ESTADO DEL PODER 2017

El activismo en el Antropoceno

organizar culturas de resiliencia

Kevin Buckland

La realidad biológica, química, social y política en la que vivimos todos los seres humanos está cambiando nuestro planeta y nuestra cultura de forma exponencial. Es el Antropoceno: una nueva época geológica caracterizada por el impacto crítico de las actividades humanas en los sistemas de la Tierra.1 A la vez que se transforma el mundo físico de nuestro entorno, los movimientos por el cambio social también deben evolucionar si desean lograr la integridad estructural capaz de sobrevivir a las olas, los vientos y las guerras venideros.


Me topé con el movimiento por la justicia climática en algún lugar entre la resistencia a la guerra de Iraq y el darme cuenta de que a cualquier movimiento le vendría bien un tipo que hacía buenas pancartas.

Como dinamizador cultural, me encontraba en una posición interesante, porque, como me dijo un colega: “No tienes poder, pero todo el mundo quiere trabajar contigo”. En la última década, esta posición me ha llevado a muchas partes diversas y divergentes del movimiento global por la justicia climática: desde cumbres de las Naciones Unidas a ocupaciones de tierras rurales indígenas; desde grandes encuentros con jóvenes organizados para compartir habilidades a conferencias académicas; desde coaliciones de ONG convencionales a ocupaciones de colectivos anarquistas.

Ha sido una época transformadora, tanto para mí como para el naciente movimiento por la justicia climática; de hecho, a menudo parecía que estábamos llegando a la mayoría de edad al mismo tiempo.

Como dinamizador cultural, me daba cuenta de la diversidad de culturas organizativas en las que participaba, y cómo esas distintas estructuras afectaban el trabajo que puedo hacer.

Lo que me ha llamado la atención como trabajador cultural es no solo cómo la mayoría de los movimientos desprecia o ensalza el trabajo cultural tanto como el capitalismo establecido, sino el poco tiempo que los movimientos dedican a cultivar de manera consciente las culturas divergentes y a entenderse como actores culturales.

Dentro de nuestros propios movimientos, he constatado tanto la igualdad revolucionaria como las rígidas jerarquías militaristas patriarcales. Con el tiempo, he empezado a ver mi trabajo de manera distinta, menos como artista y más como parte de una cultura en construcción como forma de acercarse a la organización.


La palabra ‘apocalipsis’ procede del griego apokaluptein, que significar ‘revelar’. Conforme el mundo se enfrenta a crisis ecológicas exponenciales y progresivas, veremos qué estructuras tienen la capacidad de funcionar a la misma escala que la crisis climática y sobrevivir en el Antropoceno.

Este es un llamamiento a toda persona que trabaje por el cambio social en la edad de la crisis climática para que se pare y examine cómo trabajamos juntos, en vez de en qué trabajamos.

Si nuestro movimiento de movimientos debe resistir tormentas, inundaciones e incendios, necesitamos abordar nuestras propias incoherencias con el fin de no abrir fisuras en los puntos débiles de nuestras estructuras.

Seamos claros en cuanto a nuestro legado cultural; las estructuras organizativas que sobrevivan en el Antropoceno podrían ser las que escriban el próximo capítulo de la historia humana.

¿El activismo de siempre?

Es momento de hacer balance de la realidad. La temperatura del planeta ha aumentado en 1,2 grados centígrados, y más calentamiento está ya encerrado en nuestro ecosistema global. Los científicos predicen que dos tercios de los animales salvajes se habrán extinguido en 2020.

Cada uno de estos factores causará acontecimientos en cadena imprevisibles y sin precedentes, en una escala nunca vista en la historia humana. Las tierras de cultivo se están desertizando a medida que los incendios incontrolados liberan más dióxido de carbono a la atmósfera, las comunidades costeras se rendirán, se abandonarán y no se podrá garantizar su seguridad, y la acidificación de los océanos ya está generando reacciones en toda la cadena alimentaria global.

Los tres años de sequía que precedieron al pico en el precio de los alimentos y la desestabilización de Siria nos han dejado entrever el desafío que supone la mera supervivencia en un planeta más inhóspito.

Busquemos un momento para tomar conciencia de la incomodidad de estas reflexiones. Acostumbrémonos; no nos va a abandonar. El resto de nuestras vidas se verá afectado cada vez más por una galopante desestabilización política y ecológica de escala inimaginable.

En los escenarios más optimistas, puede que el cambio climático se pueda revertir a la larga, pero no se podrá evitar. El cambio es inevitable y ya ha llegado.

