Líbano e Irak en 2019
Levantamientos revolucionarios contra el “neoliberalismo sectario”
Rima Majed
10 junio 2022
Los levantamientos de octubre de 2019 en Irak y el Líbano tuvieron su origen en ciclos anteriores de movilizaciones masivas simultáneas, aunque independientes, que alcanzaron su punto álgido en 2015. El 16 de julio de 2015 manifestantes se reunieron en la ciudad de Basora, en el sur de Irak, para manifestarse contra los apagones, la contaminación del agua, el desempleo juvenil y la corrupción. Un manifestante de 18 años, Muntaẓar al-Hilfi, fue asesinado durante la manifestación, lo cual provocó una ola de protestas masivas1 que rápidamente se expandió a todo el país, alcanzando la capital Bagdad, donde miles de personas coreaban la famosa consigna Bismil deen baguna al-haramiyy 2 (en el nombre de la religión, los ladrones nos han robado). Un día después, el 17 de julio de 2015, a alrededor de 1.215 km de distancia, habitantes de la ciudad de Na’ameh, en el sur del Líbano, bloquearon la carretera que conduce al principal vertedero de basura del país, debido a una crisis de desechos que estaba contaminando gran parte de Beirut y el Monte Líbano. Al igual que en Irak, las protestas llegaron rápidamente a la capital, Beirut, donde miles de manifestantes se congregaron en la plaza de los Mártires, donde coreaban Kellon ya’ne kellon (todos ellos significa todos ellos), en una señal inequívoca de condena y rechazo a todos los líderes sectarios.
Estas olas simultáneas de protestas masivas en el Líbano e Irak no eran un fenómeno nuevo3. En ambos países, el año 2011 había marcado un punto de inflexión, cuando estallaron protestas masivas en el contexto de la Primavera Árabe. Sin embargo, las movilizaciones de 2015 representaron una coyuntura importante en la historia de la acción colectiva contra los regímenes de Irak y el Líbano: se crearon las denominadas campañas de la “sociedad civil”, que se postularon para las elecciones municipales y parlamentarias.
En octubre de 2019, el Líbano e Irak volvieron a estar en el centro de las noticias. El famoso canto de 2011 al-sha’b yureed isqāt al-niẓām (la gente quiere derrocar al régimen) volvió a escucharse en nuevas protestas en ambos países. Irak y el Líbano oficialmente pasaron a formar parte de la segunda ola de levantamientos árabes que habían comenzado a desatarse a finales de 2018 en Sudán y Argelia.
¿Qué tienen en común Irak y el Líbano más allá de la proximidad regional y cultural? Ambos son gobernados por un régimen político y económico que, en el mejor de los casos puede describirse como “neoliberalismo sectario”, una mezcla peculiar de reparto de poder basado en la identidad, conocida como democracia consociativa, y un sistema económico neoliberal encarnizado que depende en gran medida de los ingresos, el capitalismo financiero y la desregulación de los mercados laborales. En este contexto, los levantamientos en el Líbano e Irak se enfrentaron a la estructura estatal compleja de cada país. Al mismo tiempo, a diferencia de otros países árabes, en los regímenes de ambos países no hay un “dirigente” específico al que se pueda derrocar, sino que múltiples líderes sectarios prosperan a través de la ideología religiosa o las prácticas de clientelismo y nepotismo sectarios, y derivan su poder político de su lealtad a los poderes regionales, como Irán y Arabia Saudita. Esta situación geopolítica, sumada al legado de violencia sectaria y las crisis socioeconómica y ambiental desenfrenadas, provocó el estallido de levantamientos en el Líbano e Irak en 2019. En ambos países, estos nuevos levantamientos rápidamente se denominaron thawra (revolución) y marcaron un nuevo capítulo en su historia.
