ESTADO DEL PODER 2018
Construyendo contrapoder desde la locura
Laura Flanders
02 January 2018
El 4 de abril de 1967, el Dr. Martin Luther King Jr advirtió desde el púlpito de la Riverside Church en Nueva York que ‘Una nación que año a año continua gastando más dinero en presupuesto militar que en programas sociales se acerca a la muerte espiritual’.
Para cambiar las cosas, dijo, “debemos experimentar, como nación, una revolución radical en nuestros valores”.
Es urgente que pasemos de ser una sociedad orientada a las objetos a una sociedad orientada a las personas. Mientras consideremos a las máquinas y los ordenadores, al afán de lucro y los derechos de propiedad más importantes que las personas será imposible la conquistar de los trillizos gigantes que son el racismo, el materialismo, y el militarismo.
“De alguna modo, esta locura debe cesar”, afirmó.
Cincuenta años después puede afirmarse que, desde el asesinato de King, EEUU está hoy en día más cerca de una ‘revolución de valores’ que en cualquier momento previo. Por lo menos, la magnitud del problema es ampliamente reconocida. No nos enfrentamos a un fallo en el sistema económico y político de los EEUU, sino con un problema sistémico: una locura.
Y no solo por quién ocupa hoy en día la Casa Blanca.
La enfermedad de los EEUU
No debemos confundirnos. No es la parte del discurso de King sobre los ‘trillizos del mal’ referida a la guerra la que ha cobrado mayor relevancia hoy en día. En 2017 bombas y drones estadounidenses mataron a gente, estando las tropas de los EEUU no solo en uno, sino en varios países: Afganistán, Irak, Somalia, Siria y Yemen. Las fuerzas especiales estadounidenses están presentes en un total de 76 países (lo que implica un gasto que asciende uno 5,6 billones de dólares) y el 39 % de los países del globo están involucrados en la terrorífica ‘guerra contra el terrorismo’ liderada por EEUU.
A pesar de esto, si bien el movimiento Black Lives Matter y el Movement for Black Lives consiguieron llamar la atención sobre la militarización de la policía nacional y de las empresas de seguridad privadas, hoy en día el coste y el impacto de la economía de la guerra de los EEUU tiene un papel marginal en la agenda de los políticos estadounidenses, e incluso de los movimientos sociales. (La Convención de Mujeres celebrada en Chicago en 2017, por ejemplo, añadió una sola sesión sobre el militarismo en el último momento). Los primeros presupuestos del Pentágono de la era Trump, aprobados por unanimidad por los dos partidos políticos representados en el Congreso, aumentaron el ya inflado presupuesto militar hasta 700.000 millones de dólares.
No, no es el militarismo. Lo realmente premonitorio del discurso de King es su referencia a la locura. Desde 1968, el número de ciudadanos estadounidenses que viven en la pobreza ha aumentado en un 60 %. Los hombres en la franja de ingresos más alto viven de media 15 años más que los hombres en el tramo más bajo. La reforma tributaria republicana de 2017, el principal logro de Donald Trump, empeorará exponencialmente la desigualdad; pero lo cierto es que cuando ocho personas valen más que 3.800 millones de personas en el planeta, tal y como denuncia OXFAM, no hay reformas fiscales (ni nuevos presidentes) que puedan solucionarlo.
Por si fuera poco, para completar la idea de muerte espiritual mencionada por King, los grupos ecologistas avisan de una desintegración literal del planeta. Según la Ecological Foodprint Network, los seres humanos consumimos colectivamente 1,7 veces más de lo que es sostenible por el planeta en base a su capacidad regenerativa. Junto al conflicto armado (y acelerado por él), las sequías, inundaciones, incendios y el aumento del nivel del mar están provocando ya oleadas masivas de desesperadas personas refugiadas que son desplazadas de sus hogares. Y los ciudadanos estadounidenses sintieron en sus propio territorio el impacto en 2017, cuando tormentas e incendios devastaron comunidades a lo largo del continente y sumieron a Puerto Rico en una prolongada oscuridad.
Cuando las comunidades indígenas se plantaron ante la posibilidad de que un oleoducto propenso a las fugas atravesara territorio sagrado, las palabras de King resonaron en las suyas. Su preocupación, dijeron, no era una nación, o una región, o grupo, sino la supervivencia del mundo.
La unidad sin precedentes de las naciones indígenas en torno a Standing Rock se basó en “nuestro derecho moral y nuestra responsabilidad de proteger a la Madre Tierra en nombre de humanidad”, según declaró la organizadora indígena Judith LeBlanc.
La elección de Donald Trump fue la consecuencia lógica del correcto funcionamiento de unos sistemas nacionales que socavan el proceso público de toma de decisiones para perpetuar la influencia de empresas que son consideradas demasiado grandes como para ser controladas.