Para que nuestros movimientos prosperen y sobrevivan, necesitamos profundizar en un cambio cultural de largo plazo que pueda mantener unida a la humanidad en los siglos venideros.

Sin embargo, aunque la crisis no se puede evitar, la catástrofe sí. El tema fundamental de la gravedad del Antropoceno será cómo los seres humanos nos organicemos en este terreno imprevisible y hostil. Como tal, el Antropoceno se puede entender no como un problema, sino como un contexto: es el mundo que hacemos y en el que habitaremos. La interiorización de este hecho permitirá a los movimientos construir la resiliencia que nos prepare para la futura desestabilización.

Para que nuestros movimientos prosperen y sobrevivan, necesitamos profundizar en un cambio cultural de largo plazo que pueda mantener unida a la humanidad en los siglos venideros.

Este es el desolado contexto en el que los movimientos globales por el cambio necesitan detenerse, estudiar los valores implícitos en su propia cultura organizativa y abordar las contradicciones actuales entre valores y estructura. Militar sin reflexionar en un mundo en el que impera el ‘activismo de siempre’ refleja la ceguera neoliberal de los ‘negocios como de costumbre’.

Sin embargo, aunque las corporaciones transnacionales ya no niegan el cambio climático, y se articulan como parte de la solución, muchos ambientalistas ‘luchan’ todavía contra el cambio climático como si se pudiera vencer.

Por ejemplo, un lema popular del movimiento global por la justicia climática ― ‘cambio de sistema, no de clima’― ilustra el falso dilema en el que parece estar atrapado el movimiento. Aunque este lema fue originalmente útil para impulsar cambios sistémicos en la sociedad, ahora debe evolucionar para reconocer un mundo futuro en el que será imposible evitar el cambio climático.

El verdadero trabajo que hay que hacer es examinar la relación entre ‘cambio de sistema’ y ‘cambio de clima’, en vez de intentar asegurar el triunfo del uno sobre el otro. Si el cambio climático es inevitable, también lo es el cambio del sistema; esto plantea grandes oportunidades para los movimientos en el Antropoceno, pero también grandes desafíos.

Si nuestros movimientos deben tener la integridad estructural para prosperar en esta realidad trastocada, debemos crear coherencia entre la forma y la retórica, entre los valores y las estructuras, y reconocer la diferencia profunda entre la mera articulación y la verdadera representación de estos valores.

Esto ya está ocurriendo y, a medida que los movimientos en el Antropoceno empiezan a habitar su política, dejan de ser movimientos de protesta diversos para aspirar a convertirse en una verdadera fuerza revolucionaria que articule y promulgue una alternativa cultural al capitalismo global.

Organización descentralizada en una vanguardia global

Fuimos un millar de personas las que entramos en la mina de lignito y rodeamos las máquinas. Estábamos nerviosos; la policía podía llegar desde cualquier lugar.

Fue Ende Gelände, una acción directa en masa organizada horizontalmente en torno a un ‘consenso de acción’. Estábamos organizados en una estructura escalable que había crecido exponencialmente en los últimos años: parejas de ‘colegas’ que se juntaron para formar grupos de afinidad, grupos de afinidad que se juntaron para formar ‘secciones’, y ‘secciones’ que formaron bloques.

Hoy éramos cuatro bloques y 5000 personas.

Todos teníamos un objetivo común, pero cada ‘grupo de afinidad’ actuó autónomamente dentro de los parámetros del consenso de acción.

Cerrar una mina de carbón es un proyecto colectivo, no importa quién entra, solo que entre el número suficiente de personas para parar las máquinas.


La crisis climática está teniendo lugar a la vez que surgen nuevas herramientas para la comunicación descentralizada; estas han transformado los modos en los que nos organizamos e impulsan la ‘cultura’ del activismo hacia nuevos escenarios, creando nuevas formas de disrupción y protesta. Esta descentralización tecnológica está redefiniendo el alcance de cómo resistimos y nos organizamos, no solo de a qué oponemos resistencia.

Una nueva generación de activistas ha llegado a la mayoría de edad en las rebeliones locales de la Primavera Árabe, el movimiento de indignados del 15M en España, el movimiento Occupy estadounidense que luego se hizo global, el parque Gezi en Turquía, el Euromaidán en Ucrania, la Revolución de los Paraguas en Taiwán, la Nuit Debout en Francia, y muchos otras.

Esta es una generación de soñadores radicales convocados por desconocidos a participar en las asambleas de los parques y las plazas mediante plataformas descentralizadas de comunicación. Existe un entendimiento de que las ideas y propuestas pueden proceder de cualquiera y de cualquier parte.