Los levantamientos de octubre de 2019 comenzaron inicialmente como movilizaciones en torno a cuestiones socioeconómicas y de gobernanza. En el Líbano, tras una semana de incendios forestales que devastaron varias partes del país, y en medio de una crisis financiera, la decisión del Gobierno de aprobar nuevos impuestos el 17 de octubre –incluido el infame impuesto a WhatsApp– fue la chispa que encendió esta nueva thawra. De modo similar, la thawra iraquí estalló tras dos acontecimientos principales a finales de septiembre de 2019: la movilización de los diplomados universitarios desempleados y la degradación de categoría del General Abdul Wahab al-Saadi, un teniente general respetado que había desempeñado un papel clave en derrotar al Estado Islámico (ISIS). En medio de la creciente ira contra el Gobierno iraquí, la convocatoria a protestar el 1 de octubre fue el comienzo de lo que se ha denominado Thawrat Tishreen (la revolución de octubre). Tanto en Irak como en el Líbano, los manifestantes lograron derrocar al primer ministro y provocaron un estancamiento político que los regímenes de entonces intentaron abordar mediante la creación de un denominado Gobierno “tecnocrático”. Lamentablemente, en los dos países, esta gran ola revolucionaria se detuvo como consecuencia de la pandemia mundial de COVID-19 y el rápido deterioro financiero.
La siguiente discusión se divide en tres partes. La primera aborda si estos levantamientos fueron “revoluciones” o “revolucionarios”. La segunda se centra en las contradicciones internas de estas revoluciones, analizando la retórica de la corrupción, la unidad nacional, la política tecnocrática y el individualismo. Por último, la tercera parte se refiere al cambio de la utopía y las grandes esperanzas de finales de 2019, a la distopía y el pesimismo de principios de 2020 con la llegada de COVID-19 y la profundización de las crisis financiera y política.
¿Revolución, revolucionario o no? Repensar nuestras herramientas conceptuales
El canto Thawra, thawra (revolución, revolución) colmaba las plazas y las calles de la mayoría de las ciudades del Líbano e Irak en octubre de 2019, cuando cientos de miles de personas salieron a las calles para declarar el comienzo de lo que consideraban una revolución. La claridad de ese momento liminar convenció a la población de que estaba siendo testigo de algo revolucionario. Sin embargo, no todos los expertos estuvieron de acuerdo con esta descripción; muchos de ellos adoptaron una postura más escéptica. El debate que surgió en 2011 en torno a la precisión del término “revolución”, en referencia a los acontecimientos que se estaban desatando en la región árabe en ese momento resurgió una vez más en 2019. Durante la primera ola de levantamientos, algunos académicos e intelectuales advirtieron que estas no eran revoluciones, sino simples revueltas, agitación, levantamientos o “refoluciones”. Otros declararon que estos acontecimientos eran “revoluciones sin revolucionarios”4. Puede ser cierto que estos acontecimientos no entren en la definición tradicional de “revoluciones” hallada en la literatura de los movimientos sociales; sin embargo, es importante considerarlos en términos de procesos revolucionarios5, en lugar de acontecimientos que o bien triunfaron o fracasaron. También es importante tener en cuenta el aspecto temporal que rige la definición de revoluciones. Las revoluciones suelen considerarse tales en retrospectiva, cuando han logrado derrocar a la clase dominante o el régimen. Este proceso puede llevar años o decenios y suele fracasar. Incluso las revoluciones más célebres no tuvieron lugar sin ciclos de altibajos y tardaron decenios en concretarse. Por ejemplo, la ampliamente celebrada Revolución francesa llevó alrededor de 80 años y varias rondas de conflicto y contrarrevolución, antes de que se estableciera la Primera República. Incluso la Revolución rusa de 1917 puede entenderse como un proceso político más amplio que comenzó en 1905 y que tuvo varios capítulos antes de dar el golpe final contra el régimen zarista en 1917. Por lo tanto, al reflexionar sobre los acontecimientos de octubre de 2019 en el Líbano e Irak como levantamientos revolucionarios, es necesario actualizar nuestras herramientas teóricas y conceptuales, a fin de dejar espacio para “hallar al revolucionario en la revolución”6. Por lo tanto, es importante no desestimar o minimizar el papel de estas experiencias como procesos de largo plazo que configuran y transforman los imaginarios políticos de la población en sus vidas cotidianas. Este potencial utópico y revolucionario de buscar e imaginar una alternativa –más allá del realismo sectario, dictatorial o capitalista– debe centrarse en nuestro entendimiento de estos momentos históricos. Al final de cuentas, el sociólogo Jeffrey Paige tenía razón al decir que “la revolución tiene un futuro aunque muchas definiciones teóricas de revolución no lo tengan”7 . En