Argelia será independiente y los generales terminarán en la basura

La nueva revolución argelina como momento fanoniano

Hamza Hamouchene

Six decades after the death of the revolutionary thinker Frantz Fanon and the publication of his masterpiece The Wretched of the Earth, Algeria is witnessing another revolution, this time against the national bourgeoisie that Fanon railed against in his passionate and ferocious chapter ‘The Pitfalls of National Consciousness’. What would he say about the new Algerian revolution? How might he act in the face of current events? What can we as young Algerians learn from his reflections and experiences? This long read, based on a chapter in the upcoming book ‘Fanon Today: The Revolt and Reason of the Wretched of the Earth’ (Edited by Nigel Gibson, Daraja Press 2021) is an attempt to analyse the 2019-2021 Algerian uprising through a Fanonian lens, trying in this way to shine a light on Fanon’s genius, the timeliness of his analysis, the lasting value of his critical insights and the centrality of his decolonial thought in the revolutionary endeavours of the wretched of the earth.

Durante las revueltas populares en el norte de África y en el oeste de Asia de hace una década (2010-2011), en el marco de la llamada “primavera árabe”, el pensamiento y la praxis de Frantz Fanon demostraron ser más relevantes que nunca. No sólo relevantes, sino perspicaces, ya que nos permiten entender mejor la violencia en el mundo maniqueo en el que vivimos y la racionalidad de la resistencia popular.

Fanon desarrolló su obra escrita en un periodo de descolonización de los países de África y de otros lugares del Sur. Nacido en Martinica y argelino por elección, escribió desde el punto de vista de un revolucionario argelino contra el colonialismo francés y sobre sus experiencias políticas en el continente africano. Cabe preguntarse si sus análisis pueden trascender las limitaciones temporales. ¿Tienen sus ideas una proyección universal? ¿Tenemos algo que aprender de Fanon como intelectual comprometido y pensador revolucionario? ¿O debemos reducirlo a otra de tantas personalidades del período anticolonial, en gran medida irrelevantes para nuestros tiempos “poscoloniales”?

Para mí, como joven activista argelino, el pensamiento dinámico y revolucionario de Fanon sobre la creación, el movimiento y el devenir de la acción política sigue siendo plenamente profético, vívido, inspirador, analíticamente agudo y moralmente comprometido con la desalienación y la emancipación de todas las formas de opresión. Fanon defendió con firmeza y convicción el camino hacia un futuro en el que la humanidad “avanzaría un paso más” y rompería las cadenas impuestas por el colonialismo y el universalismo europeo. En otro sentido, también representa la maduración de la conciencia anticolonial, desarrollada por un pensador decolonial por excelencia. Como verdadera encarnación de l'intellectuel engagé (el “intelectual comprometido”), dejó una muy profunda huella en los debates sobre la raza, el colonialismo, el imperialismo, la alteridad y las diversas formas de opresión.

A pesar de su corta vida (murió a los 36 años a causa de una leucemia), el pensamiento de Fanon es muy rico y recogido en una obra muy prolífica que abarca desde libros y documentos hasta discursos. Escribió su primer libro Piel negra, máscaras blancas (Fanon, 1986) dos años antes de la batalla Dien Bien Phu en Vietnam(1954). Su último libro, el célebre Los condenados de la tierra (Fanon, 1967a), un ensayo canónico sobre la lucha anticolonialista y tercermundista, apareció un año antes de la independencia de Argelia (1962), en el momento en que diversos países africanos conquistaban su independencia. En su trayectoria, podemos ver las interacciones entre la América negra y África, entre el intelectual y el militante, entre el pensamiento/teoría y la acción/práctica, entre el idealismo y el pragmatismo, entre el análisis individual y el movimiento colectivo, entre la psicológía (se formó como psiquiatra) y la lucha física, entre el nacionalismo y el panafricanismo y, finalmente, entre el colonialismo y neocolonialismo (Bouamama, 2017, p140-159).

Fanon murió menos de un año antes de que Argelia obtuviera su independencia, el 5 de julio de 1962. No alcanzó a ver a su país adoptivo libre de la dominación colonial francesa, algo que él creía inevitable. Como intelectual y revolucionario radical se dedicó en cuerpo y alma a la liberación nacional argelina. Su experiencia y su análisis fueron el prisma a través del cual muchos revolucionarios en el extranjero entendieron a Argelia y contribuyeron a convertir al país en sinónimo de revolución del Tercer Mundo. Las ideas de Fanon siempre estuvieron orientadas por la práctica transformadora y han iluminado luchas anticoloniales en todo el mundo, dando forma al panafricanismo e influyendo profundamente en las luchas de los Black Panthers (Panteras Negras) en Estados Unidos.

Fanon escribió: “Cada generación, dentro de una relativa opacidad, tiene que descubrir su misión, cumplirla o traicionarla” (Fanon, 1967a, p166). El reto se está planteando de nuevo estos últimos años, con una explosión de revueltas y levantamientos en todo el mundo que incluye la segunda ola de los levantamientos árabes desde Argelia hasta el Líbano y desde Sudán hasta Irak. Seis décadas después de la publicación de Los condenados de la tierra, su obra maestra, Argelia está siendo testigo de otra revolución, esta vez contra la burguesía nacional contra la que Fanon arremetió en su apasionado y feroz capítulo “Las trampas de la conciencia nacional”.

¿Qué diría él sobre la nueva revolución argelina? ¿Cómo reaccionaría ante los acontecimientos actuales? ¿Qué podemos aprender nosotros, los jóvenes argelinos, de sus reflexiones y experiencias? Este texto es un intento de análisis del levantamiento argelino de los años 2019 y 2020 desde una perspectiva fanoniana, intentando también recuperar el genio de Fanon, la oportunidad de su análisis, el valor duradero de sus percepciones críticas y la centralidad de su pensamiento decolonial.

Alice Walker escribió hace un tiempo que “los pueblos no abandonan a sus genios”, agregando que “si lo hacen, es nuestro deber como artistas y como testigos del futuro recuperarlos por el bien de nuestros hijos, hueso a hueso, si fuera necesario” (Walker, 1983, p92). Esta observación es muy pertinente, ya que las ideas teóricas y la praxis radical de Fanon han estado en gran medida ausentes del pensamiento político argelino en el último medio siglo, por diversas razones que analizaré a continuación.

Pero antes, es necesario hacer un rodeo histórico en torno al periodo colonial para contextualizar su pensamiento y sentar las bases de las críticas de Fanon a la burguesía depredadora contra la que se rebelaron los argelinos de 2019 a 2021.

