correcta y otra no. La cuestión es que, al ser capaces de contrastar las dos, logramos un mejor entendimiento del momento presente y de lo que cada una podría ofrecer por sí misma.
El primer relato ha sido denominado ‘de Platón a la OTAN’ por el pensador cultural Kwame Anthony Appiah. Es, con mucho, el más popular, y representa la corriente establecida.
Se reduce a la creencia de que existe un ente tal como la ‘cultura occidental’, con un linaje que se remonta a Platón y la democracia ateniense. En esta narrativa, Occidente es un concepto estático, que se ha mantenido en gran medida inalterado a lo largo de los siglos. Grecia es parte de Occidente en la actualidad, de modo que era, obviamente, parte de Occidente en la Antigüedad, incluso aunque entonces no se denominara Occidente.
Lo importante es que se establece una cohesión natural e inviolable, algo que une a las personas de Europa en una cultura que comenzó en lo que ahora llamamos Europa, que manifiesta de forma distintiva valores ‘europeos’ y que ha estado generando su propia cultura, como si fuera esencialmente independiente, durante 2500 años.
Esta cultura, espontánea e independientemente, nos dio la Ilustración, la Revolución Industrial y, finalmente, el capitalismo; todos ellos regalos para el mundo.i Puede que no fueran regalos perfectos, pero fueron regalos al fin y al cabo; algo que Europa, como entidad cultural, inventó y luego difundió por el mundo a través de las exploraciones, el colonialismo, el imperialismo y el comercio.
En esta historia, la naturaleza de estos sistemas ‘europeos’ maduró lentamente hasta el punto en que, hacia el siglo XX, el mundo entero había adoptado el compromiso europeo con valores tan liberales como la libertad, la igualdad y el Estado de derecho. Aunque puede que sean imperfectas y que tengan algunas aristas afiladas que supongan, aunque de forma involuntaria, que algunas personas se beneficien menos que otras, son en esencia fuerzas civilizadoras que han impulsado el progreso global que ha tenido lugar desde, al menos, el siglo XVI.
La segunda narrativa proviene de una perspectiva muy diferente. Es mucho menos popular, pero se vincula a un nivel más fundamental de la realidad. Nos basamos principalmente en un concepto de los pueblos originarios de Norteamérica, aunque muchas culturas indígenas de todo el mundo comparten una lógica parecida.
Wetiko es una palabra algonquina para un espíritu canibalista. Podríamos concebirlo como una forma-pensamiento o un meme que se mueve impulsado por la codicia, el exceso y el consumo egoísta (en el idioma obijwa se denomina windingo y, en el powhatan, wintiko). Engaña a su anfitrión haciéndole creer que la canibalización de la fuerza vital de los demás (otros en sentido amplio, incluidos los animales y la energía vital de Gaia, el planeta), con el fin de que lograr beneficio para uno mismo, es una forma lógica, sana e incluso moralmente digna de vivir.
Cortocircuita la capacidad del individuo de percibirse como una parte integral e interdependiente de un medio ambiente equilibrado y eleva a la supremacía el yo egoísta. Esto permite —de hecho, impulsa— a la entidad afectada a consumir cualquier cosa y tanto como puede, mucho más allá de lo que necesita, en un espejismo ciego y asesino de autoengrandecimiento.
El autor Paul Levy, en un intento por traducir el concepto a un lenguaje accesible para el público occidental, lo ha denominado ‘egofrenia maligna’: el ego desbocado de la razón y de los límites, que actúa con la lógica malévola de una célula cancerígena.
En su libro clásico Colón y otros caníbales, el historiador y académico nativo americano Jack D. Forbes describe cómo entre muchas comunidades indígenas de Norteamérica era común la creencia de que los colonialistas europeos estaban infectados de una forma tan generalizada y crónica de wetiko que debía de ser una característica definitoria de la cultura de la que procedían.
Para Forbes, mirando la historia de esa cultura, se hacía obvia una conclusión: “Trágicamente, la historia del mundo en los últimos 2000 años es, en gran parte, la historia de la epidemiología de la enfermedad wetiko”.