ese sentido, no deberíamos empantanarnos en debates extremadamente normativos, fijos y a menudo inoportunos sobre si estas son revoluciones o no; y, lo que es más importante, definitivamente no deberíamos evitar utilizar el término “revolucionario” al referirnos a los acontecimientos históricos del Líbano e Irak a partir de 2019. Al utilizar las palabras “revolución” y “revolucionario” en primer lugar estaremos honrando las experiencias de millones de personas que creyeron en el potencial revolucionario del momento en cuestión, que denominaron los acontecimientos “revolución” y que se consideraron a sí mismos revolucionarios –aunque fuera solamente por un breve instante. Además, también alentamos a repensar teóricamente el significado y la forma de la revolución en el capitalismo neoliberal del siglo XXI en términos más amplios. Por consiguiente, este no es un llamamiento a alejarse de debates teóricos sobre lo que constituyen las revoluciones, sino más bien a repensar nuestro conjunto de herramientas conceptuales y adaptarlo a las realidades de la era neoliberal del siglo XXI. Esto es especialmente importante en el caso del Líbano e Irak, dado que nos puede ayudar a entender cómo estos momentos revolucionarios tuvieron contradicciones internas considerables: se rechazó el sistema neoliberal sectario, mientras que al mismo tiempo se adoptaban sus pilares discursivos e ideológicos (como se discute en la próxima sección).
¿Combatir el neoliberalismo sectario mediante su cultura política liberal?
Los momentos revolucionarios suelen estar plagados de características y dinámicas contradictorias. Es así que es posible luchar contra el neoliberalismo sectario mientras se adoptan sus principales clichés y consignas liberales. Un análisis más profundo de las revoluciones de 2019 en el Líbano e Irak revela esas contradicciones. ¿El discurso de nacionalismo y “coexistencia” implica necesariamente una condena del sectarismo? ¿El problema es la corrupción en sí misma o el capitalismo neoliberal? ¿Pueden las reivindicaciones políticas tecnocráticas ser revolucionarias? ¿Pueden el individualismo y un enfoque basado en los derechos allanar el camino para una revolución, o se trata de enfoques reformistas que sirven para reproducir el statu quo? A continuación, se cuestionan estas tendencias, especialmente en cuanto al modo en que reflejan los restos de una cultura política promovida por decenios de capitalismo sectario.
¿Nacionalismo versus sectarismo?
Agitar la bandera nacional y cantar el himno nacional era algo habitual, a veces predominante, en las plazas públicas del Líbano e Irak en 2019. Esta fijación en la identidad nacional libanesa o iraquí como forma de expresar un rechazo al sectarismo y a las divisiones étnicas, y para destacar la “coexistencia” y la “unidad nacional”, no era algo nuevo ni excepcional. El enfoque en una identidad nacional y en el patriotismo se ha observado en muchos países (como Argelia y Egipto), donde la cuestión nacional sigue siendo central en configurar el imaginario político de los revolucionarios. En otros países, como Siria y Libia, los manifestantes adoptaron la bandera de la independencia modificada para marcar una ruptura con los regímenes dictatoriales (del partido Baaz y Muammar Gaddafi) y las banderas asociadas a ellos. Este juego con la relación entre la bandera, el himno nacional y el régimen se ha desatado en muchas plazas y en las calles de toda la región árabe desde 2011.
Sin embargo, en el Líbano e Irak, los manifestantes a menudo han adoptado un enfoque nacionalista no para expresar el legado de una lucha nacional, el orgullo de una nación fuerte o el rechazo de una bandera determinada asociada al régimen, sino más bien para ilustrar su afán de establecer una nación auténtica a través de intentos de superar las divisiones sectarias. No obstante, ¿es el nacionalismo necesariamente lo opuesto al sectarismo? Decenios de literatura sobre sectarismo y nacionalismo demuestran que estos dos fenómenos son dos caras de la misma moneda. En el Líbano e Irak, el nacionalismo a menudo se ha desplegado con una connotación sectaria, a diferencia de muchas luchas de liberación nacional, en las cuales el nacionalismo representaba una ideología política opuesta a la colonización o la ocupación. La historia de la región brinda una explicación matizada al respecto. Para dar dos ejemplos: el nacionalismo árabe se ha asociado históricamente con connotaciones sunitas; y el nacionalismo libanés a menudo ha tenido una connotación cristiana. Sin embargo, sigue siendo habitual que miembros comunes y corrientes de la sociedad utilicen un discurso nacionalista para señalar su rechazo del sectarismo. Visto desde esta perspectiva es posible afirmar que los levantamientos en Irak y el Líbano han intentado claramente abordar la cuestión del sectarismo al reivindicar una “nación imaginada” como una solución a los problemas que afrontan los países.
