La importancia de lo local en el contexto actual

Laura Roth

En el contexto político actual no es difícil caer en el pesimismo de que no se es posible cambiar la realidad. Los movimientos sociales tienen serias limitaciones a la hora de presionar a los Gobiernos, que no les hacen caso; los partidos tradicionales ceden ante las presiones de los lobbies empresariales y los Gobiernos dan legitimidad a espacios de decisión generados y dirigidos por las grandes empresas donde se decide el rumbo de las políticas públicas (el multistakeholderism) y, además, reflejan formas de hacer propias del siglo XIX (la democracia representativa) en lugar de adecuarse a las expectativas de la gente en el siglo XXI; y la extrema derecha gana terreno con su discurso contrario a la igualdad y la democracia.

Ante este panorama, seguramente se equivoca quien dice tener la fórmula mágica. Sin embargo, hay muchas personas que creen cada vez más que actuar a nivel local es un camino prometedor. Son muchas las ciudades y los pueblos donde, frente a la inacción, ineptitud o malicia de los Gobiernos y actores de poder de otros niveles superiores, se tejen iniciativas que buscan defender a las personas más débiles. Y esto sucede tanto gracias a los Gobiernos locales como a los movimientos sociales y a las organizaciones de la sociedad civil. Por diferentes razones, el ámbito municipal ha mostrado recientemente tener un gran potencial para la transformación. 

Tal es el caso de muchos ayuntamientos en países como Estados Unidos: en la era Trump, el Gobierno central recortaba derechos mientras las ciudades los ampliaban. Es así que San Antonio implementó la baja por enfermedad, San Francisco creó un instituto de educación terciaria (college) gratuito y muchas ciudades se autodenominaron “santuarios” para proteger a las personas migrantes frente al riesgo de deportación. En estos casos y muchísimos otros las ciudades ofrecen la protección que los Estados niegan.

Pero alguien podría decir que estos ejemplos son solo eso, y que en muchos otros lugares los Gobiernos locales distan mucho de actuar de esta manera. Sin embargo, uno de los aspectos especialmente interesantes de la acción a nivel local es que permite nuevas formas de articulación entre las instituciones públicas, los movimientos sociales y la ciudadanía, que son mucho más difíciles de generar a escalas superiores. Las experiencias del Premio Ciudades Transformadoras son ejemplos de cómo desde lo próximo las personas, los movimientos y las instituciones son capaces de generar tensiones y colaboraciones que generan cambios profundos e innovadores.

¿Por qué actuar desde lo local?

En primer lugar, porque es relativamente fácil lograr un cambio. Como predica y practica la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), son las pequeñas victorias las que cambian el mundo. Actuar a nivel local permite realizar avances reales y no quedarse en grandes proyectos que nunca logran ser implementados. Parar un desahucio junto con otras vecinas y vecinos no cambia las leyes sobre vivienda, pero sí evita que una persona se quede sin hogar y nos recuerda y asegura que tenemos que actuar porque nos necesitamos mutuamente.

Esto se relaciona con una segunda razón y es que las pequeñas victorias tienen un impacto psicológico importante en las personas: muestran que es posible agrietar el sistema, aunque no se lo pueda romper. Y este fenómeno, si coge ritmo, derrite de a poco el frío pesimismo y tiene la capacidad de contagiar poco a poco a más gente. Es así como en el caso de Barcelona se ha pasado de parar desahucios a articular una plataforma ciudadana (Barcelona en Comú) que en 2014 ganó las elecciones y hoy implementa políticas de vivienda progresistas. A pesar del contexto hostil de crisis, la ilusión fue creciendo como una gran bola de nieve, se juntó con la de otros movimientos y, en algún momento, demostró ser imparable. Barcelona en Comú como plataforma ciudadana municipalista fue una de las finalistas en la categoría de vivienda de la primera edición del premio Ciudades Transformadoras. En la segunda edición, la compañía pública de energía limpia creada por el ayuntamiento obtuvo el el premio del público en la categoría de energía. Barcelona Energia, que se había convertido en la mayor empresa pública energética del Estado español, es un proyecto clave para entender cómo la acción local amplía los límites de lo posible.

En tercer lugar se encuentra una razón que deriva, a su vez, de las dos anteriores: la acción local permite con más facilidad pasar de la protesta a la acción. Las experiencias que han participado en el premio desde 2018 son un claro ejemplo de este fenómeno. Por ejemplo, el barrio de San Pedro Magisterio en Cochabamba, Bolivia, cansado de ser ignorado por el Estado, construyó su propia planta de tratamiento de agua. Algo similar hicieron las personas desplazadas en Dar Es-Salaam en Tanzanía, que decidieron conseguir ellas mismas los recursos para construir sus viviendas.