La cuestión es que la epidemiología de la cultura wetiko ha dejado marcas, y aunque no puede ser tratada como una patología que sigue líneas geográficas o raciales, la cepa cultural que conocemos, y que sustenta el capitalismo consumista contemporáneo, es evidente que muchas de sus raíces más profundas parten de Europa.
Fueron, pese a todo, proyectos europeos —desde la Ilustración a la Revolución Industrial, pasando por el colonialismo, el imperialismo y la esclavitud—, los que desarrollaron la tecnología que abrió los cauces para facilitar la expansión de la cultura wetiko en todo el mundo.
Así, la cultura wetiko nació —aunque no necesariamente en primer lugar o único— en la media luna fértil [de Oriente Medio], se consolidó y maduró en Europa y fue llevada al llamado Nuevo Mundo a través de los comportamientos, gestos, condicionamiento y lenguaje de los exploradores e invasores europeos.
A partir de estas tempranas raíces se desarrollaron las manifestaciones materiales: instituciones, arte y literatura, arquitectura, escuelas, medios de comunicación, empresas y gobiernos: todos los sistemas, las estructuras y las prácticas que componen las sociedades modernas. De esta forma, todos somos herederos del colonialismo wetiko.
Si comparamos las dos narrativas, sus diferencias más importantes son las siguientes:
- La narrativa ‘de Platón a la OTAN’ se refiere, sobre todo, a lo que ha sucedido. Wetiko trata de lo que ha impulsado y guiado lo que ha sucedido.
- La historia de ‘de Platón a la OTAN’ es lineal y materialista. Define el progreso en esos términos, y solo esos términos: un acontecimiento conduce al siguiente en una historia cuyas consecuencias se despliegan de a a b. En términos generales, cada época mejora la anterior, y el avance material y tecnológico es, por definición, progreso. La historia wetiko, por otro lado, asegura que la realidad es más que el mundo material. El progreso está lejos de ser una simple cuestión de desarrollo material y tecnológico. La sucesión de épocas no significa que haya progreso si se abandonan o se deforman principios esenciales.
- ‘De Platón a la OTAN’ separa a los seres humanos de la naturaleza y asume que no solo tenemos el derecho, sino también el deber de dominar el mundo natural a nuestra voluntad. Según wetiko, somos naturaleza, y nuestra capacidad cognitiva y tecnológica no significa que tengamos derecho a dominar la naturaleza y extraer todo su valor para nuestro propio engrandecimiento, sino que tenemos la responsabilidad de cuidarla y dejarla en un estado mejor del que la encontramos. Todos los avances materiales y tecnológicos son inútiles si se destruye el medio ambiente. Por sí mismos, no merecen la etiqueta de ‘progreso’.
- ‘De Platón a la OTAN’ es eurocéntrico. Sus fronteras son geográficas y, en gran medida, étnicas. Esto hace que parezca fácil y correcto asumir hoy que un grupo mayormente inalterado llamado ‘europeos’ son los principales impulsores del progreso global. La historia wetiko, porque es una historia de una forma-pensamiento, se mueve en un marco transcultural mucho más amplio y se remonta a un período de tiempo más antiguo. Identifica Europa como la comunidad de personas y naciones que impulsaron la difusión de una cultura wetiko en todo el mundo, pero no tiene sentido decir que es algo inherentemente europeo, al menos no más del que tendría decir que, como es un concepto de los pueblos originarios de Norteamérica, es ‘su’ pensamiento-forma. Es más exacto decir que se expandió a través de Europa al resto del mundo; una cultura global ‘wetiko-tizada’. Mirado de esta forma, Europa es menos una fuente de progreso que de saqueo y destrucción.
¿Es el sistema capitalista moderno un regalo civilizatorio que los europeos han otorgado al mundo? ¿O es la estructura anfitriona del suicida meme wetiko que está consumiendo poco a poco el planeta?
La embrollada verdad, por supuesto, es que puede ser ambas cosas. El capitalismo puede haber proporcionado grandes beneficios a algunos y , a la vez, haber explotado a otros y saqueado el mundo natural hasta el punto en el que se encuentra ahora, en un momento próximo al suicidio.