Con esta descentralización del poder, hay infinitamente más espacio para la experimentación y la innovación conforme personas diversas experimentan colectivamente con lo que tiene éxito y lo que se puede replicar. En una cultura conectada a escala global, las nuevas formas pueden propagarse rápidamente para facilitar el enriquecimiento mutuo y la mutación, fusionando nuevas tácticas con las culturas principales de resistencia.

De esta manera, el movimiento por la justicia climática evoluciona gracias a nuevas formas digitales descentralizadas de organización, insistiendo cada vez más en que la ‘vida real’ siga estos modelos horizontales. En contraste con esto, muchas grandes organizaciones tradicionales conservan todavía tácticas unidireccionales convencionales con el fin de conseguir el cambio social: la concentración, la marcha, la petición, etcétera.

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Un ejemplo reciente de esto ha sido la aparición del formato de los Climate Games, un “juego de acción de desobediencia digital y no digital” descentralizado y dependiente de los grupos de afinidad que traslada el activismo de masas a la edad digital. Con origen en Ámsterdam como una estrategia de acción directa, los Climate Games evolucionaron hasta actuar en torno a la Conferencia sobre el Cambio Climático celebrada en París, la COP21, organizada por la Convención Marco de las Naciones Unidas (CMNUCC).

Los atentados terroristas que habían tenido lugar en París en noviembre de 2015 trastocaron radicalmente los planes que se habían organizado en torno a la conferencia, dando una idea de lo que será la organización en un futuro desestabilizado. La mayoría de los planes centralizados diseñados por la Coalición del Clima y otras organizaciones convencionales se desecharon o simplemente fracasaron.

Pero, a pesar de la disrupción, los Climate Games lograron completar más de 200 acciones, como el bloqueo de minas de carbón, ocupaciones de bancos, tomas de radiofrecuencias, interrupción de discursos y bastantes grafitis realizados por lobos solitarios.

Selj Balamir, uno de los organizadores de los Climate Games, señaló: “Nos dimos cuenta de que las grandes organizaciones tienden a desmoronarse cuando reciben un sobresalto. Con un grupo de afinidad pequeño, puedes revisar los planes tomando un vinito por la tarde”.

Los Climate Games tuvieron éxito, en parte, debido a la coherencia entre la retórica y la forma, algo de lo que carecen los enfoques convencionales de la organización de masas. Acerca del éxito de las acciones directas, Balamir añadió: “Se consigue haciendo política en las redes; es desobediencia ejercida entre iguales y la prueba de que somos una convergencia rica y diversa de movimientos que se apoyan, y no solo la afirmación de que ‘somos un gran movimiento climático’”.

El formato de los juegos del clima ha demostrado que se puede replicar, como vemos con la acción reciente sobre el TTIP: Game Over que tuvo lugar en Bruselas y que implicó a más de 500 personas con la participación de 50 grupos distintos en acciones descentralizadas por toda Europa. Si el movimiento por la justicia climática lucha por conseguir comunidades autónomas, descentralizadas y resilientes, estas mismas estructuras deben hacer tejido con sus propias tácticas mediante la construcción coherente entre táctica y política, resistencia y resiliencia, protesta y prefiguración.

La cultura organizativa del movimiento por la justicia climática se encamina hacia la transformación a medida que las principales organizaciones ―al entender la gravedad de las crisis actuales― abogan cada vez más por la desobediencia civil y la acción directa.

La desobediencia debe entenderse como algo más que una táctica que se puede utilizar esporádicamente; es también una decisión política que conduce a una política empoderadora de autonomía.

Esta tendencia es inspiradora, puesto que se convierte en una política personificada basada más en la acción que en el discurso o en la incidencia política convencional basada en los grupos de presión. Pero la desobediencia debe entenderse como algo más que una táctica que se puede utilizar esporádicamente; es también una decisión política que conduce a una política empoderadora de autonomía. Al acordar infringir la ley de forma colectiva, los grupos manifiestan su propia capacidad y legitimidad para definir lo que es y debe ser legal, al crear y poner en práctica nuevos acuerdos y normas con sus propias reglas.

Sin embargo, para muchas organizaciones convencionales, la organización de la desobediencia revela una paradoja estructural. Organizar acciones directas es un evidente llamamiento a desobedecer. Pero ¿cómo puede cualquier organización pedir coherentemente a las personas que desobedezcan otras estructuras de poder si exigen obediencia dentro de sus propias estructuras jerárquicas? ¿Abogan dichos grupos por desobedecer a una jerarquía en particular o a cualquier jerarquía como forma de poder? ¿Trabajan activamente los grupos por un ‘cambio de sistema’? ¿O solo buscan cambiar a las personas que gestionan el sistema actual?

