ESTADO DEL PODER 2017
Cultura y poder
Entrevista con Ahdaf Soueif
Da la sensación de que estamos entrando en un período de contradicciones; un período de profundos cambios y crisis, en el que se despiertan grandes esperanzas y se constatan realidades terribles. Hemos sido testigos de cómo la crisis económica ponía en tela de juicio los cimientos del neoliberalismo; sin embargo, el fundamentalismo del mercado sigue avanzando implacable. Hemos presenciado cómo florecían numerosos movimientos sociales, pero los líderes autoritarios están cobrando protagonismo en todo el mundo. ¿Cuál es su lectura de la coyuntura actual?
Es evidente que se está produciendo una lucha, a escala universal, entre un sistema que tiene al mundo atrapado entre sus garras y algo nuevo que está intentando nacer. En cierto sentido, se trata de la historia de la humanidad, aunque algunos de los elementos de la situación que vivimos son exclusivos del momento actual.
El primero de ellos es la concienciación de lo interconectado que está el mundo, tanto en lo que se refiere a los problemas como a las soluciones.
Obviamente, quienes tienen intereses en la cuestión siempre han sabido muy bien las oportunidades que ofrecen las distintas partes del mundo; el comercio, la conquista y la migración se basan, precisamente, en ello. Sin embargo, ahora existe una creciente concienciación general de que los problemas del mundo se deben solucionar a escala mundial.
Los problemas ambientales son los ejemplos más manifiestos, pero hay muchos más: el aumento exponencial de la riqueza y la pobreza, la brecha obscena entre ricos y pobres o las migraciones y la circulación del capital, por citar algunos. Y todos están interrelacionados.
No podemos fingir que esta concienciación sea compartida por todo el mundo, pero sí por un número suficiente de grupos politizados de gente de todo el mundo ―en su gran mayoría jóvenes (¿podríamos quizá hablar del “Colectivo Mundial de Jóvenes”)?― como para que no pase desapercibida ante nuestra mirada. Pienso, por ejemplo, en los palestinos que envían mensajes de apoyo a los activistas afroamericanos en los Estados Unidos, o en el hecho de que el movimiento Occupy utilizara iconografía tomada de la plaza Tahrir.
Esta concienciación debe prosperar, amalgamarse y emplear todo su potencial para generar ideas y acciones. Y para ello, necesitamos vehículos de discusión, de toma de decisiones, de solidaridad y de acción globales, como el que representa el Transnational Institute.
El segundo elemento característico de la coyuntura actual es que internet y la tecnología afín parecen prometer que las conversaciones y las acciones a escala global son algo viable.
El tercer elemento es que está en juego el destino mismo del planeta, lo cual confiere a la lucha una especial urgencia.
Por otro lado, el sistema de poder existente también entiende los problemas desde una perspectiva global, y se halla en mejores condiciones para crear y desplegar su propia solidaridad global en aras de consolidar y expandir su poder. Bilderberg, Davos y el G-8 así lo demuestran.
El neoliberalismo... sabe que no ha cumplido con sus promesas a “la gente” y que, por lo tanto, está en entredicho. Pero su respuesta consiste en buscar razones más allá de sí mismo para explicar esas promesas incumplidas (la inmigración, los parásitos sociales, el terrorismo) .
Creo que debemos admitir que el neoliberalismo no ha fracasado; a sus partidarios no les ha fallado. Sabe que no ha cumplido con sus promesas a “la gente” y que, por lo tanto, está en entredicho. Pero su respuesta consiste en buscar razones más allá de sí mismo para explicar esas promesas incumplidas (la inmigración, los parásitos sociales, el terrorismo) y en repetirlas de forma más categórica cada vez que cambia a los actores principales.
Juega con los temores del público y despierta sus peores demonios: el patrioterismo, el egoísmo, el racismo, la predisposición a la violencia, etcétera. La campaña de Trump fue un ejemplo de todo esto.
El sistema ―que viene de lejos y ostenta el poder― cuenta con sus propias ideas, argumentos, discursos y justificaciones. Y tiene firmemente ancladas las estructuras de poder mediante las que se protege y con las que se autojustifica y se consolida de forma permanente: los Gobiernos, los servicios secretos, los cuerpos policiales, de seguridad y militares, los sistemas jurídicos y financieros que los sustentan, y los medios de comunicación.