Lo que es importante para nuestros propósitos en este momento es la capacidad de acoger a ambos en nuestra mente y ser capaces de evaluar su influencia relativa en el funcionamiento global del sistema.
En otras palabras, ¿en qué medida anida la lógica wetiko en el sistema? y ¿cómo se manifiesta y lo alimenta? ¿Dónde necesitamos templar lo que de otro modo sería una crítica wetiko a pleno pulmón con las acertadas visiones que ofrece la perspectiva ‘de Platón a la OTAN’? Solo entonces podremos tener una visión clara de dónde necesitamos enfocar nuestro poder activista.
Volvamos ahora nuestra atención a un ejemplo práctico de cómo el sistema manifiesta su lógica interna: el crecimiento.
So let’s now turn our attention to a practical example of how the system manifests its internal logic: growth.
El crecimiento del PIB, ¿progreso o locura?
Si hay una idea que ha logrado la condición de hegemonía incuestionable, algo incuestionable en todo el mundo, es la idea de que necesitamos desarrollar eternamente nuestras economías y cada parte de ellas con el fin de mejorar la calidad de la vida humana. Esta idea está tan extendida que la damos prácticamente por hecha, como si fuera una ley natural.
Pero, en realidad, el indicador del Producto Interior Bruto (PIB) fue desarrollado en la década de 1930 por economistas estadounidenses y británicos. Durante la Segunda Guerra Mundial, los Gobiernos interesados en conocer el alcance de la riqueza y los recursos disponibles para sus campañas bélicas adoptaron su uso oficial.
Su origen en tiempo de guerra explica por qué el PIB es tan estrecho de miras, casi violento. Da cuenta de la actividad monetaria, pero no importa si esa actividad es útil o destructiva. Si talas un bosque y vendes la madera, el PIB sube; si pescas hasta el agotamiento de los mares, o se declara una guerra, el PIB sube.
Al PIB no le afectan los costes asociados a esas actividades, siempre que se mueva el dinero. Aún más, el PIB no toma en cuenta actividades útiles que no estén monetarizadas. Si cultivas tu propia comida, limpias tu propia casa o cuidas de tus ancianos padres, al PIB no le influye.
El PIB ejemplifica la lógica wetiko al enfatizar la adquisición material y fomentar un patrón egoísta de consumo creciente en cada sociedad, que lo utiliza como indicador principal del progreso. El PIB es, entonces, un instrumento al servicio del poder.
Al definir el progreso, dirige el poder para dedicarse a más de lo mismo, indefinidamente y, si no se le frena, de forma ilimitada.
El problema es que esta teoría hegemónica del progreso humano está socavando rápidamente las mismas condiciones de nuestra existencia en el planeta. Después de haber perseguido el crecimiento del PIB con una temeridad obcecada en las últimas décadas, ahora nos enfrentamos a un aumento de la presión de la biocapacidad del planeta en más de un 60 % cada año, por lo que estamos superando ampliamente la capacidad del mundo natural para absorber nuestros residuos y reponer los recursos que utilizamos.
Ya no quedan fronteras donde nuevas extracciones no dañen directamente a otras personas, por ejemplo, mediante la degradación de los suelos, la contaminación del agua, el envenenamiento del aire y la explotación de los seres humanos. El crecimiento del PIB está creando más miseria de la que elimina, más ‘enfermeza’ que ‘riqueza’, como lo expresó Herman Daly.
Y todo esto ocurre tan solo en nuestros niveles actuales de actividad económica. El escenario empeora si se piensa en lo que ocurre cuando incorporamos la perspectiva del crecimiento exponencial. Si la economía global crece un 3 % el próximo año, significa agregar 2 billones de dólares estadounidenses al PIB de este año. Para ponerlo en perspectiva, esa cantidad supera el PIB mundial total de 1970.
Basta imaginar todos los automóviles, televisores, hogares, fábricas, barriles de petróleo y todo lo demás que se produjeron en 1970, no solo en Gran Bretaña y los Estados Unidos, sino también en Francia, Alemania, Japón y el resto de los países del mundo. Todo. Retén en tu mente esa montaña de cosas.