Aunque parece haber sido todo un choque para los expertos televisivos de abultados salarios, la elección de un loco en 2016 no es un síntoma de un fallo en el funcionamiento de la democracia en los EE.UU. Está ampliamente aceptado que la elección de Donald Trump fue la consecuencia lógica del correcto funcionamiento de unos sistemas nacionales que socavan el proceso público de toma de decisiones para perpetuar la influencia de empresas que son consideradas demasiado grandes como para ser controladas.
La naturaleza sistémica del problema (en caso de que seas una persona pobre, y no un banco) no está limitada a determinadas etnias o regiones. La erosión de las condiciones laborales, el aumento repentino de la tasa de encarcelamiento a pesar del descenso de la tasa de criminalidad, así como los salarios precarios, la explosión de la deuda y de los procedimientos de insolvencia, el aumento de los precios de alquiler, la indigencia, el hambre y los problemas de salud... Mucho después de la Ley de Derechos Civiles de 1964, todas estas cuestiones estaban aún muy presentes en las vidas de muchas personas afroamericanas en los años 90, cuando empezaron a notarse los primeros efectos del neoliberalismo de Reagan. Y esta misma crisis alcanzó a la clase media blanca americana en 2008.
Conciencia de una crisis sistémica
Para las personas involucradas en la construcción de contrapoder, el décimo aniversario de la crisis financiera global (o Gran Recesión) tiene seguramente una mayor relevancia actual que las sublevaciones del 68.
En los EEUU la década posterior al 2008 no ha sido testigo del surgimiento de los tipos de contrapoder que representan Syriza o Podemos. Los movimientos de resistencia no han mutado, aún, en partidos políticos con poder a nivel nacional. Pero sí vimos cómo millones de ciudadanos estadounidenses votaron a Bernie Sanders, un socialista declarado, y como de su campaña electoral surgía una movilización política llamada Our Revolution, que habla de socialismo.
Esto se debe, por lo menos en parte, a una toma de conciencia masiva en torno al capitalismo a lo largo de la última década, cortesía de la crisis 2008 y respaldada por fenómenos como Occupy Wall Street, Strike Debt y, antes de esto, las protestas contra el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, críticas con el capitalismo global. El debate ya no gira solo en torno a problemas económicos, sino en torno a sistemas económicos, una cuestión que ha sido tabú en los EEUU durante mucho tiempo. La importancia de esto no puede desdeñarse teniendo en cuenta que hace 50 años el país estaba plenamente sumido en la paranoia anticomunista.
En 2016 un 51 % de ciudadanos estadounidenses con edades comprendidas entre los 18 y los 29 años afirmaron estar en contra del capitalismo en un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Harvard. Solo el 42 % afirmaron apoyarlo. En octubre de 2017, las encuestas reflejaban que el 44 % de los millennials estadounidenses preferirían vivir en un país socialista a vivir en uno capitalista.
En noviembre de 2017 las entradas para ‘El capitalismo a debate’ se agotaron en un día, y los ponentes de las revistas Jacobin y Reason (socialista y libertaria, respectivamente) se vieron obligados a encontrar un local más grande. Las entradas se volvieron a agotar, esta vez en ocho horas.
El público que llenó el salón de actos de la Cooper Union for the Advancement of Science and Art, con una capacidad para 960 personas, estaba compuesto en su gran mayoría por personas blancas y jóvenes que aún no habían terminado la secundaria cuando tuvo lugar el crash de 2008. Pero habían sido testigos de lo que hizo a sus familias y amigos; cómo trabajadores leales perdían sus pensiones, ahorros e hipotecas, y cómo, mientras los bancos eran rescatados, el Estado se negaba a mitigar las abultadas deudas en las que incurren los estudiantes universitarios para financiar sus estudios.
El status quo no seduce con la misma facilidad a esta generación, que llegó a su mayoría de edad viendo cómo se estrellaba estrepitosamente. No están aferrados a la promesa del ‘sueño americano’ capitalista que se les ofreció a sus padres, porque esta no parece ser una opción para ellos, ni siquiera disponer de espacio para ellos.
El entorno de Nelini Stamps, de 30 años, tiene poca fe en la economía tradicional o en el gobierno, y apuesta en su lugar por redes descentralizadas de autogestión para organizarse en su día a día, para ganarse la vida o para hacer llegar ayuda a la gente tras el huracán Sandy. "Pensaba que Occupy Wall Street era algo grande, pero la organización de base ha explotado desde entonces”, afirma Stamps, que trabaja hoy en día como coordinadora para el Working Families Party.