Una de las características que me parecen especialmente fascinantes y estimulantes del Colectivo Mundial de Jóvenes es lo poco limitado que se ve por las viejas ideologías. Tiene ideas muy potentes ―y la ética y la justicia natural están de su lado―, pero estas ideas aún no se han traducido ―¿acaso podrían?― en una gran idea general que se pueda transformar en un sistema coherente para dirigir el mundo.
Aún no ha encontrado la manera de fusionarse en un movimiento global, aunque muchas veces vemos cómo intentan unirse algunas de sus piezas, como sucedió en Cancún y en Durban. (Creo que los partidos Verdes son los más adecuados para adoptar y procesar los impulsos y las ideas del Colectivo Mundial de Jóvenes, y transformarlos en esa visión tan necesaria.)
Así que nos encontramos en una situación en la que el Colectivo Mundial de Jóvenes sabe que el neoliberalismo es letal para la gran mayoría de la población del mundo y para el planeta en sí. Y por ello cuestiona constantemente distintos aspectos del neoliberalismo de muy distintas formas y en diversas partes del mundo: hay activistas movilizados contra la gran industria petrolera y armamentística, el desmantelamiento del Servicio Nacional de Salud, el NHS, en el Reino Unido, la brutalidad policial en los Estados Unidos, la austeridad en Grecia, la ocupación y la limpieza étnica de Palestina por parte de Israel a través de la campaña BDS, y tantos otros. Cada uno de estos cuestionamientos del sistema alimenta nuestras esperanzas.
Antes, se solía creer que si millones de personas tomaban las calles y permanecían en ellas, las estructuras de poder existentes se derrumbarían y se generaría un espacio para algo nuevo. Nadie sabía cómo sería ese algo nuevo, pero todo el mundo tenía una idea bastante clara de cómo no sería. Y todo el mundo esperaba que, con el debido espacio y tiempo, eso nuevo iría evolucionando. Sin embargo, los acontecimientos de 2011 en Egipto pusieron de manifiesto que las cosas no son así. Y Siria lo ha demostrado de forma aún más cruda.
Las personas del Colectivo Mundial de Jóvenes se muestran reacias a las estructuras y las prácticas del poder. Su objetivo, muy encomiable, es cambiar el mundo pero no controlarlo. En otras palabras: la mayoría de los movimientos sociales consideraría que recurrir a las fuerzas armadas para defenderse o a una empresa de relaciones públicas o asesoría de prensa para difundir sus ideas supondría una contradicción irreconciliable.
En cierto sentido, estamos presenciando una alianza del neoliberalismo y el terror, que está persuadiendo a las democracias de que voten a favor del fascismo.
En medio de este conflicto, encontramos ahora actores armados emergentes como el Estado Islámico. Estos sirven al sistema existente al comprar armas, militarizar las luchas, normalizar la violencia y proporcionar un “monstruo del terror” a los políticos que se dedican a sembrar el miedo y, por lo tanto, una justificación más para incrementar la vigilancia de la ciudadanía y aumentar el gasto en armas, servicios de inteligencia y seguridad. En cierto sentido, estamos presenciando una alianza del neoliberalismo y el terror, que está persuadiendo a las democracias de que voten a favor del fascismo.
Todas estas son cosas que nos debemos plantear ―y estoy segura de que muchos lo hacemos constantemente―, intentando imaginar y proyectar y desarrollar.
La cultura de la plaza Tahrir
En 2011 participó en los movimientos que inundaron El Cairo y que sirvieron de inspiración a todo el mundo. ¿Qué nos puede explicar sobre la cultura de esos movimientos de resistencia? ¿Y hay algo de aquel momento que aún perdure?
Lo que sucedió en Egipto en enero de 2011 y que pasó a formar parte del imaginario colectivo del mundo entero fue un episodio ―un episodio culminante― de un proceso que había empezado hacía ya años y que continúa hoy día.
Me gustaría recordar aquí dos organizaciones no gubernamentales (ONG) que se establecieron en la década de 1990:el Centro Al-Nadim para la Rehabilitación de las Víctimas de la Tortura y el Centro de Estudios Jurídicos Hisham Mubarak (HMLC por su sigla en inglés). Las dos eran organizaciones fundadas por profesionales con un gran compromiso y carisma: la psiquiatra Aida Seif El-Dawla y el abogado Ahmed Seif, que consiguieron reunir a un equipo de personas con el mismo nivel de compromiso y perspicacia. Su labor estaba centrada en los derechos humanos y reveló hasta qué punto el abuso de estos se había convertido en un elemento normalizado del mecanismo en que se consolidaban y se extendían las estructuras de poder en Egipto.