Quizá haya llegado el momento en el que los movimientos demanden sistemas organizativos cooperativos, participativos e inclusivos en los que los objetivos se determinen y acuerden de forma consensuada; de esta manera, a nadie se le obliga a ‘obedecer’.

La diversificación y descolonización de las narrativas

Ninguno de nosotros predijo que se pudieran producir los atentados de París. Aquella sola noche hizo volar por los aires nuestros planes organizativos, acabando con los meses de negociación y compromiso que habían mantenida unida una frágil pero amplia coalición.

Los grupos necesitaban mantener la relevancia del clima en el contexto de un ‘Estado de emergencia’ fuertemente militarizado. El resultado fue que la mayoría de las ONG añadió la muletilla ‘… ¡y paz!’ al final de sus lemas, pero esto parecía ser algo irrelevante teniendo en cuenta los sentimientos en la calle.

En la fría mañana en la que debía haber tenido lugar la mayor marcha en defensa del clima de la historia europea, un grupo internacional de activistas indígenas de base se reunió delante de la sala de conciertos Bataclan ―el principal objetivo de los atentados― y celebró una emocionante ceremonia de sanación, con el fin de visibilizar las conexiones entre los atentados y el cambio climático.

Dallas Goldtooth, de la Red Ambiental Indígena, afirmó: “Nosotros, como comunidades de primera línea afectadas, estamos bastante familiarizadas con la tragedia, y entendemos qué significa sufrir una gran pérdida”. La violencia no les hizo descarrilar porque se alineaba con su visión del mundo.

Este reconocimiento tuvo su efecto, y un vídeo corto de esta pequeña ceremonia se convirtió en el primer reportaje viral de la Cumbre.


La tecnología descentraliza el relato de las historias y moviliza el poder, lo que lleva a un gran incremento en el número de comunidades e individuos que pueden contar, compartir y desarrollar sus propias historias en una nueva dimensión.

Este cambio ha favorecido lo que ocurre en los márgenes, a medida que los grupos más pequeños y transformadores perfilan con más eficacia narrativas más amplias para los movimientos. En los últimos años, grupos indígenas y de primera línea han desempeñado un papel consecuente al contar y crear sus propias historias, impulsando un discurso profundamente radical desde los bordes hacia el núcleo de la cultura dominante del movimiento global por la justicia climática.

Junto con la comprensión creciente del poder y el privilegio por parte del movimiento, y “siguiendo el ejemplo de las personas más afectadas”, esta tendencia ha transformado su política.

La experiencia indígena y de primera línea, poseedora de siglos de lucha en defensa de cosmovisiones diversas, influye también en cómo el movimiento por la justicia climática entiende la escala y la cronología de organizar los temas climáticos, y actúa como un poderoso imán que atrae el discurso dominante del movimiento hacia un profundo análisis del sistema y el cambio duradero.

Tal visión del mundo ―que sitúa la crisis actual dentro de una profunda historia de injusticia estructural― puede proporcionar lo que el neoliberalismo no ha podido dar: una visión coherente del mundo que se alinea con la realidad.

Sin embargo, aunque los movimientos convencionales trabajan cada vez más para hacer oír las voces de primera línea, se ha visto repetidamente que la gran tensión entre las estructuras de movimientos horizontales y organizaciones jerárquicas les ha incapacitado para dedicarse a un trabajo de vanguardia solidario y con sentido.

Existe una contradicción estructural en el hecho de que las organizaciones que funcionan de arriba abajo intenten apoyar la organización de abajo arriba. Lo que caracteriza a las jerarquías es precisamente la falta de autonomía individual, ya que las decisiones se centralizan y se hurtan a las personas directamente afectadas o que hacen el trabajo, mientras que el apoyo valioso del trabajo de primera línea exige precisamente lo contrario: seguir el ejemplo de las personas más afectadas.

En términos prácticos, esto exige cuestionar una larga historia de imperialismo y privilegios indisputables, con el fin de descentralizar y compartir el poder.

Tales reajustes estructurales son necesarios no solo por responsabilidad histórica, sino porque la resistencia indígena prueba que no solo ‘otro mundo es posible’, sino que ‘otros mundos ya existen’, desafiando el monocultivo del capitalismo global neoliberal. Winona LaDuke, de Honor the Earth, explica,

“Alguien de nuestra comunidad indígena dijo que la diferencia entre los blancos y los indios es que estos últimos saben que están oprimidos, pero no se sienten desvalidos. Los blancos no se sienten oprimidos, pero sí impotentes. Se trata de deconstruir la sensación de falta de empoderamiento. Parte de la mitología que se nos ha enseñado es que no tenemos poder. El poder no es fuerza bruta ni dinero; el poder está en el espíritu, en el alma. Es la herencia de nuestros ancestros, lo que nos legaron nuestros mayores. El poder se encuentra en la tierra, en nuestra relación con la tierra.”