Fanon y la Argelia colonial

"La opulencia europea es literalmente escandalosa, pues se ha fundado en la esclavitud, se ha alimentado de la sangre de los esclavos y procede directamente del suelo y del subsuelo del mundo subdesarrollado. El bienestar y el progreso de Europa se han construido con el sudor y los cadáveres de los negros, los árabes, los indios y las razas amarillas."
Fanon: Los condenados de la tierra

"De manera muy concreta, Europa se ha atiborrado del oro y las materias primas de los países coloniales: América Latina, China y África. De todos estos continentes, bajo cuyos ojos Europa levanta hoy su torre de opulencia, han salido durante siglos hacia esa misma Europa diamantes y petróleo, seda y algodón, madera y productos exóticos. Europa es literalmente la creación del Tercer Mundo. La riqueza que la asfixia es la que robó a los pueblos subdesarrollados."
Fanon: Los condenados de la tierra

La lucha por la independencia argelina contra los colonialistas franceses fue una de las revoluciones antiimperialistas más inspiradoras del siglo XX. Se enmarca en la ola de descolonización que comenzó tras la Segunda Guerra Mundial en India, China, Cuba, Vietnam y muchos países de África. Se inscribe en el espíritu de la Conferencia de Bandung y en la era del “despertar del Sur”, un Sur sometido durante décadas (132 años, en el caso de Argelia) a la dominación imperialista y capitalista bajo diversas formas, desde los protectorados hasta las colonias de colonos.

El periodo colonial se resume en expropiaciones, proletarización, sedentarización forzada, explotación pura y dura y violencia brutal. Frantz Fanon describió minuciosamente los mecanismos de violencia puestos en marcha por el colonialismo para someter a los pueblos oprimidos. Escribió: “El colonialismo no es una máquina de pensar, ni un cuerpo dotado de facultades de razonamiento. Es la violencia en su estado natural” (Fanon, 1967a, p48). Según él, el mundo colonial es un mundo maniqueo, que llega a su conclusión lógica y “deshumaniza al nativo, o para hablar claro, lo convierte en un animal” (Fanon, 1967a, p32).

Lo que siguió a la declaración de la guerra de independencia, el 1 de noviembre de 1954, fue una de las guerras más largas y sangrientas del período de descolonización, en la que participaron masivamente los pobres del campo y las clases populares urbanas más marginalizadas (el llamado “lumpenproletariado”, en términos marxistas). Las estimaciones oficiales afirman que un millón y medio de argelinos murieron en la guerra de ocho años que terminó en 1962, una guerra que se convirtió en los cimientos de la política argelina moderna.

Al llegar al hospital de Blida ,en 1953, Fanon se dio cuenta rápidamente de que la colonización, en esencia, era una máquina productora de locura, y de ahí la necesidad de los hospitales psiquiátricos. Para él, la colonización era una negación sistemática del otro y un rechazo frenético de cualquier atributo de humanidad al oprimido. A diferencia de otras formas de dominación, aquí la violencia era total, difusa, permanente y global. Tratando a la vez a los torturadores y a las víctimas, Fanon no pudo escapar a esta violencia total. Esta situación motivó su dimisión en 1956 y su decisión de unirse al Frente de Liberación Nacional (FLN). Escribió: “El árabe, alienado permanentemente en su país, vive en un estado de absoluta despersonalización”. Añadió que la guerra de Argelia fue “una consecuencia lógica de un intento frustrado de descerebrar a un pueblo” (Khalfa y Young, 2018, p434). Se le ha acusado, injusta y erróneamente, de ser el profeta de la violencia. Lo que hizo fue sólo describir y analizar la violencia del sistema colonial.

Para Fanon, la ideología colonial se apoya en la afirmación de la supremacía blanca y su corolario de misión “civilizadora”. El resultado fue el surgimiento de los indigènes évolués (los “nativos evolucionados”) y del deseo de ser blanco, un deseo que no es más que una desviación existencial. Sin embargo, este deseo tropieza con el carácter desigual del sistema colonial que asigna lugares en función del color de la piel.

En su libro Piel negra, máscaras blancasFanon analizó la alienación cultural de los colonizados/racializados y su reflejo en los comportamientos y la identidad. Sostenía que eran el resultado de una dominación duradera basada en la explotación económica. Tarde o temprano, esta situación insostenible desencadenaría un proceso de desalienación, resistencia y emancipación. A lo largo de su trabajo profesional y de sus escritos militantes, desafió los enfoques y discursos culturalistas y racistas dominantes sobre los nativos, como el llamado “síndrome norteafricano”: la percepción negativa de los árabes como perezosos, mentirosos, tramposos, ladrones, etc. (Fanon, 1967b, p3-16). Propuso una interpretación materialista, situando los síntomas, los comportamientos, el odio a sí mismo y los complejos de inferioridad en la vida de opresión y la realidad de las relaciones coloniales desiguales. Por lo tanto, la solución que propuso era actuar para cambiar radicalmente las estructuras sociales.

Fanon tenía grandes esperanzas y creía firmemente en la Argelia revolucionaria. Su esclarecedor libro Un colonialismo moribundo (Fanon, 1965; titulado originalmente en francés L'An Cinq de la Révolution Algérienne)da fe de ello y muestra cómo la liberación no era entendida como un regalo. La revolución es entendida como la acción transformadora de las masas. Fanon sostuvo con mucha convicción que, para las masas, la forma más elevada de cultura ­–es decir, de progreso– significaba resistir a la dominación y la penetración imperialistas. Para Fanon, la revolución es un proceso transformador que creará “almas nuevas”.1 Por esta razón, Fanon concluyó su libro, escrito en 1959, con estas palabras: “La revolución en profundidad, la verdadera, precisamente porque cambia al hombre y renueva la sociedad, ha alcanzado una fase avanzada. Este oxígeno que crea y da forma a una nueva humanidad también es la revolución argelina” (Fanon, 1965, p181).

La independencia y la bancarrota de las élites gobernantes poscoloniales

Por desgracia, la revolución argelina y su intento de romper con el sistema imperialista-capitalista fueron derrotados, tanto por las fuerzas contrarrevolucionarias como por sus propias contradicciones. La revolución albergó las semillas de su propio fracaso desde el principio: fue un proyecto verticalista, autoritario y altamente burocrático (aunque con algunas funciones redistributivas que mejoraron significativamente la vida de la gente). Por ejemplo, las experiencias creativas de los años sesenta y setenta, basadas en iniciativas de los trabajadores y la autogestión, fueron socavadas por una burocracia estatal paralizante que no consiguió implicar realmente a los trabajadores en el control de los procesos de producción. Esta falta de democracia fue concomitante con el ascenso de una burguesía compradora que era hostil al socialismo y se oponía firmemente a una auténtica reforma agraria (Bennoune, 1988). En la década de 1980, la contrarrevolución neoliberal global fue el clavo ardiente que inició una era de desindustrialización y de políticas favorables al mercado, a expensas de las clases populares de Argelia. Los dignatarios de la nueva ortodoxia neoliberal declararon que todo estaba en venta y abrieron el camino a la privatización masiva.