Ambas organizaciones tenían por objetivo reparar y cuestionar estos abusos. El Centro Al-Nadim trataba a personas que habían sido torturadas, publicaba informes y estadísticas, y hacía campaña contra el Ministerio del Interior y contra agentes policiales concretos. El HMLC ofrecía asistencia jurídica frente a un amplio abanico de violaciones de los derechos humanos, publicaba información y estudios, e intentaba llevar los casos hasta el Tribunal Constitucional, con el fin de modificar y desarrollar la propia ley.
Al enfrentarse así al régimen de Mubarak, Al-Nadim y HMLC comenzaron una última ronda de resistencia y posibilitaron que esta arraigara. Las posiciones que adoptaron sirvieron para conformar los rasgos fundamentales de esta cultura.
Las dos organizaciones ofrecían sus servicios gratuitamente, pagaban a sus empleados conforme a la ley del país y eran muy cautas al elegir las fuentes de financiación, siempre de carácter no gubernamental y cuyas agendas se correspondieran con las suyas propias. De esta forma, evitaron el distanciamiento de las bases y la despolitización que perjudica el trabajo de tantas ONG.
Ambas tenían muy claro que sus servicios estaban a disposición de cualquier persona, independientemente de su nacionalidad, ciudadanía, confesión religiosa, género, orientación sexual, etcétera. El HMLC, por ejemplo, asumió la defensa del impopular y arriesgado "caso gay” the Queen Boat. Ambos estaban dando la bienvenida a los refugiados.
Por ejemplo, ambas daban la bienvenida a personas refugiadas. Su público ―sus bases― se encontraba tanto en Egipto como en el exterior. Y desplegaban un ideal de los derechos humanos y de manifestar la verdad frente al poder con respecto a problemas locales e internacionales. Una vez, en Australia, conocí a un escritor sudanés que me explicó que Aida había salvado su vida y su matrimonio.
La primera década del siglo fue testigo de la aparición en Egipto de toda una serie de iniciativas que perseguían el cambio y desafiar el poder.
Posteriormente, el HMLC abrió sus puertas a nuevas iniciativas, como el Movimiento de Apoyo de la Intifada Palestina (2000), ofreciéndole un espacio seguro y gratuito, recursos, información y asesoramiento. Por otro lado, abogados formados en el HMLC crearon sus propias ONG para apoyar el derecho a la libertad de información y expresión, los derechos de los trabajadores y las trabajadoras, los derechos a la tierra, los derechos personales, económicos y a la vivienda, y muchos otros.
Había también movimientos a favor de la independencia de las universidades y de la independencia del poder judicial, además de otros que, simplemente, abogaban por “un cambio”. Kefaya, por ejemplo, fue un movimiento de este tipo que reivindicaba cambios sociales y políticos, y que consiguió organizar en las calles protestas muy imaginativas y con poca antelación de 2005 a 2011. El Movimiento 6 de Abril, que surgió entre los jóvenes para crear vínculos con las protestas de los trabajadores, alcanzó una importante presencia en el país, con activistas en todas las grandes ciudades.
De modo que, después del 28 de enero de 2011, cuando la plaza Tahrir y otros lugares en Alejandría y otras ciudades se convirtieron en un espacio liberado durante cierto tiempo, la cultura que crearon bebió, en sus principios más esenciales, del espíritu de toda la labor desarrollada durante la década precedente.
Uno de los principios claros era el de empoderar a la gente. Los y las activistas enseñaban a leer y a escribir a niños de la calle que, por primera vez en su vida, encontraron un lugar seguro en la calle. El colectivo audiovisual Mosireen enseñaba a cualquiera que estuviera interesado a grabar y montar un vídeo. Algunas de las personas que recibieron formación eran niños de la calle que filmaron sus propios vídeos con las cámaras y equipos de Mosireen. Mosireen documentó luchas por la vivienda, en el ámbito de la pesca y la industria, además de batallas judiciales, y de este modo, amplificó la voz de las personas de a pie.