Construyendo contrapoder colectivo
Transformar esta nueva conciencia en poder político no es tarea fácil. La coordinadora sindical y autora Jane McAlevey afirma que uno de los efectos del ataque a los sindicatos es que les ha llevado a cambiar su estrategia y pasar "de una organización profunda a una movilización superficial” con muy poca capacidad operativa a nivel local.
“Hemos centrado nuestro trabajo en los derechos individuales, en lugar del progreso colectivo”, dice. “Ganamos una batalla y nos vamos a casa, sin una mayor comprensión de lo que implica la gobernanza porque a penas la ejercemos”.
Partiendo de esto, incluso el simple hecho de debatir en torno al concepto de contrapoder, como cada vez más gente en los movimientos de izquierda está haciendo, inspirada por el auge de este tipo de movimientos en Europa o influenciada por las experiencias de inmigrante en América latina y Asia, es un avance. Como dice McAlevey:
“Hace demasiado que no hablamos de poder. Cómo funciona, cómo se construye, contra qué poder nos enfrentamos y qué poder ostentamos ya a nivel colectivo”.
En los últimos 50 años, el liberalismo estadounidense ha tendido hacia una definición bastante limitada. Determinadas por la necesidad de producir información e ‘historias de éxito’ para los filántropos que las financian, las organizaciones progresistas sin ánimo de lucro han dedicado océanos de sudor y dinero a dar respuesta a necesidades sociales que van constantemente en aumento, a conseguir discretos cambios legislativos, o a defender logros puntuales.
La experiencia de todos estos años ha dejado claro que, a pesar de su importancia, no hay campaña mediática, manifestación, ni defensa legal capaz de parar una locura que es sistémica. La población estadounidense es consciente de esto porque tiene pruebas de ello, no solo en la Casa Blanca, sino en sus propias vidas.
Entre los muchos nuevos movimientos sociales que están cobrando impulso en los últimos tiempos encontramos COSECHA, que lucha por una protección humana y permanente de las personas inmigrantes. El año empezó con una cantidad sin precedentes en el país de ciudadanos que salieron a la calle siguiendo los pasos de mujeres del color, queer y transgénero para manifestar su oposición a la investidura de un hombre al que muchas personas llaman el ‘depredador jefe’.
A las masivas marchas de mujeres (organizadas también en docenas de otros países) le siguieron casi de inmediato la lucha codo a codo de ciudadanos y personas sin dicho estatus en contra las deportaciones y la prohibiciones de entrada al territorio que supuso la islamofóbica y racista Orden Ejecutiva 13769 del gobierno de Trump. Personas con discapacidad se interpusieron literalmente con sus cuerpos a los legisladores que estaban considerando la derogación de la (no realmente asequible) Affordable Health Care Act [Ley de Sanidad Asequible] del presidente Obama, conocida como ObamaCare.
En elecciones locales, estatales y nacionales, demócratas progresistas y socialistas ganaron ante candidatos y cargos electos fanáticos y acomodados en sus cargos.
La información que transpiró justo días antes de las manifestaciones de supremacistas blancos en Charlottesville, Virginia, de que el FBI estaba siguiendo los movimientos de "extremistas de la identidad negra" en lugar de a racistas blancos, fue un escalofriante recordatorio de como el Estado ha tratado siempre de criminalizar y entorpecer el trabajo de los activistas por los derechos civiles, desde las Panteras Negras hasta el movimiento. Pero esto no ha conseguido parar ni a Movement for Black Lives ni a grupos como COSECHA, que lucha por la protección humana y permanente de los inmigrantes.
En 2017, Repairers of the Breach, organización fundada por el reverendo William J. Barber y la doctora Liz Theoharis, lanzó una nueva Campaña de la Gente Pobre, siguiendo el modelo de King, que en 2018 llevará a cabo 40 días de acción directa, incluyendo desobediencia civil, a lo largo de 25 estados. Las expectativas son enormes, aunque no está aún claro si su visión ecuménica, pero estrechamente vinculada a la iglesia sureña será capaz de apelar a un norte dominado por el liberalismo, o si contará con el apoyo de suficientes sectores de la amplia infraestructura progresista que existe a lo largo del país.
Las redes descentralizadas han conseguido sacar a la gente a la calle en masa para manifestarse en contra de Trump, pero ha resultado mucho más difícil consensuar una plataforma común. “Ardo en deseos de un manifiesto”, dice la coordinadora de Working Families, Stamp.
Tras la campaña de Sanders, el grupo electoral que está ganando más visibilidad parece ser Socialistas Democráticos de América (Democratic Socialists of America, DSA), que cuenta entre sus filas con muchos activistas que son también miembros de Our Revolution. El DSA fue fundado en 1982. Entre noviembre de 2016 y febrero de 2017 el número de afiliados a esta organización, financiada a través de las cuotas que pagan sus miembros, aumentó en 10.000 nuevas afiliaciones, alcanzando los 32.000 miembros, y el promedio de edad se redujo de los 68 (en 2013) a los 33 años. Según una recuento reciente, su afiliados siguen siendo en un 90 % blancos y en 75 % varones. En cuanto a lo que entienden como socialismo, la organización se describe a sí misma como ‘multitendencia’.