La obra de Fanon, escrita hace seis décadas, sigue teniendo un poder profético como descripción precisa de lo que ocurrió en Argelia y en otros países. Al leer las palabras de Fanon, especialmente las centradas en “las trampas de la conciencia nacional”, uno no puede evitar quedar absorto y estremecido. Fanon predijo la bancarrota y la esterilidad de las burguesías nacionales de África y el llamado Oriente Medio en la actualidad; burguesías que tienden a sustituir la opresión y la explotación coloniales por un nuevo sistema de clases que reproduce las viejas estructuras.

En la década de 1980, la burguesía nacional argelina, al igual que las de otras partes del mundo, había prescindido de la legitimidad popular y dado la espalda a las realidades de la pobreza y el subdesarrollo, preocupada solo por llenar sus propios bolsillos y exportar los enormes beneficios que obtenía de la explotación de su pueblo. Esta burguesía parasitaria e improductiva (civil y militar) ha tenido la sartén por el mango en la gestión de los asuntos del Estado y de la economía para satisfacer sus propios intereses. Esta élite es la mayor amenaza para la soberanía de la nación, ya que está vendiendo las riquezas del país al capital extranjero y a las multinacionales, mientras coopera con el imperialismo en su “guerra contra el terrorismo”, otro pretexto para profundizar la dominación del pueblo y la expoliación de los recursos. La burguesía nacional argelina, estrechamente vinculada al partido gobernante, el FLN, renunció al proyecto de desarrollo autónomo iniciado en los años sesena y setenta y ni siquiera negoció concesiones que habrían sido valiosas para la economía del país. En su lugar, ofreció una concesión tras otra, con privatizaciones ciegas y proyectos que han socavado la soberanía del país y han puesto en peligro a la población y el medio ambiente, por ejemplo en la explotación del gas de esquisto y de los recursos marinos (Hamouchene y Rouabah, 2016).

Esto es lo que ha sucedido en Argelia, con el dinero del petróleo utilizado para comprar la paz social2 y fortalecer el aparato represivo del Estado, como Fanon temía. El hecho de que su visión y su forma de decir la verdad fueran –y sigan siendo– impopulares para la clase dominante es una de las razones por las que hoy le marginan e intentan reducir su importancia, presentándole como una de tantas figuras del período anticolonial e ignorando su incandescente ataque a la estupidez y a la pobreza intelectual y espiritual de las burguesías nacionales.

Como argumentó Edward Said (1994), el verdadero genio profético de Los condenados de la tierra se expresa en la división entre la burguesía nacionalista y las tendencias liberacionistas del FLN. Fanon advirtió que el nacionalismo ortodoxo seguía el mismo camino labrado por el imperialismo, que mientras parecía conceder autoridad a la burguesía nacionalista, en realidad estaba extendiendo su hegemonía.

En la actualidad, Argelia –pero también Túnez, Egipto, Nigeria, Senegal, Ghana, Gabón, Angola y Sudáfrica, entre otros países– sigue los dictados de los nuevos instrumentos del orden imperial, como el FMI, el Banco Mundial, y negocia su entrada en la Organización Mundial del Comercio. Algunos países africanos siguen utilizando el franco CFA (rebautizado como Eco en diciembre de 2019), una moneda heredada de los tiempos del colonialismo y que sigue bajo el control del Tesoro francés. Fanon se habría revuelto ante esta tremenda insensatez and sheer mindlessness.

Fanon predijo esta terrible situación y el chocante comportamiento de la burguesía nacional cuando señaló que su misión no tiene nada que ver con la transformación de la realidad nacional, sino que consiste en “ser la correa de transmisión entre la nación y el capitalismo, rampante aunque camuflado, que hoy se pone la máscara del neocolonialismo” (Fanon, 1967a, p122). Aquí es donde podemos apreciar el valor duradero las percepciones críticas de Fanon, al introducir la cuestión de las clases sociales y describer la realidad poscolonial contemporánea, una realidad moldeada por el neocolonialismo y una burguesía nacional “descaradamente antinacional”, además de “estúpida y despreciable” (Fanon, 1967a, p121).

Fanon se habría escandalizado por la actual división internacional del trabajo, en la que los africanos seguimos exportando materias primas y continuamos “siendo los pequeños agricultores de Europa especializados en productos inacabados” (Fanon, 1967a, p122). Las clases dominantes de Argelia han atrapado al país en un modelo de desarrollo extractivista y depredador en el que los beneficios se acumulan en manos de una minoría respaldada por el extranjero a costa de la desposesión de la mayoría de la población (Hamouchene, 2019).

La racionalidad de la rebelión: El Hirak y la nueva revolución argelina

La triste realidad contemporánea que Fanon describió y contra la que advirtió hace seis décadas no deja lugar a dudas de que, si hoy el siguiera vivo, estaría enormemente decepcionado por el resultado de sus esfuerzos y los de otros revolucionarios. Tenía mucha razón al alertar sobre la rapacidad y la división de las burguesías nacionales y los límites del nacionalismo convencional.

Sin embargo, Fanon nos sugiere que el escandaloso enriquecimiento de esta casta especuladora irá acompañado de “un despertar decisivo de los pueblos y el desarrollo de una conciencia creciente que anticipa días tormentosos por venir” (Fanon, 1967a, p134). Así que podemos ver que la idea o el concepto de Fanon sobre la racionalidad de la revuelta y la rebelión se puso de manifiesto con la segunda ola de levantamientos árabes y otras protestas masivas en todo el mundo de 2019 a 2021. Las masas populares de todos estos países se rebelaron contra la violencia de los regímenes que les ofrecían creciente pauperización y marginación para asegurar el enriquecimiento de unos pocos a costa y condena de la mayoría.

Los argelinos rompieron el muro del miedo y decidieron romper con un proceso de alienación que los había infantilizado y aturdido durante décadas. Irrumpieron en la escena política, descubrieron su propia voluntad y comenzaron de nuevo a hacer historia. Desde el viernes 22 de febrero de 2019, millones de personas, jóvenes y mayores, hombres y mujeres de diferentes clases sociales se levantaron en una rebelión trascendental. Las históricas marchas de los viernes, seguidas de las protestas de los sectores profesionales, unieron a la gente en su rechazo al sistema gobernante y sus demandas de un cambio democrático radical. “¡Tienen que irse todos! (Yetnahaw ga'), “El país es nuestro y haremos lo que queramos” (Lablad abladna oundirou rayna), dos eslóganes emblemáticos de este levantamiento hasta ahora pacífico, simbolizan la evolución radical de este movimiento popular (Al Hirak Acha'bi). La revuelta fue provocada por el anuncio del presidente en funciones hasta abril de 2019, Abdelaziz Buteflika, de que se presentaría a un quinto mandato a pesar de estar incapacitado, padecer afasia y al margen de la vida pública.