“Redactemos Nuestra Constitución” fue una iniciativa impulsada por Alaa Abd El-Fattah (el hijo de Ahmed Seif y una de las figuras más destacadas de la revolución egipcia, que ahora está cumpliendo cinco años de condena en prisión por su “participación en protestas”) que perseguía recoger entre la gente de todo el país una serie de principios en los que basar un gobierno constitucional.
Otro de los principios clave era la libertad de información. Mosireen, una vez más, actuó no solo como productora de videos, sino también como punto de recopilación, archivo, e intercambio y distribución de imágenes a través de teléfonos móviles A fines de 2011, cuando el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas estaba matando a revolucionarios en las calles, los activistas usaron esas grabaciones en la campaña Kazeboon (“Mienten”), para denunciar las mentiras del ejército.
Kazeboon consiguió lo que anhela todo movimiento de base: no ser propiedad de nadie. La gente de todo el país se descargaba imágenes de los teléfonos móviles, compraba o tomaba prestados proyectores y organizaba proyecciones sorpresa en cualquier muro. Así fue como todo el mundo llegó a ver la enorme brecha que existía entre la retórica del ejército y lo que estaba haciendo sobre el terreno.
Otra iniciativa promovida por Alaa Abd El-Fattah, que es diseñador de aplicaciones informáticas, fue Tweet-Nadwa, un foro de debate que se regía por las reglas de Twitter. Esta fue una de las actividades en las que se usó la tecnología y los juegos para ensalzar la diversidad, abordar los temas difíciles y conectar a la gente.
El primer Tweet-Nadwa atrajo a jóvenes de los Hermanos Musulmanes y a otra gente que había abandonado esta organización para hablar sobre su experiencia y compartirla con un público muy amplio; este encuentro fue una iniciativa pionera para todos los implicados en ella. Otro de estos encuentros se organizó sobre el terreno, en la plaza Tahrir, y se centró en la reforma de la policía. La gente no aplaudía dando palmadas, sino levantando y agitando las manos. Atraída por esas manos alzadas, cada vez más gente se acercaba al encuentro y se sumaba al debate. Los tuits se proyectaban en una pantalla gigante.
En Tahrir se respiraba, sobre todo, un rechazo del capitalismo neoliberal. Se vivió un verdadero altruismo, una genuina creencia en los derechos humanos y un marcado acento en la justicia social. La gente era consciente de que sus opiniones sobre cómo alcanzar la justicia social iban desde el centro derecha a la izquierda extrema, pero bastaba con que todo el mundo compartiera ese objetivo. Por el momento, la tarea de mantener la acampada, seguir presionando para que se destituyera a Mubarak y, después, intentar incidir para garantizar un Gobierno transparente y democrático representaban un terreno común mínimo en el que la gente podía colaborar..
Como Tahrir empezó a ser objeto de ataques periódicos de las fuerzas de seguridad, el ejército y otros grupos de matones afines, muy pronto empezaron a aparecer hospitales de campaña, cuya organización y eficiencia no se puede dejar de recalcar. De repente surgieron, de forma orgánica, sistemas enteros con el objetivo de proteger y tratar a la gente. Después de los ataques, solían quedarse en el lugar para ofrecer a todo aquel que lo necesitara asistencia médica gratuita. También surgió una cultura en la que muchos médicos, pese a no acudir a Tahrir, se ofrecían para practicar intervenciones de emergencia, sobre todo cirugía ocular, de forma totalmente gratuita en sus hospitales y clínicas.
Y por supuesto, el arte lo inundó todo. Desde simples dibujos en las aceras a la gente que, de repente, se dio cuenta de que podía hacerlos, pasando por grandes murales de artistas del grafiti que expresaban ―y que crearon― el espíritu popular de Tahrir. Los grafiteros grabaron eventos, pronunciaron declaraciones, crearon emblemas icónicos ―como el sujetador azul, Nefertiti con una máscara antigás o el Hombre Universal― y, además, pintaron unos murales gigantescos que fusionaban el arte de todas las épocas de la larga historia de Egipto y lo reunían en una fuerza moral y estética que buscaba influir en aquel momento.