Una visión del mundo recíproca, profundamente conectada con la historia y la naturaleza, podría cambiar y sanar la herencia imperialista y extractivista de los movimientos convencionales liderados por blancos.

El Antropoceno significa que nos veremos azotados cada vez más por la confluencia de crisis naturales y humanas; o se abordan el racismo, el sexismo y el imperialismo, o estos se agravarán. Si perdemos la oportunidad de construir colectivamente una narrativa cohesionada que coloque a todos estos sistemas en el mismo contexto compartido, no podremos extinguir los incendios uno a uno.

Mientras sigamos divididos, no seremos lo bastante fuertes. Necesitamos construir movimientos acumulativos y no competitivos. Si el movimiento por la justicia climática toma en serio su propia retórica de ‘liderazgo de las personas más afectadas’, la sanación y la descolonización deben empezar dentro de nuestros propios movimientos

Este peso descolonizador no puede cargarse sobre los hombros de las personas oprimidas; son las personas privilegiadas las que necesitan deconstruir y democratizar su propio poder. Si no nos implicamos intensamente en este trabajo cultural interno, crearemos un nuevo conjunto de problemas conforme ‘resolvamos’ la crisis climática.


Al mismo tiempo que estábamos congregados frente a la sala de conciertos Bataclan, otra delegación de activistas indígenas internacionales estaba luchando en las calles de Londres. No luchaban contra la policía, sino contra Avaaz y los organizadores de la Marcha del Clima de Londres, que habían invitado a las comunidades de primera línea a liderar la marcha.

Cuando aparecieron con una pancarta que rezaba ‘Todavía luchando contra el CO2lonialismo: vuestras ganancias con el clima matan’, los organizadores de la marcha se pasaron el resto del día intentando minimizar su presencia, colocando grandes figuras de animales junto a ellos, tratando de impedir que marcharan e incluso llamando a guardias de seguridad privada.

Una ‘carta abierta de los integrantes de The Wretched of the Earth’ a los organizadores de la marcha narraba la experiencia:

“Sin embargo, nuestro acuerdo parecía ceñirse a que solo representáramos nuestras etnicidades ―quizá mediante el atuendo, la canción y la danza― para proporcionar la foto protocolaria y permitiros poner la equis en vuestra estrecha casilla de diversidad.

El hecho de que habláramos de nuestra causa con nuestras propias palabras causó una gran consternación: pensasteis que nuestro mensaje descolonizador y antiimperialista no era consecuente con el espíritu de la marcha. Para garantizar nuestra posición al frente de esta, nos pedisteis que diluyéramos el mensaje para hacerlo ‘aceptable’”.

Las culturas del cuidado

Cuando los vientos del huracán Sandy amainaron, se visibilizó una profunda desigualdad. Las personas que contaban con medios para escapar de la destrucción, lo habían hecho. Las que carecían de ellos, no tuvieron más elección que quedarse.

El movimiento Occupy, muy criticado por su falta de reivindicaciones, tenía ahora una demanda clara: mantener viva a la gente. Con una estructura descentralizada escalable incorporada al ADN del movimiento, #OccupySandy se presentó antes de que retrocedieran las aguas de la tormenta.

Cuando entré en el centro de #OccupySandy en una iglesia de Clinton Hill, en Brooklyn, pregunté cómo podía ayudar y me señalaron una enorme montaña de bolsas de basura negras apiladas en el rincón que necesitaban ordenarse y redistribuirse.

Empecé a abrir las bolsas, intentando poner orden en el caos, de forma que los artículos más necesitados ―abrigos, mantas, gorros y calzado― pudieran distribuirse primero.

Llegaban nuevos envíos a cada poco. Otras personas voluntarias me preguntaban cómo podían ayudar y durante las siguientes ocho horas transformamos los montones de bolsas en un almacén de suministros de emergencia ordenado con esmero. Empaquetamos todo y se hicieron envíos a Staten Island, Far Rockaways, Redhook y lugares más lejanos en vehículos prestados que todavía tenían combustible.

Encima de nosotros colgaba una pancarta que ponía ‘Apoyo mutuo, no caridad’.

