Epílogo
Laleh Khalili
10 junio 2022
En su prefacio a la primera edición de Los jacobinos negros, el gran historiador y revolucionario de Trinidad y Tabago, C.L.R. James escribió:
En una revolución, cuando la incesante y lenta acumulación de los siglos estalla en una erupción volcánica, la aureola de meteóricas emanaciones y llamaradas forma un caos sin sentido y se presta infinitamente a caprichosas y románticas divagaciones a no ser que el observador las vea siempre como proyecciones del subsuelo original. El escritor ha buscado no sólo analizar las fuerzas económicas del período, sino también presentarlas en su evolución, moldeando la sociedad y la política, moldeando a los hombres en la masa y en su singularidad, moldeando la poderosa reacción de éstos sobre su entorno, en uno de esos raros momentos en que la sociedad está en punto de ebullición y es, por tanto, fluida.
Esta colección de ensayos da cuenta de los movimientos revolucionarios fluidos, cambiantes, frustrados o suspendidos del mundo árabe –desde los primeros levantamientos en 2011, a la ola más reciente de revueltas en los últimos años de la década de 2010. Los análisis incisivos de los autores expresan parte de la imprevisibilidad y fluidez de la que escribía James en forma tan elocuente. Aún es muy pronto para conocer los efectos a más largo plazo de estas olas de revuelta. Rima Majed concuerda con esta opinión en su explicación de los procesos revolucionarios en Irak y el Líbano: “Incluso las revoluciones más célebres no tuvieron lugar sin ciclos de altibajos y tardaron decenios en concretarse”.
El conjunto de estos ensayos deja en claro que los movimientos revolucionarios surgieron en un contexto de intervención imperialista; interferencia regional por parte de Estados contrarrevolucionarios; Estados excesivamente burocráticos que desataron una violencia extrema; la cooptación de los partidos o sindicatos políticos o socioeconómicos organizados; la degradación ambiental; el abandono de la población a su propia suerte a través de la explotación y austeridad; y la aplicación de estrategias divisivas a nivel nacional e internacional para fragmentar a la población.
La intervención externa es un tema subyacente en todos los artículos. En ocasiones esta intervención se da en la forma del Consenso de Washington, que a nivel internacional impuso programas de austeridad y liberalización económica –como se observa en los artículos de Hanieh, Amouzai (sobre Marruecos) o Bassiouny y Alexander (sobre Egipto). La intervención también puede ocurrir a través de tratados de libre comercio con socios más ricos. Ben Khelifa describe la devastación de la industria textil en Túnez después de que el Gobierno de Ben Ali firmara un acuerdo de asociación con la Unión Europea. A menudo, la interferencia económica regional –frecuentemente de los Estados contrarrevolucionarios del golfo Pérsico, ricos en petróleo, pero pobres en escrúpulos– puede destruir a las economías locales. Los análisis de Hanieh y Ziadah de los planes de “desarrollo” de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos en Yemen, Egipto y otros países y la discusión de Alneel sobre la venta de tierras cultivables sudanesas a Estados del Golfo son otros aspectos de la intervención extranjera por parte del capital regional. Las incursiones militares y las guerras, tanto activas como frías, también han configurado gran parte de la historia reciente de los Estados árabes: ya sea que se trate de las guerras habituales de los Estados Unidos contra Irak y sus intervenciones en coalición con otros Estados aliados, la guerra civil en el Líbano, el conflicto inminente entre Marruecos y el Sáhara Occidental, los ataques de Israel contra los países árabes vecinos, las despiadadas contrainsurgencias internas de diversos Estados, la cifra incalculable que los Estados árabes gastan en equipamiento militar o las crecientes intervenciones de los Estados del Golfo para impedir una ola de movimientos revolucionarios.