El pueblo de Argelia se rebeló no sólo para exigir democracia y libertad, sino también para exigir pan y dignidad, contra las condiciones socioeconómicas opresivas en las que había vivido durante décadas. Se levantó para desafiar las geografías maniqueas del opresor y el oprimido (tan bien descritas por Fanon en Los condenados de la tierra), geografías que les imponía el sistema capitalista-imperialista globalizado y sus lacayos locales.

Los acontecimientos que tuvieron lugar en Argelia durante 2019 - 2021 han sido verdaderamente históricos. Este movimiento (Hirak) es único por su enorme escala, su carácter pacífico, su difusión nacional –incluso en el marginalizado sur del país– y la participación masiva de mujeres y jóvenes, que constituyen la mayoría de la población argelina. Este tipo de movilización no se había visto desde 1962, cuando los argelinos salieron a las calles para celebrar su duramente ganada independencia del dominio colonial francés.

Esta revolución es como un soplo de aire fresco. El pueblo ha afirmado su papel de agente de su propio destino. Podemos utilizar las palabras exactas de Fanon para describir este fenómeno: “La tesis de que los hombres cambian al mismo tiempo que cambian el mundo nunca se ha manifestado como ahora en Argelia. Esta prueba de fuerza no sólo remodela la conciencia que el hombre tiene de sí mismo, y de sus antiguos dominadores o del mundo, por fin a su alcance. La lucha a diferentes niveles renueva los símbolos, los mitos, las creencias, la capacidad de respuesta emocional del pueblo. Asistimos en Argelia a la reafirmación del hombre en su capacidad de progreso” (Fanon, 1965, p30).

Quizá uno de los mayores logros de la actual revuelta popular sea el cambio de conciencia política y la determinación de luchar por un cambio democrático radical. Este proceso liberador desató una cantidad inigualable de energía, confianza, creatividad y subversión.

Después de tres décadas con una sociedad civil reprimida, con toda disidencia silenciada y una oposición atomizada, el hecho de que el movimiento social haya crecido con fuerza durante más de un año, sin retroceder ni ceder, es realmente notable e inspirador. El Hirak consiguió desenredar las redes de engaño desplegadas por la clase dominante y su maquinaria de propaganda. Asimismo, la evolución de sus consignas, cánticos y formas de resistencia es demostrativa de procesos conexos de politización y educación popular. La reapropiación de los espacios públicos creó una especie de ágora en la que la gente discute, debate, intercambia opiniones, habla de estrategias y perspectivas, se critica mutuamente o simplemente se expresa de muchas maneras, incluyendo el arte y la música. Esto ha abierto nuevos horizontes para resistir y construir juntos.

La producción cultural adquirió otro sentido porque se asoció a la liberación y se consideró una forma de acción política y de solidaridad. Lejos de las producciones folclóricas y estériles patrocinadas por las élites autoritarias, asistimos en cambio a una cultura que habla al pueblo y hace avanzar su resistencia y sus luchas a través de la poesía, la música, el teatro, los dibujos animados y el arte callejero. Una vez más, vemos las ideas de Fanon en su teorización de la cultura como forma de acción política: “Una cultura nacional no es folclore, ni un populismo abstracto que cree poder descubrir la verdadera naturaleza del pueblo. No se compone de la escoria inerte de acciones baldías, es decir, de acciones cada vez menos apegadas a la realidad siempre presente del pueblo... Es en torno a las luchas del pueblo que la cultura afro-negra toma cuerpo, y no en torno a las canciones, los poemas o el folclore” (Fanon, 1967a, p188-189).

La lucha por la descolonización continúa

"Muchos pueblos colonizados han exigido el fin del colonialismo, pero rara vez como el pueblo argelino."
Frantz Fanon: Descolonización e independencia

Dejando a un lado las discusiones, en gran medida semánticas, sobre si se trata de un movimiento, un levantamiento, una revuelta o una revolución, se puede afirmar con certeza que lo que está teniendo lugar en Argelia hoy es un proceso de transformación, preñado de potencial emancipador. La evolución del movimiento y sus reivindicaciones, concretamente en torno a la “independencia”, la “soberanía” y el “fin del saqueo de los recursos del país”, son terreno fértil para las ideas anticoloniales, anticapitalistas, antiimperialistas e incluso ecológicas. Esto puede abrir el camino a lucha progresistas mediante la movilización de diversas fuerzas sociales: trabajadores (formales e informales), campesinos, jóvenes desempleados, masas populares, etc.

Los argelinos están estableciendo un vínculo directo entre su lucha actual y la lucha contra el colonialismo francés de los años cincuenta, considerando sus esfuerzos como la continuación de la descolonización. Al cantar “los generales al cubo de la basura” y “Argelia será independiente”, están desenmascarando la vacua narrativa oficial en torno a la gloriosa revolución y revelando que ha sido utilizada descaradamente por la burguesía antinacional para perseguir escandalosamente el enriquecimiento personal. Se trata, sin duda, de un segundo momento fanoniano en el que la gente pone al descubierto la situación neocolonial en la que se encuentra el país y subraya una característica única de este levantamiento popular: su arraigo en la lucha anticolonial contra la dominación francesa.

Los argelinos recuperan así sus credenciales revolucionarias y reafirman su deseo de ser los verdaderos herederos de los mártires que sacrificaron su vida por la liberación del país. Los eslóganes y los cánticos han recogido este deseo y han hecho referencia a veteranos de la guerra anticolonial como Alí La Pointe, Amirouche, Ben Mhidi y Abane: “¡Oh Alí [la pointe], tus descendientes no pararán hasta arrancar su libertad!” y “¡Somos los descendientes de Amirouche y nunca volveremos atrás!”.

Queda claro que el colonialismo que Fanon analizó hace seis décadas no ha desaparecido. Por el contrario, se ha metamorfoseado, camuflándose en formas y mecanismos sofisticados: la deuda; los programas de ajuste estructural; los tratados de “libre comercio”; los acuerdos de asociación con la Unión Europea; el extractivismo depredador; el acaparamiento de tierras; el agronegocio; las leyes de inmigración y las fronteras mortales; la intervención “humanitaria” y la responsabilidad de proteger; la cooperación internacional y el desarrollo; el racismo y la xenofobia; etc. Todas ellas constituyen formas de dominación y control desplegadas para salvaguardar los intereses de los poderosos.