En cuarto lugar, lo local se diferencia de otras escalas superiores, por ejemplo la estatal, en el hecho de reflejar necesariamente las características propias del lugar del que se trate, ya sea el barrio, el pueblo, la ciudad, la isla, la metrópolis o la región. Cada territorio es diferente, cada población tiene sus características, sus problemas, sus recursos, su historia. Cuando se activa el cambio a nivel local es inevitable hacerlo sobre la base de esas realidades concretas y complejas, tal como lleva años haciendo la comunidad afroamericana en Jackson, Mississippi mediante la construcción de un proyecto transformador desde su realidad y necesidades. Esto hace que las soluciones que se proponen sean en general más adecuadas para cada caso específico, a diferencia de lo que ocurre cuando la acción, los planes y las políticas se deciden en escalas no tan próximas, puesto que para abarcar diversidad de realidades complejas es necesario simplificarlas, generando distintos tipos de errores. Esto lo sabían perfectamente las trabajadoras de Solapur, en India, cuando decidieron comenzar a utilizar la estrategia “gherao”, que consistía en no dejar marchar a las representantes del Gobierno que les visitaban y llevarles a ver sus proyectos de viviendas para que entendieran de qué se trataban exactamente.

En quinto lugar, actuar a nivel local en lugar de hacerlo en otras escalas permite, no solamente cambios sustantivos, como podrían ser el avance en ciertos derechos, la recuperación o generación de ciertos recursos, etc., sino también modificar las formas en que se desarrolla la acción política. Como afirma Nancy Fraser en su famoso texto “Triple movimiento” (2013), no se trata únicamente de procurar la protección social (el proyecto de la izquierda) o la libertad (el proyecto de la derecha), sino también de lograr la emancipación. Se trata de que las personas ordinarias pasen a ser sujetos y no objetos de la política, entendida en un sentido amplio que abarca no solamente la dimensión institucional, sino también comunitaria. Ilustran este punto casi todas las experiencias que forman parte del Atlas de Utopías. Por ejemplo, la organización Comunidad por un Mejor Medio Ambiente (Communities for a Better Environment) de Richmond, Estados Unidos, que colabora con otras organizaciones tan diversas como las que promueven el uso de la bicicleta y las que apoyan a exconvictos. No importa que los objetivos diverjan, sino que las personas actúen juntas.

Diferentes formas de enredar a las instituciones públicas

Además de los puntos mencionados en el apartado anterior, la acción a nivel local resulta especialmente interesante porque demuestra que es capaz de fomentar nuevas formas de articulación entre instituciones, movimientos y ciudadanía. 

La forma tradicional de entender la relación entre movimientos sociales, partidos políticos, instituciones públicas y ciudadanía ha sido más o menos la siguiente: las ciudadanas y ciudadanos votan para elegir sus representantes, que se presentan a través de partidos políticos y ocupan cargos en las instituciones públicas cuando obtienen cierta cantidad de votos. A partir de ese momento son esas personas, convertidas en representantes, quienes toman las decisiones y son llamadas a rendir cuentas unos años después, cuando se celebran nuevas elecciones. Esta es la democracia representativa nacida en el siglo XIX. Pero durante el siglo XX los movimientos sociales pasaron a tener también un rol importante: el de organizarse para cuestionar la acción de los Gobiernos cuando esta afecta los intereses de la población. La protesta y el lobby fueron sus principales herramientas.

Este avance respecto del esquema diseñado en el siglo XIX representó un salto hacia adelante, pero sigue teniendo limitaciones, que son las que hoy se cuestionan sobre todo a nivel local. En incontables casos, los movimientos sociales no lograban hacer valer sus demandas porque las personas representantes no tenían suficientes incentivos para ponerlas en práctica y eran capturadas por las grandes empresas y elites. Las experiencias del premio Ciudades Transformadoras muestran cómo, ante la rigidez de las instituciones públicas, es posible encontrar nuevas formas de articulación entre la ciudadanía, los movimientos sociales y las instituciones locales, y así superar lentamente este obstáculo. Ellas han implementado diferentes tipos de estrategias que van gradualmente desde el esquema tradicional del movimiento que protesta y hace lobby hasta el extremo contrario: movimientos cuyos miembros directamente se presentan a las elecciones y pasan a ocuparlas, no solo para implementar sus propuestas, sino también para cambiar las propias estructuras institucionales.

El caso de las viviendas de Solapur es quizás el ejemplo del modelo tradicional de movimientos que realizan reclamos “desde fuera”. Sin embargo, incluso en este caso, las personas no se organizaron únicamente como movimiento social, sino también como una cooperativa que cumpliría ella misma ciertas funciones, en colaboración con el Gobierno, aunque sus demandas han avanzado principalmente a través de procesos de negociación con las instituciones públicas.