En el levantamiento de Irak en 2019, las principales consignas en las plazas eran “la gente quiere derrocar al régimen” (el famoso canto de las protestas de 2011 en toda la región árabe) y Nreed watan (queremos una patria). Ellos se combinaban con cantos y pancartas para denunciar el sectarismo y reafirmar la fraternidad entre los sunitas y chiitas iraquíes. Al reclamar una “patria”8 y rechazar el sectarismo, los manifestantes estaban expresando un deseo de un Estado moderno que sirviera a sus ciudadanos y brindara un sentido de pertenencia más allá de la fragmentación sectaria y étnica.
En el Líbano, se dio un proceso similar de reimaginar la “nación” más allá de la fragmentación sectaria. Las plazas rápidamente se llenaron de banderas nacionales y el himno libanés podía escucharse en los parlantes una y otra vez. Mientras que las consignas principales incluían la famosa “la gente quiere derrocar al régimen”, se añadió una más personalizada: Kellon ya’ne kellon (todos ellos significa todos ellos), que señalaba el rechazo del sistema sectario de reparto de poder y denunciaba a todos los dirigentes, independientemente de su pertenencia sectaria. Al igual que Irak, el rechazo del sectarismo político se expresó a través del deseo de deshacerse de todos los líderes sectarios y de construir un “país”, un “Estado” y una “nación” que protegiera a sus ciudadanos y los tratara de forma justa e igualitaria.
Sin embargo, el sectarismo no era el único problema que debían abordar ambos países: también atravesaban una situación económica difícil. Por lo tanto, el discurso de unidad nacional y coexistencia se sumó a las consignas sobre la situación económica, a menudo en la forma de un discurso contra la corrupción.
¿Corrupción o neoliberalismo sectario?
Una tendencia que se observó en las dos revoluciones, y que parecía contradecir el carácter radical del impulso, fue el predominio de un discurso liberal en torno a la “corrupción”. Por supuesto que la corrupción es un problema grave en el Líbano e Irak. Sin embargo, la elevada tasa de desempleo juvenil, la desregulación de los mercados laborales, la expansión del sector informal, la política de austeridad, la ausencia de desarrollo en los sectores económicos productivos, la enorme dependencia de las importaciones de productos y servicios básicos (como alimentos y electricidad), la crisis de la deuda y la dependencia del capital financiero (el sector bancario) o los ingresos del petróleo no son únicamente consecuencia de la corrupción. Estos son indicadores claros de una crisis más profunda del sistema capitalista neoliberal que, en el caso del Líbano e Irak, han convergido con un sistema político sectario y una fuerte militarización de algunos partidos políticos para crear una especie de “Estado mafioso”, en el cual las élites en el poder han actuado para asegurar que el Estado y su botín respondan a sus intereses económicos y los de las empresas y los secuaces del sector bancario que los mantienen.
El florecimiento de este tipo de oligarquía que controla al Estado y lo utiliza para su propio beneficio, sin estar sujeto a la rendición de cuentas ni al Estado de derecho, ha permitido que las redes de mecenazgo y la política del clientelismo prosperen y configuren lo que se ha denominado la “política del bienestar no estatal”9. En este contexto, los revolucionarios de las calles del Líbano e Irak que estaban protestando contra el desempleo o la crisis financiera también protestaban, aunque de manera indirecta, contra el capitalismo neoliberal y su versión local de sectarismo neoliberal. Sin embargo, el enfoque de los manifestantes siguió estando centrado en la lucha contra la corrupción y no abordaba la estructura del sistema económico. Cada vez más, la crisis se redujo a la corrupción de unos pocos “líderes malos” que debían ser reemplazados mediante tecnócratas mejores y más éticos. Esta tendencia, diseñada por un lenguaje anticorrupción de ONG que no combate las causas profundas del capitalismo, ocultó el impulso más radical de los primeros días de protesta, en los que se reclamaba una reforma completa del sistema, en lugar del simple reemplazo de políticos corruptos.