La lucha por la descolonización cobra nuevos bríos cuando los argelinos reclaman la soberanía popular y económica que les fue negada cuando se logró la independencia formal en 1962. Fanon tuvo una premonición al respecto cuando escribió: “Los pueblos que al principio de la lucha habían adoptado el maniqueísmo primitivo del colono –negros y blancos, árabes y cristianos– se dan cuenta a medida que avanzan de que a veces sucede que se tienen negros más blancos que los blancos y que la esperanza de una nación independiente no siempre tienta a ciertos estratos de las poblaciones a renunciar a sus intereses o privilegios” (Fanon, 1967a, p115).

Contrarrevolución: el papel reaccionario del ejército

Como en toda revolución, las fuerzas contrarrevolucionarias se han movilizado para bloquear el cambio. La campaña contrarrevolucionaria en Argelia cuenta con el apoyo del extranjero. A nivel regional, los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y Egipto están utilizando su dinero e influencia para aplastar las olas de revuelta potencialmente contagiosas en la región. A nivel mundial, Francia, Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Rusia y China, junto con sus principales empresas, al ver una amenaza potencial para sus intereses económicos y geoestratégicos, apoyan al régimen argelino.

Los tiempos de revoluciones y levantamientos populares también pueden ser tiempos de afianzar políticas económicas impopulares y extender más concesiones a los inversores extranjeros. La ley presupuestaria de 2020 y la nueva ley de hidrocarburos favorable a las multinacionales son ilustrativas (Rouabah, 2019). Por lo tanto, no podemos apreciar plenamente la situación política de Argelia sin escudriñar las influencias e injerencias extranjeras y aprehender la cuestión económica desde el ángulo del acaparamiento de recursos naturales, el (neo)colonialismo energético y el extractivismo (Hamouchene, 2019).

En el plano político, la contrarrevolución ha sido encarnada por la jerarquía militar. El ejército no ha disparado ninguna bala hasta ahora, pero ha seguido justificando diversas medidas represivas. Desde la independencia en 1962, Argelia ha sido gobernada por un régimen militar, directa o indirectamente. La militarización de la sociedad ha creado una cultura del miedo y la desconfianza. La brutal represión de las pasadas revueltas y la crueldad de la guerra de los años noventa explican la reticencia del movimiento popular a enfrentarse directamente al ejército.

La burguesía militar sigue proclamando que la “vocación de su gente es obedecer, seguir obedeciendo y ser obediente hasta el fin de los tiempos” (Fanon, 1967a, p135). Fanon ya había advertido que es un ejército que “inmoviliza y aterroriza al pueblo” (Fanon, 1967a, p140). Sin embargo, a pesar de que el alto mando militar rechaza todas las hojas de ruta y los llamamientos al diálogo genuino propuestos por el movimiento, el pueblo sigue decidido a desmilitarizar pacíficamente su república. Han coreado: “Una república, no un cuartel militar”. Tras el derrocamiento de Buteflika, las manifestaciones continuaron en oposición a los militares, que han mantenido la autoridad de facto sobre el país.

"En estos países pobres y subdesarrollados, donde la regla es que la mayor riqueza está rodeada de la mayor pobreza, el ejército y la policía constituyen los pilares del régimen; un ejército y una policía que están asesorados por expertos extranjeros. La fuerza de la policía y el poder del ejército son proporcionales al estancamiento en el que está sumido el resto de la nación. A fuerza de préstamos anuales, las concesiones son arrebatadas por los extranjeros; los escándalos son numerosos, los ministros se enriquecen, sus esposas se engalanan, los diputados se enriquecen y no hay un alma hasta el simple policía o el aduanero que no se sume a la gran procesión de la corrupción." (Fanon, 1967a, p138)

Este pasaje de Los condenados de la tierra escrito con mucha rabia es un retrato bastante exacto de la situación actual en Argelia y en muchos países africanos, donde la represión y la supresión de las libertades son la norma ­–con la ayuda, por supuesto, del poder extranjero– y donde las élites codiciosas institucionalizan la corrupción y sirven a intereses foráneos. Uno de los lemas emblemáticos del actual levantamiento ha sido muy elocuente en este sentido: “Habéis devorado el país... ¡Oh, ladrones!”.

Los argelinos saben de lo que son capaces los militares y, a pesar del trauma de la “década negra” (la guerra civil de los años 90), siguen insistiendo con valentía: “¡Un Estado civil, no militar!”. De este modo, el sistema argelino queda expuesto como lo que es: una dictadura militar que se esconde tras una fachada “democrática”.

Lucha de clases, organización y formación política

"En poco tiempo este continente será liberado. Por mi parte, cuanto más me adentro en las culturas y los círculos políticos, más seguro estoy de que el gran peligro que amenaza a África es la ausencia de ideología."
Frantz Fanon: “Esta África que viene'”

"Todo este balance de la situación, esta iluminación de la conciencia y este avance en el conocimiento de la historia de las sociedades sólo son posibles en el marco de una organización y dentro de la estructura de un pueblo."
Fanon: Los condenados de la tierra

A pesar de las adversidades y de los esfuerzos del Estado por dividirlo, cooptarlo y agotarlo, el Hirak ha mantenido una unidad y una paz ejemplares. Esto se demostró en varios eslóganes como: “Los argelinos somos hermanos, el pueblo está unido, traidores”.

El movimiento está dirigido por jóvenes y organizado de forma relativamente imprecisa. No hay líderes claramente identificables ni estructuras organizadas que lo impulsen. Se trata de un levantamiento popular que moviliza fuerzas de masas de las clases medias y de las clases marginadas de las zonas urbanas y rurales. A diferencia de Sudán, donde la Asociación Profesional Sudanesa desempeñó un papel de liderazgo y organización, en Argelia la organización se realiza de forma horizontal y principalmente a través de las redes sociales. La huelga general de las primeras semanas de la sublevación, que fue decisiva para forzar la abdicación de Buteflika y sacudir las alianzas dentro de la clase dirigente, se organizó de forma espontánea a partir de convocatorias anónimas en las redes sociales. Estas dinámicas y movimientos amorfos, no estructurados y sin líderes, son extremadamente vulnerables. Si bien pueden generar grandes movilizaciones interclasistas y no son un objetivo fácil para la represión, o para la cooptación de líderes, manifiestan sin embargo debilidades fatales a largo plazo.

Pero, ¿qué puede enseñarnos Fanon en materia de lucha de clases y de organización?