En otros casos, como el de San Pedro Magisterio en Cochabamba o el de Medellín en Colombia, los movimientos fueron un paso más allá y consiguieron ellos mismos los recursos para poner en práctica sus proyectos. Aquí el rol de los Gobiernos fue de colaboración, pero el liderazgo y la implementación estuvieron a cargo de la sociedad civil.

A medida que nos alejamos del esquema tradicional, las fronteras entre la institución pública y la sociedad son cada vez más difusas. Las responsabilidades se comparten, las decisiones se toman de forma cada vez más distribuida. Ya no son los movimientos que piden cosas a la institución “desde afuera” sino que se van enredando las dos partes de diferentes maneras. El ejemplo de Grenoble o Cádiz son muestra de otra posibilidad: la de colaboración entre las instituciones públicas y la ciudadanía, aunque todavía gracias al liderazgo del Gobierno. Tanto el plan de choque contra la pobreza energética en el caso de la ciudad española, como la remunicipalización que implementó el ayuntamiento francés son muestra de que es posible innovar en la forma de gestionar los servicios públicos, colaborando con la sociedad. Nos acercamos de a poco a la lógica de los bienes comunes.

Si nos seguimos moviendo sobre este continuo imaginario encontramos en el extremo los de la Alianza Progresista de Richmond y la organización Barcelona en Comú.En ambos casos se trata de plataformas ciudadanas “municipalistas” que han decidido pasar del “afuera” al “adentro” y se han presentado a las elecciones locales. Una vez allí han implementado ellas mismas las políticas que demandaban. Pero una vez dentro, su objetivo ha sido también el de cambiar las propias instituciones y desdibujar aún más las fronteras entre la institución y la sociedad.

Una vez más, el hecho de que estas transformaciones se estén produciendo a nivel local y no a nivel estatal o regional confirma algunas de las afirmaciones que se mencionaba antes: que actuar en el ámbito de proximidad tiene el potencial de generar ciertas transformaciones que en otras escalas es más difícil producir. 

Límites de la acción local y qué hacer al respecto

Romantizar la idea del cambio a escala local sería a la vez ingenuo e irresponsable. Ingenuo porque son innumerables las limitaciones que hay que enfrentar. Aunque las ciudades y pueblos tengan un potencial enorme para generar cambio real en la sociedad y en parte este potencial se deba a los límites de la acción en escalas superiores, hay ciertas cosas que no es posible hacer.

Un primer obstáculo es la falta de recursos, relacionada con las estructuras fiscales que normalmente operan en los diferentes territorios. Con importantes variaciones de un país a otro, el porcentaje del presupuesto estatal que es gestionado por los Gobiernos locales en comparación con los Estados centrales suele ser muy pequeño (salvo, por ejemplo, en los países escandinavos o del norte de Europa). Además, la capacidad de cobrar impuestos a nivel local suele estar restringida legalmente. Esto tiene como consecuencia que, aunque los Gobiernos locales quieran implementar políticas públicas por iniciativa propia o en respuesta a las demandas de las organizaciones y movimientos sociales, esto sea muy difícil.

Más allá de este problema generalizado, las competencias de los Gobiernos locales son en general limitadas y,por lo tanto, aunque a nivel local exista el objetivo de realizar cambios y se tengan los recursos, esto no es tan sencillo y resulta necesario dirigirse a otros niveles del Gobierno como el regional o estatal; y en ocasiones supraestatal.

Algo similar se aplica no ya a los Gobiernos, sino a los movimientos y organizaciones. Poseen la capacidad de generar cambios profundos si su acción se restringe únicamente al ámbito local, pero sin tener un gran alcance. Es posible, por ejemplo, que se logre disminuir la contaminación en una ciudad determinada gracias a la acción de organizaciones ecologistas, pero no serán capaces de resolver el problema a gran escala si no se buscan formas de articular la acción de manera translocal (y esto no es sencillo).

En íntima relación con esto último, romantizar el trabajo a nivel local también sería irresponsable porque para generar transformaciones a gran escala es preciso atacar las causas de muchos problemas y no simplemente sus consecuencias. Y estas causas rara vez se encuentran únicamente en el nivel local. El municipalismo, o la acción política local, no deberían ser confundidos con el parroquialismo, que muchas veces está también sobre la mesa como una posible opción. El objetivo no es meramente la autosuficiencia o la protección respecto de lo que pasa más allá del contexto local, sino también, de alguna manera, cambiar el mundo.