The deeper force is the imperative of ever-increasing production and consumption, and this is what lies at the very heart of our culture – less as an addiction than as an unexamined assumption, an unquestioned ideological force.
La fuerza motora es el imperativo del aumento sin fin de la producción y el consumo, y esto es lo que subyace en el corazón de nuestra cultura, no tanto como una adicción, sino como un supuesto asumido acríticamente, una fuerza ideológica que no se cuestiona.
Eso es lo que habría que añadir al año siguiente además de sumar la cantidad que produjimos este año. Y debido a que el crecimiento es exponencial, no lineal, tenemos que agregar aún más el año siguiente, y así sucesivamente hasta el infinito.
Pero estos parámetros del plano político realmente representan solo la superficie del problema. La fuerza motora es el imperativo del aumento sin fin de la producción y el consumo, y esto es lo que subyace en el corazón de nuestra cultura, no tanto como adicción, sino como un supuesto asumido acríticamente, una fuerza ideológica que no se cuestiona.
El asunto es que aunque parezca que se han producido muchos cambios en el último año, o incluso en los últimos 200 años, la profunda lógica wetiko del sistema no ha sido cuestionada.
Las ciudadanías han favorecido a políticos del tipo Donald Trump, Nigel Farage y Narenda Modi con la esperanza de un cambio, pero resulta irónico que entre las opciones políticas posibles, estas sean, precisamente, las más wetikizadas en su sistema de creencias
No es que haya políticos verdaderamente no-wetiko por ahí, en cualquier espacio establecido nacional que conozcamos. Incluso los populistas de izquierda, como Jeremy Corbyn y Bernie Sanders, están muy lejos de cuestionar las raíces de la lógica wetiko del sistema. Sus programas, aunque mucho más progresistas que los de sus homólogos de la derecha, siguen adhiriéndose a la ortodoxia económica básica del crecimiento material perpetuo.
Cuando se mira a través de la lente wetiko, se hace evidente que toda la lucha y la revuelta política de 2016 se debió mayormente a diferencias ideológicas superficiales.
Si lo que hace falta es cambiar la naturaleza wetiko profunda de nuestra economía política global, como creemos que es el caso, debemos reconocer las limitaciones de la política electoral y trabajar para superarlas cambiando el entorno cultural y los supuestos que las definen.
Pirateo cultural: un nuevo enfoque para el cambio
A la luz de lo anterior, abogamos por un enfoque de cambio social que llamamos ‘diseño cultural’ o ‘pirateo cultural’.
Para hacer frente a las amenazas sistémicas de la humanidad en el siglo XXI será necesaria una ‘ciencia del diseño’ para el cambio social intencional, abierta y colaborativa. Los elementos de este enfoque incluyen diversas perspectivas que deberán integrarse tanto en la teoría como en la práctica.
No sugerimos que cada grupo necesite todos los elementos de esta lista, sino una selección, idealmente al menos uno de cada uno de los siguientes apartados, según sus recursos y requerimientos.
- Personas que estudian la visión a largo plazo: antropología, historia cultural, teoría evolutiva, surgimiento y caída de los imperios, cliodinámica (el estudio matemático de la historia) y otros campos relacionados.
- Personas que comprenden las ciencias cognitivas y del comportamiento: lingüística cognitiva, psicología social, neurociencia cognitiva, sociología.
- Personas que entienden la ciencia de los sistemas complejos: dinámicas no lineales, sistemas de mapeo, análisis de causas profundas, ecología, etcétera.
- Personas que viven una visión cultural alternativa desde la médula, por así decirlo, no solo desde la cabeza: pensadores, líderes y activistas indígenas, comunidades poscapitalistas bien asentadas.
Cuando miramos a través de la lente de este tipo de diversidad multidisciplinaria y de las múltiples experiencias empezamos a ver el mundo de diferente manera. En lugar de enmarcar las políticas en cuestiones como la atención de la salud o el cambio climático, empezamos a identificar ‘anclas’ culturales, como el PIB como medida del progreso.
Consideramos que es una tarea de los movimientos sociales del siglo XXI ‘hacer visible lo invisible’ mediante la deconstrucción consciente, el análisis y la reconstrucción de los patrones culturales de significado que conforman los resultados políticos y económicos.