Y podría explicar mucho más, pero querría cerrar esta cuestión con una cita de un joven revolucionario, escrita en diciembre de 2011:
La plaza Tahrir funcionó porque fue inclusiva; un espacio en el que estaba representado por igual todo tipo de egipcio. Funcionó porque fue inventiva; desde la instalación de infraestructuras de electricidad y saneamiento a la llegada diaria de nuevas consignas y pancartas. Funcionó porque fue de código abierto y participativa, de forma que era irreductible e incorruptible. Funcionó porque era moderna, y las comunicaciones digitales desconcertaron al Gobierno y posibilitaron que los jóvenes revolucionarios se organizaran con rapidez y eficiencia. Funcionó porque fue pacífica; lo primero que se coreaba cuando se producía algún ataque siempre era “Selmeyya! Selmeyya!”, es decir, “haya paz”. Funcionó porque fue justa; no se mató ni a uno solo de los atacantes, sino que todos fueron detenidos. Funcionó porque fue comunal; todas las personas que estaba allí, en mayor o menor grado, puso el bien del pueblo por encima del propio y personal. Funcionó porque se mantuvo unida y focalizada; la salida de Mubarak era un vínculo irrompible. Funcionó porque todo el mundo creyó en ella.
Inclusiva, inventiva, de código abierto, moderna, pacífica, justa, comunal, unida y focalizada: un conjunto de ideales sobre los que construir una política nacional.
Me preguntan si hay algo de aquel momento que aún perdure. Y la respuesta es “sin duda”. Aunque miles de nuestros jóvenes hayan sido asesinados y otros miles hayan sido lesionados; algunos sin posibilidad de cura. Aunque haya decenas de miles de personas en prisión y cientos de miles que hayan quedado traumatizadas.
A pesar de todo ello, diría que todas aquellas personas que estuvieron realmente implicadas en 2011 y que ahora están trabajando en algo ―lo que sea, en Egipto o fuera del país― están desarrollando una labor que, algún día, prenderá la mecha de la próxima ola revolucionaria.
A pesar de que el país haya sufrido traiciones y masacres, el proceso democrático se ha visto desacreditado y el ejército ha establecido un régimen contrarrevolucionario aún más represivo y vicioso que cualquiera que haya conocido Egipto a lo largo de su historia.
Aunque hubo personas que se encontraron inmersas en la revolución y, cuando se perdió, también ellas quedaron totalmente desorientadas. A pesar de que haya personas que estén decepcionadas y sientan amargura, y finjan que 2011 fue una alucinación de masas, y personas que hayan vuelto a sus vidas y estén intentando olvidar que alguna vez sucediera todo lo ocurrido en los últimos seis años. A pesar de todo ello, diría que todas aquellas personas que estuvieron realmente implicadas en 2011 y que ahora están trabajando en algo ―lo que sea, en Egipto o fuera del país― están desarrollando una labor que, algún día, prenderá la mecha de la próxima ola revolucionaria.
Basta con pensar en nuevos portales de noticias en internet como MadaMasr, al-Badeel o Yanair, y en toda la gente que trabaja en ellos ofreciendo noticias, análisis y comentarios. La red de apoyo jurídico y práctico a las personas presas sigue funcionando, a pesar del agotamiento. Las organizaciones de derechos humanos que surgieron a partir del HMLC siguen funcionando, a pesar de las detenciones, de la congelación de sus activos y de las campañas de difamación. Aida Seif El-Dawla y sus colegas siguen al pie del cañón en la oficina, negándose a cerrar, y hace apenas unas semanas se enfrentaron a 20 agentes de seguridad.
Y todo esto mientras se siguen registrando desapariciones y muertes en las prisiones y en las comisarías de policía.
Cultura y significado
Desde su experiencia como persona que participó en la Primavera Árabe y que después vio cómo se esfumaban o se pisoteaban todas sus esperanzas y expectativas, ¿cómo ve el papel de la cultura a la hora de sostener ―y algún día hacer realidad― esos sueños?
Es a través de la cultura que describimos el mundo y lo que le ha pasado, a él y a quienes vivimos en él. Hablamos del presente, ahondamos en el pasado y procuramos imaginar un futuro. O varios.
La cultura sirve de espejo, critica, intenta sintetizar; conecta diferentes mundos, abre sentimientos, los valida, y ofrece inspiración, ideas, cobijo. Cultura significa soñar el sueño, y también hacerlo realidad. La cultura nos proporciona las palabras, los símbolos y las imágenes para explorar, comunicar y proyectar. Sin cultura, ningún sueño es soñable.
Me gustaría compartir lo que para mí es un pequeño ejemplo, pero muy potente, del papel de la cultura en la creación de significado.