Es por estas y otras razones que en muchos casos los proyectos que comienzan a nivel local buscan luego formas de incidir más allá, especialmente trabajando de forma horizontal, en red, sin crear grandes estructuras centralizadas a nivel estatal o supraestatal que puedan hacer que se pierda aquello que da vida a la acción “desde abajo”. Queda aún mucho camino por recorrer explorando y practicando estas formas de acción política.

Cambiar las formas

Esto nos trae, nuevamente, a la discusión sobre las formas de la acción política. Una de las razones por las cuales es deseable construir poder desde lo próximo es que permite que las personas pasen a ser protagonistas de la política y no únicamente objetos de ella. Pero las posibilidades de cambio en las maneras no se agotan allí y es importante tener en cuenta un aspecto adicional: el del potencial feminista de esta estrategia.

La práctica ha demostrado que el sistema patriarcal, el sistema capitalista y el Estado-nación como eje principal del ejercicio del poder político conviven y se refuerzan mutuamente en una triple alianza. Todos ellos han contado con el trabajo reproductivo gratuito de las mujeres como colchón sobre el cual descansar cómodamente y han ejercido un tipo de poder basado en la imposición y la coerción. La construcción de poder desde el nivel local tiene el potencial de, por el contrario, construir nuevas formas de poder horizontales, relacionales y colaborativas. Esto se puede ver claramente en todas las experiencias mencionadas, donde son las personas quienes tejen poder juntas y logran generar cambios a pesar de la resistencia de la triple alianza. Sobre la base de sus vivencias concretas como la contaminación, la falta de vivienda o la falta de agua potable, la gente es capaz de construir un poder relacional que cuestiona y cambia la realidad. Esta forma de actuar es profundamente feminista y, a pesar de sus limitaciones, marca el camino para una verdadera transformación de las formas de ejercicio del poder. Un gran ejemplo es el de Pengon-Amigos de la Tierra Palestina, donde las mujeres ejercen el liderazgo para la transición energética a fuentes renovables a pesar de una ocupación militar permanente y de un contexto social fuertemente patriarcal que no facilita su acción.

Lo dicho no implica, evidentemente, que no queden aún muchos retos que afrontar en relación con otras dimensiones de una concepción feminista del activismo y la política. Poner el cuidado como un eje central de la actividad diaria y prestar atención especial a quién lo realiza y cómo se distribuyen las cargas resulta fundamental para cambiar las formas de la movilización y la acción política. Por ejemplo, las mujeres activistas siguen encontrándose aún en una situación en la cual, además de sus trabajos y del activismo, siguen haciéndose cargo de la mayor parte del cuidado de dependientes (personas mayores, animales, niños y niñas), pero también de las personas con quienes comparten el activismo: realizan la mayoría de las tareas relacionadas con el trabajo psicológico, las tareas invisibles, las que mantienen unidas a las organizaciones y los grupos.

Es por ello que resulta fundamental considerar al menos tres elementos como parte central de las agendas de los movimientos y las organizaciones. El primero es que el cuidado de las personas dependientes debe socializarse. No solo para que las mujeres descarguen parte de estas tareas, sino también para que los hombres incorporen el cuidado como parte de sus vidas y, como consecuencia, modifiquen las formas masculinizadas de concebir la vida y la política. 

El segundo es el cuidado que hacen las personas de sí mismas. La actividad política efectiva necesita personas descansadas, felices y con confianza en sí mismas. Es por eso que incluir el autocuidado como parte de la agenda es importante para el éxito de la transformación social.

Finalmente, el cuidado de las demás personas, compañeras y compañeros de proyectos transformadores, debe formar parte de esos proyectos. Las formas de decisión, de trabajo, de distribución de las tareas hasta las formas de hablar y de relacionarse tienen todas un impacto en el tipo de experiencia que tendrá cada persona. Mantener formas de hacer patriarcales verticales, poco dialógicas y basadas en la imposición no es una buena manera de cuidar a los compañeros y compañeras, aunque muchas veces la urgencia y la necesidad de eficiencia releguen a un segundo plano la dimensión del cuidado.

Tanto la construcción de poder de forma relacional como la posibilidad de poner los cuidados en el centro de la actividad política son más fáciles de lograr cuando las personas pueden convivir, compartir, resolver conflictos sobre la marcha y crear estructuras que les permitan actuar colectivamente. Esto no quiere decir, evidentemente, que la acción desde lo local garantice el éxito en estas dimensiones, pero sí que trabajar a esta escala lo hace bastante más posible.

SOBRE EL AUTOR

Laura Roth

Laura es catedrática de filosofía jurídica y política de la Universidad Oberta de Catalunya, Barcelona, y miembro del observatorio Minim Municipalist

Notas

PAH is a social movement that defends the right to housing in Spain, primarily, but not only, by stopping evictions.