Los miembros de DSA obtuvieron buenos resultados en las elecciones del pasado noviembre, pasando de 20 a 35 cargos electos de entre sus filas. El triunfo más llamativo sucedió en Virginia, donde Lee Carter obtuvo un contundente 54 % de los votos en una derrota aplastante de uno de los republicanos más poderosos del Estado, el azote republicano (también conocido como GOP, por Grand Old Party) de la cámara baja de la Asamblea General de Virginia.
Carter, un antiguo marine pelirrojo de treinta años, apenas había oído a hablar sobre socialismo cuando se presentó a las elecciones. (Dice que empezó a leer sobre el tema hace un año, inspirado por Bernie Sanders). Pero aprendió mucho sobre el partido demócrata en el proceso. Afirma que información confidencial sobre su campaña fue filtrada, que el partido le hizo el vacío cuando rechazó dinero de empresas privadas, y el periodista político Patrick Wilson tuiteó el día después de que su elección que "gente dentro del partido demócrata hubiera preferido que no escribiese sobre él. El partido, como los republicanos en Virginia, está estrechamente vinculado al monopolio de la energía, y Carter se plantó ante ello".
Los candidatos como Carter, que destacó por su autenticidad al desmarcarse, se beneficiaron de una unas elecciones inusualmente turbulentas, determinadas más por la identidad que por ideologías. Las “identidades progresistas” tendieron a ganar: tres meses después de Charlottesville, los ciudadanos de Virginia eligieron a un afroamericano como vicegobernador. Una mujer transgénero cuya campaña se centró en el tramo local del trazado de carreteras ganó ante un reaccionario que se centró en la regulación del acceso a los baños públicos, y fenómenos similares ocurrieron a lo largo y ancho de la nación.
En Alabama, el populista Randall Woodfin venció al alcalde en cargo de Birmingham y se convirtió a la edad de 36 años en el alcalde más joven de la ciudad desde 1893. Woodfin, que es afroamericano, fue ayudado por centenares de personas voluntarias que hicieron campaña puerta a puerta y por decenas de miles de mensajes para movilizar al electorado por parte de Our Revolution y el Working Families Party. No está claro qué grado de importancia tuvo la ideología en estos enfrentamientos respecto a la indignación y a la determinación de hacer frente al avance aterrador del Trump. Al jurar el cargo, Woodfin afirmó no tener ningún deseo específico con respecto al presupuesto anual, y que solo quiere que no sea ‘malgastado’.
Ante toda esta conmoción en torno a Trump, el instante, los nuevos grupos que han entrado en escena, o la nueva tecnología, es importante que no perdamos la perspectiva a largo plazo. En noviembre de 2017 demócratas y progresistas de todo tipo celebraron la derrota del republicano Roy Moore y la elección de un demócrata (Doug Jones) como gobernador de Alabama por primera vez en 35 años. Pero garantizar el derecho al voto de los ciudadanos negros en Alabama ha sido un trabajo de generaciones.
Roy Moore fue derrotado en parte gracias al trabajo de 15 años del pastor Kenneth Glasgow, director de The Ordinary People's Society (TOPS), cuyo objetivo es la reintegración de exconvictos y de personas condenadas por delitos menores. Moore, un presunto pedófilo que alababa la esclavitud, perdió por tan solo 22.000 votos. Doug Jones necesito todos y cada uno de los 10.000 exconvictos que TOPS movilizó al voto.
Iniciativas de desarrollo comunitarias: contrapoder de facto
Con una menor cobertura mediática, hay otros tipos de contrapoder que han estado ganando impulso. Con un cariz menos ideológico y a veces explícitamente apolítico, hay comunidades que están respondiendo a la ‘locura’ que ejemplifican sus centros urbanos muertos y la ruina democrática experimentando con toda una nueva gama de instituciones.
Entre muchas de estas experiencias encontramos nuevos modelos cooperativos de pequeña empresa, huertos urbanos, empresas municipales, cesión en uso de terrenos públicos, la municipalización de la energía y de los sistemas de telecomunicaciones, así como formas híbridas de autogobierno.
Lo que estas comunidades están creando, sin apenas usar la palabra, es un cierto tipo de contrapoder de facto que está deshaciendo las desgastadas costuras de la camisa de fuerza que supone el actual modelo económico vertical, que prioriza el beneficio. Además, en el proceso de experimentar, en lugar de esperar a que los legisladores escuchen o lideren, la gente está experimentando lo que es trabajar, vivir, y ejercer ellos mismos su capacidad de liderazgo, juntos, de forma diferente.