En todos estos Estados, los gobiernos poscoloniales escleróticos han adoptado muchas características de los antiguos regímenes, como aparatos burocrático y de seguridad y métodos de dividir (para conquistar) a su población rebelde. Estos Estados representan a la burguesía nacional sobre la que Frantz Fanon nos advertía de manera tan urgente, como nos lo recuerda Hamouchene. El método de control más habitual de estos Estados es la utilización de las diferencias etnoculturales y regionales como arma y la transmutación de estas diferencias en estructuras políticas y económicas duraderas, que no solo generan conflicto, sino que, lo que es más importante, se vuelven conductos para nuevas modalidades de explotación capitalista. La división de las poblaciones en sectas (véase el artículo de Majed sobre Irak y el Líbano); la violencia contra minorías vulnerables (por ejemplo, la violencia del Estado marroquí contra las poblaciones amazigh y saharaui, analizada por Amouzai); la creación de minorías favorecidas (como demuestra Munif en el caso de Siria); la polarización entre las fuerzas seculares e islamistas (mencionada en varios de los ensayos); y el efecto devastador de los conflictos entre regiones y agrupaciones en Libia y Yemen (sobre lo que escribe Ziadah) son todas partes de este proceso.
Otro argumento perspicaz que plantean todos los autores es que los Estados cada vez más autoritarios participan plenamente en redes de acumulación capitalista en todo el mundo. El vínculo de estos Estados con el imperio estadounidense puede variar. Ya sea retóricamente contra el imperio estadounidense (como Hanieh demuestra de manera transparente en el caso de Siria y Libia) o defendiendo a capa y espada su alianza con los Estados Unidos y Europa, estos Estados se han vuelto completamente permeables a la destrucción del capital global y el abandono organizado de la población y el medio ambiente que caracteriza al capitalismo catastrófico reciente.
Las bases de donde surgieron estos movimientos revolucionarios tienen más semejanzas que diferencias. Se han topado con una gran cantidad de obstáculos de dentro y fuera, en ocasiones debido a las propias debilidades de los movimientos, y en todos los casos debido a que las fuerzas reaccionarias de la región y fuera de ella se han esforzado de manera resuelta para coartar a estos movimientos mediante el uso de una serie de estrategias –dentro de las cuales la violencia es muy habitual. Las hermosas y poderosas ilustraciones de Fourate Chaha captan parte de la esperanza y la violencia de estos momentos revolucionarios, lo que C.L.R. James denomina “la fiebre y el temor” de esta conyuntura.
En estos ensayos observamos que las revueltas han movilizado a diferentes categorías de poblaciones: campesinos del Rif en Marruecos y trabajadores de fábricas en Egipto (en los análisis de Amouzai y Bassiouny y Alexander); mujeres en las plazas de Irak, el Líbano, Sudán, Túnez y otras partes alejadas (como demuestran Zahra Ali, Rima Majed y Muzad Alneel, entre otros); y estudiantes y jóvenes desempleados en Siria, Argelia, Marruecos y Túnez (como describen Munif, Hamouchene y Ben Khelifa). Junto a tácticas más conocidas de protesta callejera, paros y huelgas generales, las formas innovadoras de disidencia han caracterizado a estas olas sucesivas de protestas: apropiación de espacios públicos y plazas (en casi todos los casos); bloqueos de carreteras (en Túnez, el Líbano e Irak); sentadas en el desierto (en Túnez); protestas rurales (en Marruecos y Siria); y ayuda mutua a través de panaderías comunitarias fuera del control estatal (en Manbij, Siria).