Desde este punto de vista, el principal desafío para los levantamientos en Irak y el Líbano ahora es ir más allá de la política liberal y, al mismo tiempo, redirigir la lucha más precisamente contra los dos pilares del régimen sectario neoliberal: mantener el foco en el reclamo de justicia socioeconómica más allá del capitalismo neoliberal, mientras al mismo tiempo se rechaza el sistema interconectado de reparto de poder sectario y política de identidad.
Política tecnocrática y ausencia de liderazgo
El reclamo popular de un Gobierno tecnocrático que surgió tras la renuncia de los primeros ministros del Líbano e Irak se convirtió en el chaleco salvavidas de ambos regímenes. ¿Cómo los manifestantes que querían desmantelar todo el sistema terminaron exigiendo que los regímenes formaran Gobiernos tecnocráticos?
Esta tercera contradicción de los levantamientos de 2019 en el Líbano e Irak se puso de manifiesto en la escición entre las reivindicaciones radicales de una reforma total, por un lado, y las celebraciones generalizadas de la falta de liderazgo y los reclamos políticos tecnocráticos, por otro. Habida cuenta de la situación en ambos países, amplios sectores de la sociedad pasaron a equiparar la organización y el liderazgo políticos con la corrupción y la criminalidad. Una nueva generación había comenzado a percibir la política partidaria como algo negativo y se distanció de la organización política o de las aspiraciones de liderazgo. Para la mayoría de las personas, ser patriota y honesto significaba mantenerse alejado de la política. Si bien este enfoque “anti política” se basaba en una aversión a la política convencional, redundó en muchos casos en un rechazo de todos los tipos de organización o liderazgo. Ello tuvo como consecuencia una fuerte contradicción en los días iniciales de los levantamientos, cuando la voluntad popular para derrocar a los regímenes estaba en su punto máximo, mientras que la capacidad popular para ofrecer una alternativa política era claramente débil. Esta crisis de la organización política provocó que la población planteara reclamos que en algunos momentos sonaban anarquistas (en rechazo de toda autoridad o liderazgo) y en otros liberales (el reclamo de formar un Gobierno tecnocrático).
Nuevamente las demandas no llegan a abordar el potencial radical y revolucionario del momento. Esta situación debe entenderse como una consecuencia de la debilidad de la organización política de izquierda y la cooptación de sindicatos y agrupaciones. Es así que el fervor revolucionario estaba orientado por tendencias políticas que diluyeron el camino político revolucionario, en lugar de fortalecerlo. A diferencia de Sudán y Túnez, donde los sindicatos y las organizaciones de izquierda lograron apoyar el impulso revolucionario inicial (a pesar de los acontecimientos contrarrevolucionarios posteriores), las revoluciones en el Líbano e Irak surgieron en un momento en que esas organizaciones eran demasiado débiles para marcar el camino.
Debido a la debilidad de los sindicatos en ambos países, el bloqueo de carreteras era una táctica muy utilizada para hacer que el país parara indirectamente, imponiendo así una huelga general de hecho. La imposición del cierre de comercios e instituciones permitía a las grandes multitudes movilizarse en las calles y creó un impulso revolucionario. De modo similar, los movimientos estudiantiles desempeñaron un papel fundamental en sostener los levantamientos en el Líbano e Irak, mediante sus convocatorias a huelgas y movilizaciones. Sin embargo, a pesar de los grandes esfuerzos colectivos de cientos de miles de personas que hicieron todo lo posible para asegurar el éxito de este impulso revolucionario, la falta de organización y liderazgo y los decenios de despolitización y ONGización en el Líbano desde comienzos de la década de 1990, y en Irak desde 2003, crearon un techo político para los levantamientos que era mucho más bajo que las aspiraciones populares que los animaban.