Docenas de ciudades y pueblos, entre los que se encuentran Nueva York, Madison, Oakland y Rochester, se invierte dinero público en incubadoras de cooperativas de trabajo asociado. Las cooperativas son proyectos difíciles de consolidar, pero se sabe que reducen la pobreza y crean raíces locales. Con una baja barrera de entrada, los trabajadores propietarios pueden compartir los riesgos y las recompensas y tomar las decisiones en base al principio de un voto por persona.
Las cooperativas también se comprometen a ayudarse mútuamente. En el 2017, la federación de cooperativas de trabajo asociado estadounidense creó un plan de seguro dental para sus miembros. Centros neurálgicos de cooperativas en Baltimore, Los Ángeles y otras ciudades están creando una red de financiación a nivel nacional para ayudar a empresas con problemas a obtener créditos de los grandes bancos.
Los estilos y las aspiraciones de estos experimentos difieren de un sitio a otro, al igual que sus índices del éxito. Lo que todos tienen en común (junto con los socialistas que aspiran a cargos públicos) es su intención de no abordar tan solo cuestiones concretas, sino de enfrentarse a los sistemas que concentran el poder, socavan nuestra democracia, y reducen la calidad de vida de la mayoría de los americanos.
En ocasiones, este tipo de experimentos permiten superar insólitas brechas políticas. Sullivan, un condado de Nueva York donde Trump ganó por mayoría, estaba sumido en un amargo debate sobre si aceptar o no el fracking hasta que sus residentes llegaron a un consenso en torno a la energía solar. Desde hace exactamente un año Heather Brown es la Coordinadora de Sostenibilidad de la recientemente creada Oficina de Sostenibilidad del condado. A mediados de 2018 el Condado de Sullivan obtendrá su energía limpia de una planta fotovoltaica local, y estará en camino de convertirse en su propio generador de energía.
“Los hechos se remontan al año 2008”, dice Brown. “El precio de la factura de la luz, sobre la cual la gente no se había parado a pensar demasiado, empezó a descontrolarse, y la gente empezó a plantearse otras opciones”. “No es una cuestión de izquierdas o de derechas”, dice. “La gente vio una oportunidad para ahorrar algo de dinero, dejar de pagar facturas abultadas a grandes contaminadores, y hacer algo para su medioambiente, que entienden que es la clave del desarrollo futuro de la región”.
El plan de sostenibilidad del condado, que incluye una transición total a la energía solar y la reducción radical de las emisiones, recibió el apoyo unánime de los nueve miembros de la junta del condado, con sendas mayorías demócratas y republicanas. Dick Riseling, principal activista en torno al tema, se ríe. “Generar nuestra propia energía es tan revolucionario como la bombilla”.
La innovación tecnológica está tomando, a casi todos los niveles, una dirección contraria al monopolio. Riseling no pudo poner una mina de carbón en su jardín, pero sí construyó un molino de viento. Brown no pudo poner surtidores de gas en el aparcamiento del condado, pero puede instalar estaciones de carga de vehículos eléctricos. Y esto es justo lo que está haciendo.
El potencial democratizador de las nuevas tecnologías parece condenado a enfrentarse a la consolidación de las grandes concentraciones de poder. Internet es un buen ejemplo de ello. Tres cuartas partes del tráfico de la red, que en su día prometía la liberalización, diversificación y la descentralización de la comunicación, viaja hoy en día a través de tan solo dos portales: el buscador Google y Facebook.
En la última década, el número de líneas aéreas estadounidenses se desplomó a la mitad. Cuatro líneas aéreas, cinco gigantes del sector de seguros médicos, tres cadenas farmacéuticas y cuatro compañías cárnicas controlan el mercado. Una sola compañía, Comcast, controla el suministro de más de la mitad de los abonados al cable y a Internet del país.
Contrapoder no es una palabra que Stacy Mitchell use a diario, pero como directora del Institute for Local Self Reliance es testigo de las luchas que genera por todas partes. “Cuando la gente me pregunta dónde está el movimiento antimonopolio de hoy yo les digo que hay uno, y que está a nivel local”, dice. Cada vez más gente quiere su propia energía, por cuestiones de sostenibilidad y por cuestiones relativas al proceso de toma de decisiones. “Se pueden construir alternativas a pequeña escala”, dice Mitchell, “pero tarde o temprano chocan contra un muro: barreras relacionadas con la legislación”.