Cuando finalmente me fui de la iglesia, otras personas ocuparon mi lugar. La urgencia requirió autonomía descentralizada; todos tuvimos que tomar decisiones y se confiaba en que lo hiciéramos lo mejor posible. Pasaron casi dos semanas antes de que viera aparecer por allí a alguna organización gubernamental.


La crisis climática refleja no solo una crisis física, sino también social y espiritual. Para ser eficaces en el Antropoceno, debemos trabajar de forma coherente en todas las escalas a la vez: dentro de nosotros mismos, dentro de nuestros grupos, dentro de nuestras comunidades y dentro de nuestro ecosistema global.

El creciente individualismo del capitalismo moderno ha dañado profundamente nuestra capacidad colectiva de responder a cambios, y muchos activistas reaccionan a la urgencia de la crisis climática superando sus propios límites. Esto ha llevado a un agotamiento continuo que ha recortado sensiblemente la vida activa de la primera generación de activistas climáticos, paralizando la capacidad del movimiento para acumular conocimientos vivenciales.

La crisis climática refleja no solo una crisis física, sino también social y espiritual.

Constatamos la tendencia hacia el ‘activismo sostenible’, desde lo individual hasta lo colectivo, conforme más movimientos y organizaciones entiendan que su salud personal y colectiva es fundamental para el impacto a largo plazo de su trabajo.

Se ha llegado a esta conclusión después de haber tratado el trauma que puede surgir a partir de la acción directa y la violencia física de la represión del Estado. El debate se ha extendido más allá de la sanación de los traumas personales hacia la comprensión del trauma colectivo que todos hemos padecido a través de siglos de capitalismo, patriarcado y colonialismo.

Este proceso de descolonización se puede ver como resistencia y resiliencia, como sanación y sabotaje, que pueden deconstruir un sistema tóxico desde dentro en vez de huir o luchar contra él como si fuera un enemigo externo.

El hecho de reconocer que somos parte del problema y la solución proporciona un entendimiento complejo pero realista del mundo que nos rodea; la sanación es tanto interna como externa; el sabotaje, tanto individual como colectivo.

El interés que encierra el trabajo reparador surge en un momento en el que la agricultura regenerativa y el cultivo sostenible están redefiniendo cómo los humanos perciben su relación con la Tierra, reformulando el impacto humano como una fuerza potencialmente positiva para la salud de los ecosistemas y restituyendo sus relaciones simbióticas e interdependientes.

Este enfoque en una salud colectiva interna y profunda es un paso importante para un movimiento que ha sido tradicionalmente muy bueno a la hora de articular las miles de cosas contra las que lucha, pero no de proponer una alternativa convincente que aborde el capitalismo global. Al dirigirse a Occupy Wall Street en el parque Zuccotti, la escritora y activista Naomi Klein declaraba:

“El cambio climático significa que debemos actuar dentro de un plazo. Esta vez, nuestro movimiento no puede distraerse, dividirse, quemarse ni dejarse llevar por los acontecimientos. Esta vez tenemos que triunfar… Hablo de cambiar los valores subyacentes que gobiernan nuestra sociedad…

Es lo que veo en esta plaza. En la forma en la que os alimentáis, os calentáis, compartís información libremente y proporcionáis cuidados médicos, clases de meditación y formación en empoderamiento.

Mi letrero favorito aquí dice ‘Me preocupo por ti’. En una cultura que entrena a la gente para que evite la mirada del otro, para decir ‘que se mueran’, esta es una declaración profundamente radical.”

Un proyecto que ha tenido mucho éxito en la promoción de la cultura del ‘activismo sostenible’ se encuentra en un valle aislado al pie de los Pirineos españoles. Desde hace años, el centro de retiro Eco-Dharma, inspirado en la ecología, ofrece talleres que “empoderan a personas y comunidades para seguir un camino en el que la implicación social comprometida va de la mano de la transformación personal radical” y ha formado a miles de activistas de toda Europa, muchos de los cuales ya ofrecen sus propios cursos e incorporan la ecología en sus propias prácticas.

Eco-Dharma ha tenido tanto éxito no solo gracias al contenido de sus talleres, sino también gracias a su aproximación holística y calmada frente al activismo. Tales alternativas pausadas quizá no estén tan presentes, pero es en este sotobosque fértil donde se plantan las semillas del mañana.

Al cambiar el enfoque del trabajo productivo del activismo… hacia el trabajo reproductivo del cambio cultural, el activismo avanza… hacia experiencias transformadoras personales y colectivas reales.