La lucha de clases es fundamental en el análisis de Fanon. El marxista libanés Mahdi Amel, al analizar las ideas fanonianas sobre cómo la praxis revolucionaria se diferencia y cambia de significado y dirección después de la independencia, escribe: “Mientras que [la violencia revolucionaria] era antes de la independencia, esencialmente una lucha nacional, después de la independencia se convierte en una verdadera lucha de clases”, a través de la cual las masas descubren su verdadero enemigo: la burguesía nacional (Hamdan, 1964a). Así, de un nivel estrictamente nacional, la lucha pasa a un nivel socioeconómico de lucha de clases. Fanon nos instaba a pasar de una conciencia nacional a una conciencia social y política: “Si el nacionalismo no se hace explícito, si no se enriquece y profundiza mediante una transformación muy rápida en una conciencia de las necesidades sociales y políticas, es decir, en un humanismo, conduce a un callejón sin salida” (Fanon, 1967a, p165).

Sin embargo, Fanon nos invita a “estirar el marxismo” como forma de entender las particularidades del capitalismo en el mundo colonial y poscolonial. Tomando prestadas las palabras de Immanuel Wallerstein, Fanon “se había rebelado con fuerza contra el marxismo osificado de los movimientos comunistas de su época”, afirmando una versión revisada de la lucha de clases que rompía con el dogma de que el proletariado urbano e industrial es la única clase revolucionaria contra la burguesía (Wallerstein, 2009). Fanon pensó en el campesinado y el lumpenproletariado urbanizado como candidatos más fuertes para el papel de sujeto histórico revolucionario en la Argelia colonial. Y aquí, Fanon se encuentra con Ernesto Che Guevara cuando ambos señalan que, en los países colonizados, la revolución comienza en las zonas rurales y se traslada a las ciudades. La lanza el campesinado, que abraza al proletariado, y no al revés, como en el caso de los países capitalistas europeos, e incluso socialistas (Hamdan, 1964b).

En pocas palabras, la lucha de clases es esencial siempre que identifiquemos claramente las clases que luchan. En este sentido, es crucial determinar las clases revolucionarias (y sus alianzas) en el actual levantamiento. Tenemos que ir más allá del “obrerismo” y abrazar una concepción mucho más amplia del proletariado en sus expresiones contemporáneas, a saber, la juventud desempleada, los trabajadores urbanos/rurales, los trabajadores informales, los campesinos, etc. Son estas clases las que no tienen nada que perder sino sus cadenas, lo que las hace potencialmente revolucionarias.

En su capítulo “La espontaneidad: sus puntos fuertes y débiles” en Los condenados de la tierra, Fanon expresó su preocupación por el hecho de que si el lumpen-proletariado se queda solo, sin estructura organizativa, se quemará (Wallerstein, 2009). Para evitarlo y cerrar el paso a la burguesía parasitaria que sigue gobernando en Argelia, Fanon probablemente diría: “No hay que permitir que la burguesía encuentre las condiciones necesarias para su existencia y su crecimiento”. En otras palabras, el esfuerzo combinado de las masas dirigidas por un partido y de los intelectuales altamente conscientes y armados con principios revolucionarios debería cerrar el camino a esta inútil y dañina clase media” (Fanon, 1967a, p140).

Fanon también nos repetiría una importante observación que hizo sobre algunas revoluciones africanas, y es que su carácter unificador deja al margen cualquier pensamiento de una ideología sociopolítica sobre cómo transformar radicalmente la sociedad. Esta es una gran debilidad de la que estamos siendo testigos una vez más con la nueva revolución argelina. El nacionalismo no es una doctrina política, ni un programa, como ya lo había advertido Fanon al plantear la necesidad de un partido político revolucionario (o quizás un movimiento social organizado) que pueda llevar adelante las demandas de las masas, un partido/estructura que eduque políticamente al pueblo, que sea “una herramienta en manos del pueblo” y que sea el portavoz enérgico y el “defensor incorruptible de las masas” (Fanon, 1967a, p163. La conformación de tipo de partido requiere en primer lugar abandonar la noción burguesa de elitismo y “la actitud despectiva de que las masas son incapaces de gobernarse a sí mismas” (ibid, p151).

Fanon aborrecía el discurso elitista sobre la inmadurez de las masas y afirmaba que en la lucha, las masas se ponen a la altura de los problemas que se les plantean. Por lo tanto, es importante que sepan hacia dónde van y por qué. Nigel Gibson articuló elocuentemente este punto de vista con estas palabras: “para Fanon, el ‘nosotros’ era siempre un ‘nosotros’ creativo, un ‘nosotros’ de acción y praxis política, de pensamiento y de razonamiento” (Gibson, 2011). Para él, la nación no existe sino en un programa sociopolítico y económico “elaborado por los líderes revolucionarios y asumido con plena comprensión y entusiasmo por las masas” (Fanon, 1967a, p164).

Desgraciadamente, lo que vemos hoy en día en África es la antítesis de lo que Fanon defendía firmemente. Vemos la estupidez de las burguesías antidemocráticas encarnada en sus dictaduras tribales y familiares, que prohíben al pueblo, a menudo con la fuerza bruta, participar en el desarrollo de su país, y fomentan un clima de inmensa hostilidad entre gobernantes y gobernados. Fanon, en su conclusión de Los condenados de la tierra, sostiene que hay que elaborar nuevos conceptos a través de una educación política permanente, enriquecida por la lucha de masas. Para él, la educación política no consiste simplemente en discursos políticos, sino en “abrir las mentes” del pueblo, “despertarlas y permitir el nacimiento de su inteligencia” (Ibid, p159). Si la construcción de un puente no enriquece la conciencia de los que trabajan en él”, entonces, según Fanon, “no debería construirse y los ciudadanos pueden seguir cruzando el río a nado o en barco” (ibid, p162).

Este es quizás uno de los mayores legados de Fanon. Su visión radical y generosa es tan refrescante y arraigada en las luchas cotidianas del pueblo que abre espacios para nuevas ideas e imaginaciones. Para él, todo depende de las masas, de ahí su idea de intelectuales radicales comprometidos en y con los movimientos populares y capaces de idear nuevos conceptos en un lenguaje no técnico y no profesional. Del mismo modo que, para Fanon, la cultura tiene que convertirse en una cultura de lucha, también la educación debe convertirse en una liberación total (Gibson, 2011). Esto es lo que debemos tener en cuenta cuando hablamos de la educación en las escuelas y universidades. La educación decolonial, en un sentido fanoniano, es una educación que ayuda a crear una conciencia social y política. El militante o el intelectual, por lo tanto, no debe tomar atajos en nombre de hacer las cosas, ya que esto es inhumano y estéril. Se trata de venir y pensar juntos, que es la base de la sociedad liberada.