Lilian Salerno es una persona entre los escasos demócratas que concurrirá con una plataforma explícitamente antimonopolio en 2019. Salerno dedicó años a desarrollar una aguja para jeringuillas que no supusiera un riesgo para los profesionales de la enfermería, pero cuando intentó venderla a los hospitales descubrió que estos estaban atados contractualmente a un enorme monopolio nacional. Recientemente anunció su candidatura para el 32º distrito del Congreso de Tejas, ocupado durante los últimos once mandatos por el republicano Pete Sessions.
Situado en lo suburbios de Dallas, es uno de los muchos distritos en los que Clinton ganó inesperadamente a Trump, pero que los demócratas no disputaron en las elecciones al Congreso. “No puedes ganar si no lo intentas”, defienden candidatos como Salerno.
Trasladar las iniciativas locales a un nivel nacional va a ser una ardua lucha. No parece que al establishment del partido demócrata le apetezca demasiado llevarlas al siguiente nivel. Lidiar con los monopolios y acabar con los mercados verticalmente integrados fueron cuestiones que recibieron más atención por parte del partido en 2016 (principalmente debido a la senadora demócrata Elizabeth Warren) que en 2017.
Por lo menos 16 senadores demócratas, incluidos la mayoría de potenciales candidatos del partido a la presidencia en 2020 apoyaron una reforma orientada a la universalización de la cobertura sanitaria propuesta por el senador Bernie Sanders en septiembre de 2017. Pero un mes después, el nuevo presidente del Comité Nacional Demócrata, avalado por Clinton, destituyó a delegados clave de Sanders en los importantes comités ejecutivos y de nuevo reglamento, levantando rumores de purga.
“En todo el planeta, los hombres se están rebelando contra los viejos sistemas de explotación y opresión, y de las entrañas de un frágil mundo están naciendo nuevos sistemas de justicia e igualdad”, – Martin Luther King, Más allá de Vietnam, en Riverside Church.
Conectando iniciativas locales con un contrapoder antisistema
Hoy en día los ejemplos más esperanzadores de contrapoder en EEUU están intentando hacer varias cosas a la vez: anclar el poder político en una infraestructura independiente y progresista, usar el mandato público para educar a la gente sobre sus opciones y, simultáneamente, democratizar la economía.
Richmond está situada al otro lado de la bahía de San Francisco, a la sombra de una enorme planta de Chevron, tanto política como ambientalmente. Durante años, el ayuntamiento estuvo en manos de lacayos de la Chevron. Gayle McLaughlin fue miembro fundador de Richmond Progressive Alliance (RPA) en 2003, una plataforma de proveedores de servicio progresistas a nivel local y de grupos de activistas con un interés común en la presentación de candidatos al margen de la interferencia de grandes empresas.
McLaughlin, con un largo historial como activista, pero sin experiencia política previa, dice que le pidieron que se presentara y obtuvo un escaño en el consejo de laciudad el año siguiente. En 2006 fue elegida alcaldesa y posteriormente reelegida una vez más. Cuando terminó su mandato, la ciudad había reducido la tasa de homicidios en un 75 %, el sueldo mínimo se había doblado y había forzado a Chevron a pagar impuestos locales más altos y enormes multas debido a un incendio en la planta que había provocado emisiones tóxicas que habían llegado a algunos barrios de la ciudad.
McLaughlin llamó la atención nacional durante la crisis de las hipotecas cuando amenazó públicamente con utilizar el derecho a expropiar del gobierno municipal para comprar (a precio de saldo) las hiperinfladas hipotecas que grandes bancos ostentaban sobre propiedades embargadas de la zona. Era el tipo de amenaza audaz que solo una alcaldesa con una base consolidada puede atreverse a hacer. McLaughlin tenía esa base, en la Alliance.
Como demostración de lo muy seriamente que se tomaron la amenaza, Chevron dilapidó en el 2014 3 millones de dólares en candidatos que se enfrentaron a la RPA. Perdieron. Mientras la primera empresa personal de la nación (Trump) era elegida presidente, Richmond eligió en noviembre de 2016 a candidatos libres de injerencias empresariales para ocupar cinco de los siete escaños en el Ayuntamiento. Una mayoría absoluta. “En 15 años hemos cambiado por completo el carácter del ayuntamiento”, dice McLaughlin.
La clave de su éxito, dice, es la apertura de las reuniones del consejo para desarrollar la agenda a nivel comunitario, los voluntarios, el papel de activistas no remunerados en la campaña, la organización cara a cara, la rendición pública de cuentas y unas políticas de cambio. “Hablamos de democracia en nuestras elecciones, pero también necesitamos democracia en el lugar de trabajo”, dice McLaughlin.
En 2018 va a presentarse a las elecciones de vicegobernadora de California, posición en la que imagina que podrá continuar abogando, como siempre ha hecho, por una banca pública, las cooperativas de trabajo, la cesión en uso y un sistema de salud pública.