Este enfoque intenso en el trabajo de los procesos es fundamental cuando el activismo empieza a cuestionar la adopción del ‘productivismo’ latente en muchos movimientos activistas occidentales.

Al cambiar el enfoque del trabajo productivo del activismo, la comunicación y la incidencia política hacia el trabajo reproductivo del cambio cultural, el activismo avanza más allá de la puesta en escena para un público específico (una casta política, los medios de comunicación dominantes o el público en general) hacia experiencias transformadoras personales y colectivas reales.

Para hacer esto, quizá debamos mirar a la extrema derecha, que en los últimos años ha tenido mucho más éxito que los movimientos de ‘protesta’ en lo que se refiere a hacer efectivo un cambio radical.

En una Gran Bretaña post-Brexit y con un Donald Trump (en el momento de redacción de estas líneas) como comandante en jefe electo de las mayores fuerzas armadas del mundo, el fracaso de la izquierda política quizá pueda deberse a su incapacidad de proporcionar una visión atractiva de un futuro justo y habitable como parte de una narrativa coherente de cambio radical.

Sin una visión clara en este mundo tumultuoso, no sorprende que la gente mire hacia atrás para un futuro que sea ‘grande de nuevo’. Sin embargo, si hemos de crear esta visión y evitar el culto a la personalidad del populismo, el radicalismo de izquierdas deberá ser un proceso de implicación antes que un programa político.

Al reinterpretar el cambio social como un proceso de relaciones, los movimientos pueden empezar a encarnar un futuro alternativo caracterizado por una cultura del cuidado y modelar nuevas formas de relaciones extracapitalistas.

En una época de crisis climática, esta cultura del cuidado asume una dimensión global y la necesidad del cuidado colectivo y el ‘apoyo mutuo, no caridad’ ―como se articuló en #OccupySandy― se plasmarán en cada crisis ecológica venidera. Con el giro hacia el activismo sostenible, los movimientos están empezando a ‘ser el cambio que desean ver en el mundo’.

Advertencia: las jerarquías pueden tener efectos secundarios no deseados

Constaté un gran cambio cuando la ONG para la que estaba trabajando, que había sido fundada por un grupo de amigos, intentaba ‘profesionalizarse’ a medida que crecía y se convertía en un actor global del movimiento climático.

Me rompió el corazón ver la dirección que tomaba. La jerarquía creó un departamento de Recursos Humanos que, sin ser personas procedentes de los movimientos por el cambio social, abordaron el proyecto de gestionarnos con una eficiencia neoliberal.

La decisión de crear el departamento ilustró la falta de confianza en la horizontalidad que tiende a caracterizar a las personas a la cabeza de las estructuras del poder. Este nuevo departamento aplicó unos cambios drásticos, incluida una revisión anual de rendimiento para determinar si uno seguía o no en la organización, y con qué salario.

La sensación de inseguridad que provoca la precariedad se instaló en la organización y el personal dejó de expresar sus quejas, ya que se sentía menos seguro en sus puestos.

De repente, el debate abierto y público sobre cómo debía llevarse la organización se individualizó y ocultó. Se pidió a los trabajadores que presentaran sus quejas a título personal ante Recursos Humanos, que se ocuparía discretamente de dirigirlas a quien debiera oírlas.

De esta manera, este departamento burocrático invisibilizó completamente las frustraciones organizativas, hasta que todo el mundo se sintió solo en sus sentimientos. El resultado fue la pérdida de todo espacio colectivo de organización horizontal descentralizada en torno a nuestras propias estructuras; todo tenía que canalizarse a través de la jerarquía.

El activismo basado en los resultados se convirtió en el indicador de referencia para evaluarnos, reforzando la necesidad de resultados a corto plazo por encima del del trabajo más lento, pero más profundo, del movimiento. La gente empezó a temer hablar de sus fracasos, y se ralentizó el aprendizaje en la organización.

La ‘cultura del cuidado’ se había trasladado de los trabajadores a una jerarquía organizativa despolitizada y totalmente burocrática. En vez de comprender la cultura de la organización como el eje central de su proyecto político, nuestra capacidad de desarrollar colectivamente maneras de trabajar se relegó a un departamento que no consideraba la propia estructura como una elección política.

Para el departamento de Recursos Humanos, la jerarquía constituía el modo en el que se hacían las cosas. El departamento llevó a cabo procesos de consulta con los empleados sobre temas como el permiso por maternidad, las vacaciones, etcétera, , pero los trabajadores y las trabajadoras nunca tomaban las decisiones finales y el tema de la estructura organizativa no aparecía en ninguno de los formularios de Google. Cualquier estructura en la que una persona deba pedir permiso a quienes el poder para cuestionar ese mismo poder está atrapada en su propia trampa.