La conquista de espacios públicos ha sido especialmente crucial en estas revueltas y, por lo tanto, no resulta sorprendente que los regímenes autocráticos se hayan mostrado entusiastas en cerrar estos espacios y poner fin al acceso y control público de ellos. La pandemia de COVID-19 contribuyó a ello. Las medidas epidemiológicas y de cuarentena han funcionado históricamente como forma de ampliar el dominio del Estado sobre la salud pública, pero también de intensificar sus aparatos de seguridad. Incluso si hacemos a un lado las desigualdades mundiales que han quedado de manifiesto por el apartheid mundial de la vacuna, hemos sido testigos de cómo se ha utilizado a la pandemia como coartada para adoptar cierres fronterizos draconianos, ampliar los poderes policiales, profundizar la vigilancia y recolección de datos y sacar a la población de las calles. De hecho, se utiliza cualquier excusa para ampliar el poder de la policía y aumentar la militarización. En este sentido, resulta pertinente un pasaje de Frantz Fanon citado por Hamouchene:
En esos países pobres, subdesarrollados donde, por regla general, la mayor riqueza se da al lado de la mayor miseria, el ejército y la policía son los pilares del régimen. Un ejército y una policía que […] están aconsejados por expertos extranjeros. La fuerza de esa policía, el poder de ese ejército son proporcionales al marasmo en que se sumerge el resto de la nación”
Sin embargo, los autores de estos artículos también señalan las deficiencias internas de los movimientos: la ausencia de sindicatos independientes en algunos países ha provocado la fragmentación de las fuerzas revolucionarias y una clase trabajadora difícil de movilizar de manera coherente y decisiva. Los partidos políticos fosilizados y conciliadores, por un lado, la falta de liderazgo de los movimientos (o su acefalía) y su carácter a menudo transitorio, por otro, han impedido el surgimiento de movimientos políticos robustos, densos y duraderos que puedan resistir ataques. En ocasiones, las protestas han cuestionado el sectarismo al invocar un nacionalismo estrecho, en otras se han opuesto a los islamistas en el poder mediante el apoyo de facciones autocráticas. En algunos casos, las consignas liberales contra la corrupción han ocultado las desigualdades estructurales y las injusticias económicas que caracterizan las formas cotidianas de explotación capitalista. En ocasiones se ha respondido a la incompetencia y la venalidad de estos Estados mediante un llamamiento a gobiernos tecnocráticos, en lugar de democráticos. Y una y otra vez, la violencia ha caracterizado las respuestas de los Estados a la furia y los reclamos populares.
Ante las restricciones contrarrevolucionarias de la protesta tanto desde dentro como desde fuera, los autores señalan algunos espacios de posibilidad. Las conflagraciones espontáneas imprevistas han sido fundamentales en iniciar estas olas sucesivas de protestas. Como señalan todos los autores, los agravios económicos siempre han estado en el centro de las luchas, que a menudo han adoptado una forma política. La materialidad y la necesidad del pan; el reclamo de empleo, igualdad económica y responsabilidad política; el grito afligido y furioso contra el saqueo de los recursos de los países árabes por parte de capitalistas a nivel nacional y en el extranjero, muestran una vía posible hacia el futuro. Hay un creciente reconocimiento de que la explotación capitalista no solo destruye a las comunidades y las clases trabajadoras, sino que ahora también configura las estrategias de muchos movimientos del Sur global.
Quizá la sugerencia más esperanzadora de todos estos ensayos sea un llamamiento a solidaridades regionales e internacionales. La solidaridad con los pueblos atrapados bajo las bombas de sus propios regímenes y de los regímenes intervencionistas externos, la solidaridad con el pueblo palestino y con los movimientos emancipadores del mundo entero es fundamental para la lucha prolongada contra el capitalismo y su comité ejecutivo, el Estado autoritario. Hamouchene se basa en la obra de Fanon sobre Argelia –y en la vida del propio Fanon– para recordarnos que en un mundo interconectado, donde las redes del capital nos enredan más allá de las fronteras, las formas de solidaridad también deben ser transfronterizas y transregionales. Debemos aprender los unos de los otros, conectar nuestras luchas entre sí y, mientras somos conscientes del modo en que los movimientos emancipadores tercermundistas de la década de 1960 fueron atacados, cooptados y domesticados, debemos inspirarnos “en esta esperanza insurgente y aplicar su perspectiva internacionalista al contexto actual” (Hamouchene).