Aunque lo que más le motiva es la oportunidad de hacer campaña y contarle a la gente de todo el Estado sobre el modelo de contrapoder de dentro hacia fuera de Richmond. El sistema electoral independiente de California implica que puede recibir el respaldo de gente de todas las tendencias políticas -demócratas, verdes, Our Revolution, o DSA-. McLaughlin tiene intención de visitar a cada uno de ellos.
“Tener esa voz a nivel nacional [la campaña de Bernie Sanders] ayudó a abrir un espacio”, dice, “pero lo nacional sin lo local, o lo local sin el movimiento, no es democracia”.
Al otro lado del país, en Jackson, Mississippi, Kali Akuno también habla de la función pública como una plataforma para la organización. Con raíces en el movimiento por la autodeterminación negra (el movimiento de base liderado por Malcolm X), Akuno era el jefe de personal del abogado radical Chokwe Lumumba cuando fue elegido alcalde de Jackson en 2013. Ahora está al servicio del hijo de Lumumba, Chokwe Antar Lumumba, que fue elegido poco después de que su padre muriera tras pocos y duros meses en el cargo.
“Nos fijamos mucho en lo que ocurrió en Grecia, en cómo un movimiento social radical fue parado por la Troika. Creo que es parecido a lo que ocurre hoy en Jackson, con los neoconfederados castigándonos por elegir a Chokwe”, dice Akuno.
Lumumba, padre e hijo, deben sus elecciones a la People's Assembly, un foro de educación pública y toma de decisiones que se inspira en la tradición activista afroamericana impregnada de una urgencia contemporánea. Las asambleas locales y regionales prosperaron en respuesta a la incapacidad del gobierno para responder al huracán Katrina.
Esta primavera, las asambleas están formando a la ciudadanía de Jackson sobre ‘presupuestos con perspectiva de los derechos humanos’ en preparación para una elaboración participativa de los presupuestos municipales. El primer alcalde Lumumba ya promovió la contratación pública local, es decir, primando negocios de propiedad negra. Para dar apoyo a más negocios de ese tipo, el Plan Jackson tiene previsto invertir en incubadoras de cooperativas y en la economía solidaria.
Akuno reconoce que el alcalde Lumumba carece del tipo de poder político o económico consolidado del que gozan los herederos del capitalismo de plantación (esclavista), pero lo cierto es que tiene el poder que le otorga el apoyo popular de una población mayoritariamente afroamericana. La pobreza extrema, el desahucio y la falta de atención a sus problemas que sufren los habitantes negros de Jackson (sin mencionar la violencia a los que se les somete) les hace recelar del status quo y estar abiertos a la innovación radical.
Akuno sabe que Lumumba no puede reescribir la Constitución, como hizo el CNA tras el apartheid. “Tenemos que lograr que todas las decisiones clave sean decisiones de masas, con foros públicos en el consejo municipal, asambleas públicas y medios de comunicación públicos”.
“No hay nada, excepto un trágico deseo de morir, que nos impida reordenar nuestras prioridades. No hay nada que nos impida moldear con manos magulladas al recalcitrante statu quo hasta que lo hayamos convertido en una hermandad", dijo King en su discurso "Más allá de Vietnam" en la Riverside Church.
Pasar del contrapoder a un poder transformador
Nos encontramos al inicio de un nuevo momento espléndido, y los progresistas podrían distraerse con facilidad. A las manos magulladas de King les quedan aún muchos golpes por recibir.
En un momento en el que cada vez más ciudadanos estadounidenses pasan a engrosar las filas de una clase obrera precaria, los sindicatos están perdiendo afiliados y peso, así como la capacidad que tenían en el pasado de movilizar a sus miembros a través de la educación política. A pesar de que cada vez más personas están expresando su interés en el socialismo, la municipalización de la energía o los procesos de toma de decisiones colectivos, el poder monopólico es masivo y se encuentra firmemente instalado en manos de las personas que se benefician de él, enormemente bien armadas (tanto política como literalmente).
Aun así, el simple hecho de que haya tanto en juego, desde la economía hasta la seguridad, pasando por nuestra democracia, hace que sea inevitable un reordenamiento.
Los líderes visionarios como Akuno y McLaughlin no idealizan lo local. Akuno no quiere contraponerse al poder; quiere transformarlo. Por el momento, el alcalde Lumumba está decidido a hacer de Jackson "la ciudad más radical de la nación". Un experimento en el vientre de la bestia, ya que si Jackson consigue aumentar la renta y elevar los espíritus, su ejemplo municipal puede convertirse en una ciudad radical “en lo alto de la colina”. Ronald Reagan utilizó con mucho éxito esta vieja metáfora bíblica para abrir la puerta al neoliberalismo. Los revolucionarios estadounidenses están en todo su derecho de reclamar su turno.