¿Mi revolución o nuestra revolución? En busca del “nosotros” colectivo
Las articulaciones y la dinámica cambiante de los levantamientos en Irak y el Líbano nos recuerdan que el neoliberalismo es más que una cuestión de estructuras financieras: también es una manifestación ideológica. Por lo tanto, la contradicción entre el carácter colectivo del impulso revolucionario y el individualismo de los marcos políticos que surgieron de la acción colectiva son emblemáticos de la era neoliberal. Esto puede observarse en el modo en que algunas iniciativas políticas importantes en este período se enmarcaron en gran medida a través de una perspectiva individual subjetiva. Por ejemplo, una campaña electoral clave que surgió de las movilizaciones de 2015 en el Líbano, y que estuvo activa en el levantamiento de 2019, fue Beriut Madinati (Beirut, mi ciudad). En lugar de destacar un “nuestra” colectivo que repensara la ciudad como un espacio compartido para todos, el nombre destaca una relación individual con la ciudad. De modo similar, tras la crisis financiera de 2019, activistas del Líbano pintaron grafitis en las ventanas de los bancos, con la leyenda “Devuélvanme el dinero”, en lugar de “Devuélvannos el dinero”. Si bien la furia colectiva contra los bancos era clara, la cultura política que configuró el activismo de esta época aún era producto del mismo sistema contra el que se estaba luchando.
Muchas campañas también destacaron un enfoque jurídico y basado en los derechos que parece estar desvinculado de las realidades del Líbano e Irak. En ambos países, el entorno neoliberal sectario posterior a la guerra floreció en el contexto de un debilitamiento de los sistemas jurídico y judicial. Por consiguiente, el lenguaje de “derechos” no ocupa un lugar central en los imaginarios políticos de las personas que han aprendido a no confiar en la vía legal. Sin embargo, varias campañas y movimientos políticos destacados se han centrado en los “derechos” individuales como el lugar de su activismo. Ejemplos de ello incluyen la campaña política que inició el levantamiento en Irak bajo la consigna Nazel akhod haqqi (Me estoy movilizando para reclamar mi derecho) y el grupo político Li maqqi (Por mi derecho), muy activo en el levantamiento libanés.
Este énfasis en los derechos individuales en las organizaciones y campañas políticas refleja el deseo de un Estado imaginado donde se respeta el Estado de derecho. Sin embargo, como se sugirió anteriormente, la prevalencia de una cultura neoliberal que consagra el individualismo y los derechos individuales parece oponerse a la política progresista del esfuerzo colectivo, personificada en las plazas de la revolución –aunque tan solo fuera por un breve período.
De utopía a distopía: liminaridad, COVID-19 y contrarrevolución
“No queríamos dormir porque el sueño que estábamos viviendo despiertos era mucho más hermoso”.
Así es como un joven de la región de Chouf-Aley del Monte Líbano describió la experiencia de los primeros días de la thawra de 2019. La experiencia liminar de la revolución10 como un sentimiento parecido al “limbo temporal”11 similar a un sueño o una ruptura con respecto a la “normalidad” anterior hizo que los manifestantes creyeran que este era un momento lleno de posibilidades. Era imposible pasar por alto las rápidas transformaciones en las vidas diarias de las personas en el Líbano e Irak y el surgimiento espontáneo de “comunidades”, donde la unión y la camaradería reinaban en las plazas al comienzo de la revolución. La cooperación y la camaradería, las reuniones en las carpas, las discusiones políticas públicas y el ambiente festivo eran parte de la vida en las plazas. Sin embargo, todo ello se vio interrumpido por la fuerte violencia y represión de los aparatos estatales y sus milicias. Aunque la represión fue contraproducente en un comienzo, ya que hizo que más gente se movilizara indignada ante el ataque contra manifestantes, hacia finales de 2019 la revolución en ambos países había comenzado a estancarse debido a la falta de alternativas políticas, la incapacidad de continuar las huelgas y un reposicionamiento de los regímenes tras la conmoción inicial de octubre de 2019.
A comienzos de 2020, una serie de circunstancias extremadamente excepcionales confluyeron para poner fin al proceso revolucionario: una pandemia mundial, una profunda crisis financiera y, en el Líbano, la gran explosión en el puerto de Beirut, que dejó en ruinas a la ciudad y sus habitantes. Estas circunstancias externas se sumaron a la cooptación y la ola contrarrevolucionaria que se había profundizado a finales de 2019. La formación de gobiernos tecnocráticos se convirtió en la forma de los antiguos regímenes de seguir gobernando, a pesar de la dificultad de esta tarea después de octubre de 2019 en ambos países.