La sombra de Fanon: la nueva revolución argelina y Black Lives Matter

"Nos vamos. Nuestra misión: abrir el frente sur. Transportar armas y municiones desde Bamako. Agitar a la población saharaui, infiltrarse en las altiplanicies argelinas. Después de llevar a Argelia a las cuatro esquinas de África, subir con toda África hacia la Argelia africana, hacia el Norte, hacia Argel, la ciudad continental... Someter el desierto, negarlo, reunir África, crear el continente."
Frantz Fanon: “Esta África que viene'”

En 2020, una revuelta global contra la supremacía blanca comenzó en las calles de Minneapolis, en Estados Unidos, tras el asesinato de George Floyd, un hombre negro de 46 años, a manos de un policía que le asfixió con la rodilla en su cuello durante casi ocho minutos. Al igual que Eric Garner antes que él, George Floyd pronunció estas últimas palabras antes de morir: “No puedo respirar”. La rebelión mundial y las muestras de solidaridad que siguieron se hacen eco de las palabras de Fanon cuando hablaba de la lucha anticolonial vietnamita: “El indochino no se rebela porque haya descubierto una cultura propia. Es porque ‘sencillamente’ le resultaba imposible respirar en más de un sentido” (Fanon, 1986, p176).

No podemos seguir respirando en un sistema que deshumaniza a las personas, un sistema que consagra la superexplotación, un sistema que domina a la naturaleza y a la humanidad, un sistema que genera una desigualdad masiva y una pobreza incalculable. Por suerte, en todos los continentes y regiones se están produciendo revueltas fundamentalmente antisistémicas. Pero para que estos actos de resistencia, episódicos y en gran medida confinados geográficamente, tengan éxito, es necesario que vayan más allá de lo local y se conviertan en globales; deben crear alianzas duraderas frente al capitalismo, el colonialismo y el patriarcado.

¿Pueden estas diversas luchas contemporáneas, desde los levantamientos árabes hasta Black Lives Matter, converger y construir alianzas fuertes que superen sus propias contradicciones y puntos ciegos? ¿Pueden dar paso a un nuevo momento en el que cuestionemos los fundamentos coloniales de nuestros problemas actuales y sigamos en el camino de la descolonización de nuestras políticas, economías, culturas y epistemologías? Esto no sólo es posible, sino necesario, ya que debemos prever estas solidaridades y alianzas transnacionales porque son cruciales en la lucha global por la emancipación de los desdichados de la tierra. Tal vez podamos inspirarnos en el pasado, observando el período de descolonización, la era de Bandung y el tercermundismo, la Tri-Continental y otras experiencias internacionalistas. Yo diría que Fanon (o, más exactamente, su legado intelectual) podría volver a ser el nexo de unión y el punto nodal de estas luchas, como lo fue en los años sesenta y setenta.

Algunas historias se ignoran, otras se silencian para mantener ciertas hegemonías y ocultar a la vista una época inspiradora de conexiones revolucionarias entre las luchas por la liberación en diferentes continentes. Debemos escarbar en ese pasado para conocer esas historias, aprender de ellas y discernir algunas convergencias potenciales entre las luchas en curso.

En las dos primeras décadas de su independencia, Argelia se convirtió, como describió Samir Meghelli, en “un nodo crítico en la constelación de solidaridades transnacionales” que se estaba forjando entre los movimientos revolucionarios de todo el mundo (Meghelli, 2009). En los días de apogeo de las eras de los derechos civiles y el Black Power (poder negro), “al igual que Argelia miraba a la América Negra como esa parte del Tercer Mundo situada en el vientre de la bestia” (Neal, 1966), también gran parte de la América Negra miraba a Argelia como “el país que luchó contra el esclavizador y ganó” (Joans, 1970).

Argelia se convirtió en un poderoso símbolo de la lucha revolucionaria y sirvió de modelo para varios frentes de liberación en todo el mundo. Y dada su audaz política exterior en los años 60 y 70, la capital argelina se convertiría en la meca de todos los revolucionarios. Como anunció Amilcar Cabral, el líder revolucionario de Guinea-Bissau, en una rueda de prensa al margen del primer festival panafricano de 1969: “Coged una pluma y tomad nota: los musulmanes peregrinan a La Meca, los cristianos al Vaticano y los movimientos de liberación nacional a Argel”.

Gracias a la popular película La batalla de Argel de Gillo Pontecorvo , así como a los escritos de Frantz Fanon, Argelia llegó a ocupar un lugar importante en la “iconografía, retórica e ideología de las ramas clave del movimiento por la libertad de los afroamericanos” (Meghelli, 2009), que llegaron a considerar que su propia lucha por derechos civiles estaba relacionada con las luchas de las naciones africanas por la independencia. Francee Covington, estudiante de ciencias políticas en la Universidad de Harlem a finales de la década de 1960, dejó este punto aún más claro: “En los últimos años, las obras de Frantz Fanon han sido ampliamente leídas y citadas por quienes participan en la “revolución” que ha comenzado a tener lugar en las comunidades de la América negra. Si Los condenados de la tierra es el “manual de la revolución negra”, entonces La batalla de Argel es su contrapartida cinematográfica' (Covington, 1970, p245).

Los escritos de Fanon y su análisis de la guerra de Argelia revelaron muchos paralelismos entre la experiencia de la dominación colonial en Argelia y la opresión racial que los negros habían sufrido durante siglos en Estados Unidos. Su libro Los condenados de la tierra se convirtió en una “biblia negra”, en palabras de Eldridge Cleaver. A finales de los años setenta, se habían alrededor de 750.000 ejemplares en Estados Unidos. Esto llevó a Dan Watts, editor de la revista Liberator , a decir: “Todos los hermanos en un tejado pueden citar a Fanon” (Zolberg y Zolberg, 1970, p198).

En su visita a Nueva York en octubre de 1962, Ahmed Ben Bella, uno de los líderes del FLN y primer presidente argelino, se reunió con el Dr. Martin Luther King Jr. y dejó claro que existe una estrecha relación entre el colonialismo y la segregación (King, 1962). Este punto de vista que aboga por una perspectiva global de la opresión (ya sea colonial o racista) fue expresado unos años más tarde por Malcolm X. Tras visitar Argelia en 1964 y la Casbah –el lugar de la batalla de Argel contra los militares franceses en 1957– y después de responder a las acusaciones de que existía una especie de banda criminal conocida como Blood Brothers (Hermanos de Sangre) con base en Harlem y que atentaba contra los blancos de forma calculada, Malcom X declaró en el Foro del Trabajo: “Las mismas condiciones que prevalecían en Argelia y que obligaron al pueblo, al noble pueblo de Argelia, a recurrir finalmente a las tácticas de tipo terrorista que eran necesarias para quitarse el mono de encima, esas mismas condiciones prevalecen hoy en América en todas las comunidades negras” (Meghelli, 2009).