Todos hemos visto el antiguo símbolo egipcio del escarabeo sagrado que sostiene un disco entre las patas delanteras. Algún artista, hace miles de años, observó cómo un escarabajo negro depositaba los huevos entre los excrementos de algún animal. El escarabajo envolvía los excrementos una y otra vez hasta que los huevos quedaban bien apretados dentro de una gran bola que, al menos, le doblaba el tamaño. Después, el escarabajo excavaba un agujero y, dando marcha atrás y empleando sus patas traseras, hacía rodar la pelota de estiércol hasta hacerla caer en él. Después, salía del agujero, lo enterraba y se alejaba.
El artista observó atentamente el lugar donde se encontraba el agujero hasta que un día, abriéndose paso en la tierra, aparecieron 15 o 20 crías de escarabajo. Mientras buscaban terreno firme y se sacudían el estiércol y la arena de las alas, y empezaban a dar sus primeros saltitos para volar, el artista vio cómo capturaban la luz las resplandecientes alas de los pequeños escarabajos, de un color azul brillante: unos radiantes y diminutos destellos de azul zafiro. El escarabeo sagrado es el escarabajo pelotero y el disco representa la bola de estiércol y el sol que da luz y vida a todo.
Para el lector de hace miles de años, la imagen del escarabeo con el disco transmitía la idea del cambio, de la transformación y el resurgimiento. Pensemos en todos los elementos que confluyen en esa imagen y en el poder de lo que sugería.
A menudo, la “cultura” se entiende como algo homogéneo y estático ―y puede que así que la presenten las autoridades políticas y religiosas―, pero sabemos que siempre existen brechas y voces que no son escuchadas o que son silenciadas. También sabemos que, a veces, los intentos externos de abordar prácticas tradicionales perjudiciales o restrictivas con el género, por muy buen intencionados que sean, pueden terminar consolidándolas aún más. Así pues, ¿cómo se pueden producir y sostener esos cambios?
Creo que el cambio se produce de manera orgánica en el seno de todas las comunidades o grupos culturales. El cambio es para mejor ―es decir, hacia más libertad, apertura, transparencia, etcétera― cuando la gente confía y no está a la defensiva. Las intervenciones “externas” solo deberían llegar por petición expresa de grupos verdaderamente “internos” y dignos de confianza, y adecuarse a las demandas y las directrices de estos. Por ejemplo, un grupo feminista de Somalia que desee trabajar sobre temas feministas en Noruega solo podría hacerlo en colaboración con grupos noruegos creíbles y arraigados en el territorio, y siguiendo las pautas de su programa.
Una cultura de la transformación
¿Cómo sería una cultura de la transformación, la democracia y la justicia?
La sociedad con la que soñamos es una sociedad en la que ningún niño nazca en un entorno desfavorecido, donde la educación y la asistencia sanitaria básicas sean gratuitas, donde la gente no tenga que preocuparse por la supervivencia, donde todo el mundo disponga de suficiente tiempo y recursos para hacer valer su potencial, donde las personas están verdaderamente implicadas en las decisiones que les afectarán, y donde respetamos el planeta y todos los seres que lo habitan.
Creo que el mundo necesita compromiso y debe funcionar como una sola unidad.
Creo que los procesos de la democracia, a menos que vayan acompañados de ciertas salvaguardias, no son más que una herramienta para el sistema. Cuando la gente debe tomar una decisión sobre un determinado tema, debe contar con toda la información pertinente, ser capaz de entenderlo y no experimentar ninguna necesidad o coacción que afecte a su decisión. Sin transparencia, libertad de información, educación y derechos humanos garantizados no hay democracia.
Después de que el ejército egipcio cerrara las calles de la plaza Tahrir de El Cairo con bloques de hormigón, un grupo de artistas decidió reabrir las calles por su cuenta, usando la imaginación para proyectar un nuevo mundo.
Por último, una declaración que hace tiempo que escribí y que me gustaría repetir aquí, por ser especialmente relevante para el Transnational Institute:
“Si pudiera decretar un programa educativo universal, haría que todos los niños aprendieran una breve historia del mundo entero que se centrara en su base común. Analizaría cómo las personas perciben su relación entre sí, con el planeta y con el universo, y entendería la historia humana como un proyecto conjunto, en constante cambio, en el que un grupo asume el relevo allí donde lo dejó el anterior.”
Traducción: Beatriz Martínez
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