Estas anclas son los conectores fundamentales que expresan la lógica cultural subyacente al sistema y constituyen el ‘sentido común’ de una cultura, los filtros de interpretación no cuestionados que conforman los programas políticos de forma no consciente. Aquí es donde se esconde el poder real y, como siempre, está a plena vista.
Consideramos que es una tarea de los movimientos sociales del siglo XXI ‘hacer visible lo invisible’ mediante la deconstrucción consciente, el análisis y la reconstrucción de los patrones culturales de significado que conforman los resultados políticos y económicos.
Esto requiere una perspectiva sistémica de la cultura. Y solo funciona cuando se apoya directamente en metodologías de investigación rigurosas de las ciencias sociales.
Veamos un ejemplo de adónde puede conducir este tipo de enfoque:
Cuando se lanzaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en 2015, los firmaron y alabaron prácticamente todos los Gobiernos, grandes ONG, corporaciones y organismos de las Naciones Unidas.
Nosotros, en /The Rules, teníamos una opinión diferente. En lugar de ver sus numerosos y loables objetivos, o el hecho de que suponen, en términos tradicionales de política y de proceso, una mejora sensible con respecto a sus predecesores, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), apreciamos que eran más de lo mismo, más de la misma lógica cultural y económica básica que ha generado tanta pobreza y sufrimiento, y que nos ha llevado al borde de la catástrofe climática.
Los veíamos como un retrato de la lógica del progreso material ‘de Platón a la OTAN’, considerada como sinónimo del progreso real. Los ODS, en concreto, se derivan totalmente de la idea del crecimiento del PIB. Todo lo bueno que esperan crear depende de que cada país, del Norte o del Sur, aumente su PIB.
Y son muy específicos respecto a ello: en general, persiguen, como mínimo, un 7 % anual en los países menos desarrollados, y niveles más altos de productividad económica en todos los ámbitos. El objetivo 8 está totalmente dedicado a este fin.
Y así, vimos el momento ODS como una oportunidad para comenzar a cuestionar y deconstruir algunas de las narrativas culturales que sustentan el ‘sentido común’ del desarrollo internacional. Nos fijamos el objetivo de “abrir el espacio mental para la investigación entre profesionales del desarrollo y agentes de cambio que trabajan para hacer frente a las amenazas sistémicas a la humanidad”.
La estrategia constaba de dos partes:
- Debilitar la lógica central del desarrollo al uso, cuestionando sus supuestos y poniendo al descubierto agendas impopulares y ocultas.Hacer preguntas diseñadas para iniciar a la gente en un viaje de aprendizaje para descubrir las causas estructurales de la pobreza y la desigualdad, ampliando así los términos del debate a un nuevo conjunto de argumentos que dieran sentido a estas interpretaciones emergentes.
- Se sustentaba en una teoría del cambio basada en la ciencia de la evolución cultural, que ha constatado que las personas viven dentro de historias que dan sentido a su mundo social, y que arraigan en forma de estructuras y prácticas institucionales, lo que hace difícil desenraizarlas y cambiarlas.
Contar una ‘historia mejor’, por lo tanto, es un proceso que supone hacer que las historias dominantes sean menos coherentes y de más difícil comprensión; ello abre el espacio a nuevos significados que reemplazan a los anteriores cuando quiebran. Nuestra teoría del cambio trata de desafiar la lógica de las narrativas problemáticas y, a la vez, facilitar un proceso de aprendizaje que ayude a crear nuevas historias propias que den sentido al conocimiento y entendimientos adquiridos en el camino.
Telling a ‘better story’ is therefore a process of making the dominant stories less coherent and more difficult to understand, which opens up space for new meanings to fill in where they have broken down. Our Theory of Change is to challenge the logic of the problematic narratives while facilitating a learning process that helps people craft their own new stories that make sense of the knowledge and insights gained along the way.
Las tres preguntas que animamos a formularse a la gente fueron:
¿Cómo se crea la pobreza? ¿De dónde provienen la pobreza y la desigualdad? ¿Cuál es la historia detallada de las acciones y políticas pasadas que contribuyeron a su ascenso rápido en la era moderna? ¿Cuándo se agudizaron estos patrones y de la mano de quién?