Es esta perspectiva global de lucha que debemos enfatizar para romper con las muchas restricciones y limitaciones impuestas a nuestros movimientos para abrazar un internacionalismo radical que promueva activamente la solidaridad. Por ello, resulta esencial redescubrir la herencia revolucionaria del Magreb, África, Asia Occidental y otras regiones del Sur, teorizada por grandes mentes como Frantz Fanon, Amilcar Cabral y Thomas Sankara, por mencionar sólo algunos. Necesitamos revivir los ambiciosos proyectos de los años sesenta que buscaban la emancipación del sistema imperialista-capitalista. Aprovechar esta herencia revolucionaria, inspirarse en su esperanza insurgente y aplicar su perspectiva internacionalista al contexto actual es de suma importancia para Argelia, para el movimiento Black Lives Matter y para otras luchas emancipatorias en todo el mundo.

A modo de conclusión

Las fuerzas progresistas de Argelia y de otros países tienen una enorme tarea por delante: la de situar la cuestión socioeconómica en el centro del debate sobre las alternativas e inyectar un análisis de clase en el movimiento social más amplio. Les corresponde, y más concretamente a la izquierda radical y revolucionaria, elaborar nuevas visiones que vayan más allá de la resistencia a la actual ofensiva depredadora del capitalismo para cuestionar el imaginario del desarrollo y de la propia modernidad, un imaginario que supone incorporarnos a un estilo de vida basado en el sobreconsumo e insertarnos en la globalización en una posición subordinada.

Fanon nos insta a inventar y hacer nuevos descubrimientos y a no imitar ciegamente a Europa. La lucha por la descolonización, nos dice Fanon, debe desafiar el dominio de la cultura europea y sus pretensiones de universalismo sin quedar atrapados en un pasado romántico y fijo. Son estas dos alienaciones las que los pueblos colonizados deben superar en su lucha cultural. Descolonizar la mente también significa deconstruir las nociones occidentales de “desarrollo”, “civilización”, “progreso”, “universalismo” y “modernidad”.

Tales conceptos representan lo que se denomina una colonialidad del poder y del conocimiento, lo que significa que las ideas de “modernidad” y “progreso” fueron concebidas en Europa y América del Norte y luego implantadas en nuestros continentes (África, Asia y América Latina) en un contexto de colonialidad (Mignolo, 2012). Estas ideas y cultura eurocéntricas han reforzado la herencia colonial de acaparación de tierras, saqueo de recursos, así como la dominación de “otros” pueblos para “civilizarlos”.

Estas nociones (“progreso”, “desarrollo”, “modernidad”...) son nociones impuestas y se basan en una concepción lineal de la evolución de la historia que divide el mundo entre “desarrollados” y “subdesarrollados”; “avanzados” y “menos avanzados”; “modernos” (léase occidentales) y “atrasados” (léase no occidentales). Son conceptos que pretenden ser universales y emiten mandatos a los excluidos y desposeídos para que sigan un camino predeterminado con el fin de entrar en una globalización imperial y colonial, dirigida por los países “avanzados”, legitimando así su subordinación. Al ser eurocéntricos, estos conceptos afirman su autoproclamada superioridad excluyendo y deslegitimando otras formas de conocimiento, otras formas de vida y las contribuciones de otras civilizaciones (Gudynas, 2013).

Fanon no nos ofreció una receta clara para hacer la transición después de la descolonización a un nuevo orden político liberador. Tal vez no exista un plan o una solución detallada. Tal vez lo vio como un proceso prolongado que será informado por la praxis y, sobre todo, por la confianza en las masas y en su potencial revolucionario para imaginar la alternativa liberadora.

En la conclusión de Los condenados de la tierraFanon escribió:

Vamos, entonces, camaradas; sería bueno decidir de una vez cambiar nuestros caminos. Debemos sacudirnos la pesada oscuridad en la que estábamos sumidos, y dejarla atrás. El nuevo día que ya se acerca debe encontrarnos firmes, prudentes y decididos.... No perdamos el tiempo en letanías estériles y en nauseabundos mimetismos. Abandonemos esta Europa en la que nunca se termina de hablar del Hombre y, sin embargo, se asesina a los hombres dondequiera que se les encuentre, en la esquina de cada una de sus calles, en todos los rincones del globo... Vamos, pues, camaradas, el juego europeo ha terminado por fin; debemos encontrar algo diferente. Hoy podemos hacerlo todo, siempre y cuando no imitemos a Europa, siempre y cuando no nos obsesione el deseo de ponernos a la altura de Europa... Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad, camaradas, debemos pasar página, debemos elaborar nuevos conceptos, y tratar de poner en marcha un hombre nuevo (Fanon, 1967a, p251-255).

En este sentido, es primordial continuar con las tareas de descolonización para restaurar nuestra humanidad negada. A través de la resistencia a las lógicas coloniales y capitalistas de apropiación y extracción, nacerán nuevos imaginarios y alternativas contrahegemónicas.

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SOBRE EL AUTOR

Hamza Hamouchene is TNI’s North Africa Programme Coordinator. He is a London-based Algerian researcher-activist, commentator and a founding member of Algeria Solidarity Campaign (ASC), and Environmental Justice North Africa (EJNA). He previously worked for War on Want, Global Justice Now and Platform London on issues of extractivism, resources, land and food sovereignty as well as climate, environmental, and trade justice. He is the author/editor of two books: “The Struggle for Energy Democracy in the Maghreb” (2017) and “The Coming Revolution to North Africa: The Struggle for Climate Justice” (2015). He also contributed book chapters to “Voices of Liberation: Frantz Fanon” (2014) and “The Palgrave Encyclopaedia of Imperialism and Anti-Imperialism” (2016). His other writings have appeared in the Guardian, Middle East Eye, Counterpunch, New Internationalist, Jadaliyya, openDemocracy, ROAR magazine, Pambazuka, Nawaat, El Watan and the Huffington Post.

Notas

1 La frase “almas nuevas” fue tomada de Aimé Césaire.

2 Esto se consiguió mediante la concesión de créditos baratos a pequeñas y medianas empresas (a través de la ANSEJ, la Agence nationale de soutien à l'emploi des jeunes), el mantenimiento de numerosas subvenciones y el aumento de los salarios en múltiples sectores, especialmente los omnipresentes aparatos de seguridad que garantizan la rápida contención de cualquier levantamiento popular.

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