Diez años después de la Gran Recesión de 2008, la cuestión de la visión de futuro sigue abierta. Han surgido muchos manifiestos. Y también muchas contradicciones.
Como alcalde de Burlington, en Vermont, Bernie Sanders puso en marcha muchas de las estructuras innovadoras ahora asociadas a la ‘nueva economía’. La contratación pública a nivel local, la conservación de tierras ‘comunitarias’ y las inversiones en la conservación del terreno y en negocios locales en manos de trabajadores, mujeres y minorías. Todo esto son medidas de Sanders, que apenas mencionó en su campaña nacional. En su lugar, se centró en la regulación del Gobierno Federal para contener los intereses empresariales.
En la visión socialista del futuro, ¿debemos desmantelar los negocios y bancos ‘demasiado grandes para caer’, como defiende Stacey Mitchell, o nacionalizarlos o regularlos al nivel nacional, como preferirían los miembros de Our Revolution o DSA?
¿Qué relación tiene el contrapoder en EEUU con el poder militar estadounidense? Y, ¿cómo concibe el movimiento de resistencia de hoy en día, profundamente centrado en lo local, el papel de los EEUU en un mundo futuro? ¿Qué caminos deben tomarse para conseguirlo?
A principios de 2018 actrices famosas invitaron a activistas como sus acompañantes en la ceremonia de los Globos de Oro, con una gran cobertura mediática. De este modo, la campaña Times Up, con base en Hollywood, mostraba su intención de trabajar con mujeres de todo tipo de clases socioeconómicas para abordar el problema del sexismo y la violencia sexual en el lugar de trabajo. Un auténtico movimiento antipatriarcal, multiracial, interclasista y con una amplia repercusión mediática puede construir un poder capaz de aspirar a provocar un cambio cultural.
Pero como bien recordó una de las activistas que participaron, la portorriqueña Rosa Clemente (antigua candidata a la vicepresidencia de EEUU por el Partido Verde), la mayoría de portorriqueños no tenían como ver el espectáculo, ya que meses después del huracán María la mayoría de la población en territorio estadounidense todavía carecía de suministro eléctrico.
En 1967, King describió su discurso en Riverside como una sencilla llamada a la gente a amarse unos a otros, "... a la fraternidad universal, que eleve nuestros intereses vecinales más allá de la propia tribu, raza, clase o nación".
King no tenía ningún manual claramente definido para acabar con la locura, de ahí a que usara la expresión ‘de alguna modo’ como comodín. Tras el mayo del 68, la derecha estadounidense se alió con el patriarcado blanco, evangélico, neoconfederal y neoliberal, promoviendo una imagen de la nación en la que se suponía que los intereses de las empresas y los ricos eran los intereses de todos. Los demócratas apenas ofrecieron alternativas.
Diez años después de la Gran Recesión y tras un año bajo el mandato de Trump, está claro que King tenía razón. Es sencillamente imposible servir a los intereses de los ricos y acomodados sin hacer de la vida de los pobres un infierno. Especialmente, mientras se emprenden costosas guerras contra ideas y otras naciones. Siguen existiendo seductoras ventajas vinculadas a la identidad blanca en la América post-Jim Crow, pero tienen el tiempo contado, dado al cambio demográfico que está teniendo lugar.
Los elementos definitorios de una nueva concepción del poder están emergiendo ya entre los movimientos sociales críticos con el sistema y las iniciativas de base que buscan con la autogestión y la economía solidaria alcanzar objetivos de prosperidad y seguridad.
La izquierda y los progresistas estadounidense tienen la oportunidad de reivindicar sus valores como una visión de futuro para la nación, y de ir más allá del contrapoder para reapropiarse del poder; y es algo que ya están haciendo. Los elementos definitorios de una nueva concepción del poder están emergiendo ya entre los movimientos sociales críticos con el sistema y las iniciativas de base que buscan con la autogestión y la economía solidaria alcanzar objetivos de prosperidad y seguridad.
Nuevas ciudades están intentando crecer en ‘lo alto de las colinas’. Con cada fragmento de organización en torno a la energía compartida, los “comunes” y la cooperación los izquierdistas seculares se acercan cada vez más no solo a medirse con el gobierno, sino también a las palabras de King sobre (¡puaj!) amor y fraternidad. Una buena aportación de los próximos años sería incluir a personas de todos los géneros en la imagen de fraternidad mundial futura.
Traducción: Marta Cazorla
Este artículo forma parte del informe Estado del poder 2018, editado en castellano por Transnational Institute (TNI) y FUHEM Ecosocial
Publicado originalmente en español en El Salto Diario