¿Quién está desarrollando a quién? La historia del desarrollo a menudo se asume de forma automática o se acepta tácitamente. ¿Cuál es el papel del colonialismo en las primeras etapas del desarrollo occidental? ¿Cómo se conformó la distribución geográfica de la desigualdad de la riqueza? ¿Qué papel tienen en términos funcionales la ayuda exterior, los acuerdos comerciales, el servicio de la deuda y la evasión fiscal en el proceso de desarrollo? Y lo más importante, ¿quién gana y quién pierde?
¿Por qué el crecimiento es la única respuesta? El mantra de que ‘el crecimiento es bueno’ se ha repetido tan a menudo que se ha convertido en sentido común. Sin embargo, sabemos que el PIB aumenta cada vez que estalla una bomba o se produce un desastre. El crecimiento, tal como se ha definido hasta ahora, es más matizado y complejo de lo que nos ha hecho creer este mantra. ¿Por qué la única medida del progreso debe ser el crecimiento (medido en términos monetarios)? ¿Quién se beneficia de esta historia? ¿Qué historias alternativas podrían contarse?
Divulgamos estas cuestiones a través de blogs y artículos. Fueron adaptadas en infografías y vídeos cortos, y trabajamos con una red de periodistas interesados, que los utilizaron como base para la reflexión y el comentario en tantos espacios mediáticos como fue posible.
Nuestra estrategia fue, por supuesto, imperfecta tanto en el diseño como en la ejecución. Pero la intención era correcta, y el nivel de lógica cultural al que apuntaba era bastante acertado, y lo sabemos porque no nos granjeó muchos amigos.
Nos acusaron de actitud negativa, de socavar el duro trabajo de las personas que desarrollaron el marco de los ODS (¡como si esa fuera la cuestión!).
Y por supuesto, nos llamaron ingenuos, porque cuestionar algo como el crecimiento del PIB es como cuestionar el azul del cielo: simplemente no tiene sentido en el mundo ‘real’. Sabemos que el crecimiento del PIB es esencial para unas economías sanas, como sabemos que el desarrollo internacional se centra en desarrollar todos los países en la misma matriz capitalista y consumista. Estas cosas son, simplemente, de sentido común.
De forma reveladora, sin embargo, hay que decir que recibimos una buena cantidad de apoyo privado y extraoficial. Varias personas de ONG, por ejemplo, se pusieron en contacto con nosotros para decirnos cosas como: “Sé que hay que desafiar el crecimiento, pero no podemos hacerlo [desde la organización x], es demasiado radical”.
Con los datos que pudimos recopilar, resulta imposible saber el grado de predominio de estas opiniones, pero parece bastante cierto afirmar que tenemos un largo camino que recorrer antes de que la política al uso desarrolle el deseo o incorpore la imaginación para confrontar la lógica cultural profunda que nos mantiene encerrados en nuestro paradigma actual hacia una casi inminente catástrofe ambiental y varias formas de derrumbe civilizatorio posibles.
Esto no significa que haya dos únicas opciones binarias desde una perspectiva histórica: la perspectiva occidental, racionalista y lineal en la que se basa la lógica profunda a la que nuestras reglas y leyes otorga poder a diario frente a la perspectiva cultural holística.
Lo que sí estamos diciendo es que, si no llegamos a entenderla, estaremos siempre atrapados en la propia lógica que estamos tratando de cambiar.
Piratear la cultura requiere una perspectiva más amplia, que incluya una gama de perspectivas que normalmente no se encuentran en el ámbito del activismo, y que se pone de manifiesto en la complejidad no lineal que es la característica definitoria de la cultura.
Para que logremos un cambio estructural duradero, una nueva generación de activistas armados con las herramientas del pirateo cultural tendrán que deconstruir y desprogramar los modos dominantes de acción y de análisis. Mientras asistimos a todos los cambios en el mundo de los que somos testigo, un campo de batalla crítico serán nuestras propias concepciones de cómo funciona el activismo.
Traducción: Nuria del Viso