Sin embargo, la llegada de la pandemia de COVID-19 en la región no fue solamente una amenaza a la salud pública, sino también un giro contrarrevolucionario de los acontecimientos. Las plazas fueron evacuadas por la fuerza y se suspendieron las movilizaciones callejeras. El Estado aprovechó la oportunidad para reprimir la disidencia con la excusa de proteger la salud pública. Se volvió difícil mantener los levantamientos, a pesar de la profundización de las crisis política y económica. La transición repentina de la experiencia colectiva de la revolución al aislamiento intenso provocado por COVID generó un sentimiento general de derrota.
La utopía de los días revolucionarios del comienzo fue eclipsada rápidamente por la distopía de la pandemia y lo que ocurrió a continuación. La espiral descendiente de ambos países en la miseria económica dificultó aún más las posibilidades de organización. En el Líbano, la explosión en el puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020, descrita como la tercera mayor explosión nuclear de la historia, destruyó a la ciudad y provocó una ola de emigración masiva. Además, una serie de asesinatos políticos en Irak, y en menor medida en el Líbano, subrayaron que la oposición política acarreaba con sí una amenaza de muerte real en cualquier momento. Sin embargo, ahora que la pandemia está comenzando a replegarse y a medida que el estancamiento político y las crisis financieras se profundizan, los procesos revolucionarios que comenzaron en el Líbano e Irak en octubre de 2019 probablemente continúen, aunque adquirirán una forma diferente.
Conclusión
El presente artículo ha sostenido que los levantamientos revolucionarios de octubre de 2019 en el Líbano e Irak solo pueden interpretarse como parte de un proceso revolucionario más amplio que comenzó a desatarse en 2011 y que se intensificó en ambos países en 2015, antes de alcanzar el punto de ebullición en 2019 como parte de la segunda ola de levantamientos en la región. Si bien estos levantamientos no entran dentro de la definición tradicional de revoluciones –dado que no derrocaron al régimen en su totalidad– es importante considerarlos como parte de un proceso revolucionario. No solo porque deberíamos evitar limitar las revoluciones a acontecimientos temporales o calificarlas de dicotomías políticas (en las cuales o triunfan o fracasan), sino además porque es fundamental repensar globalmente el significado y las formas de la revolución bajo el capitalismo neoliberal del siglo XXI.
El artículo ha abordado las contradicciones internas que caracterizaron a los levantamientos en el Líbano e Irak en 2019, con el dominio de un discurso liberal de coexistencia nacional, lucha contra la corrupción, derechos individuales y política tecnocrática que no llegó a tener el potencial radical del estallido inicial. El análisis ha sugerido que una consecuencia importante del sistema neoliberal sectario que gobierna a ambos países, y por consiguiente favorece a los interlocutores individuales, ha sido la debilidad de las organizaciones políticas o sindicatos: es decir, las estructuras que podían servir como un punto de apoyo a la transición hacia un nuevo sistema político. Esas organizaciones también son necesarias para cuestionar a los regímenes polarizados en ambos países, donde el sectarismo y el neoliberalismo se retroalimentan para reproducir más de lo mismo.
Con la propagación de COVID-19 en ambos países, el surgimiento y la organización de un “nosotros” perdido es una prioridad para derrotar a un sistema que a todas luces es incapaz de proteger a la sociedad, ya sea de desastres económicos o de pandemias. Nuevas formas de organización en el lugar de trabajo o a nivel barrial, así como organizaciones que reúnen a desempleados, trabajadores migrantes, trabajadores domésticos y trabajadores informales son cruciales para construir un movimiento más fuerte que pueda ir más allá del neoliberalismo sectario a la vez como estructura económica y como aparato ideológico que configure nuestra imaginación política y delimite nuestras posibilidades políticas.
Estos levantamientos revolucionarios triunfarán únicamente si vinculamos las luchas en nuestras sociedades y más allá de los límites coloniales del Estado-nación. Es así que al expresar solidaridad con la lucha Palestina, apoyar a los trabajadores de Amazon en Estados Unidos y defender los derechos de los refugiados y los trabajadores migrantes o las aspiraciones del movimiento feminista, los levantamientos libanés e iraquí alcanzarán su pleno potencial revolucionario, tanto político como ideológico, más allá del neoliberalismo sectario.