A medida que los movimientos globales entienden la profundidad de la crisis a la que nos enfrentamos y, por tanto, los profundos cambios necesarios, observamos una brecha entre los grupos que solo defienden o articulan una crítica cada vez más sistémica y los grupos que trabajan para expresar, modelar y poner en práctica el cambio sistémico a través de sus culturas organizativas.

Las jerarquías cambian lentamente, no son escalables y fallan en momentos de crisis. Muchas culturas organizativas de los movimientos representan más el mundo que queremos desmantelar que el que queremos crear: estructuras jerárquicas rígidas, ciclos de planificación de corto plazo, culturas de exceso de trabajo y competitividad.

Las jerarquías crean la paradoja tradicional de cualquier sistema de poder: las personas que son capaces de hacer cambios estructurales son las que menos ganan al hacerlo, creando marcos en los que la situación de un trabajador o una trabajadora depende de complacer, en vez de cuestionar, a las estructuras de poder dominantes dentro de una organización.

Tales estructuras organizativas convierten a las organizaciones jerárquicas de estructura asalariada en una fuerza muy conservadora dentro de los movimientos globales. Esto es importante porque las cantidades ingentes de dinero, acceso y capacidad que estas organizaciones aportan a los movimientos globales actúan como un poderoso contrapeso que condenan a los movimientos al ‘activismo de siempre’ en vez de desarrollar todo su potencial transformador.

Sin embargo, muchas de estas mismas organizaciones pregonan que se necesitan sistemas de energía descentralizados y controlados por los trabajadores y usuarios, cooperativas de energía, y acciones de desobediencia. ¿Cómo se pueden defender con coherencia sistemas descentralizados, democratizados y autónomos sin plasmar también estos mismos valores?

¿Cómo se pueden defender con coherencia sistemas descentralizados, democratizados y autónomos sin plasmar también estos mismos valores?

Las organizaciones como 350.org y otras ‘grandes verdes’ llenan cada vez más un nicho importante en los movimientos globales con la creación de oportunidades y espacios que atraen a nuevos activistas mediante campañas de participación y formación, e intercambio de habilidades y recursos. Pero a medida que algunas de las ‘grandes verdes’ movilizan los inmensos recursos de que disponen para orientar su labor a la colaboración con los movimientos, es importante que se reconozcan y aborden las diferencias profundas en sus estructuras.

Si una organización jerarquizada declara en su sitio web ―como lo hace 350.org― que ‘Estamos construyendo un movimiento climático global’, es importante tener una visión clara de cómo se organizará dicho ‘movimiento climático global’, porque es preciso insistir en las diferencias entre los modelos organizativos. Si esas organizaciones pretenden comprometerse sinceramente con los movimientos sociales, necesitan alimentar las estructuras organizativas democráticas que mejor reflejen e interactúen con las estructuras escalables de los movimientos.

Una prioridad inmediata para todos los organizadores de movimientos debería ser el proceso de alinear las estructuras internas para reflejar los valores acordados. El primer paso es cuestionar los supuestos subyacentes de la organización, permitiendo que se debata sobre su propia estructura. Si las estructuras a través de las que los grupos toman decisiones no pueden cuestionarse, ¿cómo pueden los grupos crear algo que no sea un simple cambio superficial?

En términos prácticos, se pueden iniciar conversaciones con los compañeros de trabajo: ¿deberían las personas que trabajan en la organización votar al director ejecutivo? ¿Debería acordarse el presupuesto anual colectivamente? ¿Cómo debería decidirse cuántas horas se trabaja? Hacer estas preguntas puede convertir a los grupos de apoyo de las organizaciones de cambio social en comunidades intencionales que encarnen el cambio social y cultural real.

La responsabilidad de conseguir el cambio estructural no reside solo en las personas que ejercen el poder; es más bien el deber urgente de los propios trabajadores dentro de estructuras jerarquizadas reconstruir, remodelar y crear juntos la sociedad en la que trabajan.

Este trabajo interno no debe verse como independiente del trabajo del cambio transformador, ya que mantener estructuras no creadas por sus usuarios es mantener una cultura de opresión.

Cambio climático como cambio cultural

“ …igual que muchas máquinas se autorreajustan, recuperando la configuración original después de un corte de luz, los seres humanos pueden reajustarse para abrazar valores altruistas, comunitarios, imaginativos y con recursos después de una catástrofe, algo que sabemos ya cómo hacer. La posibilidad del paraíso ya reside en nosotros como el valor por defecto.”

Rebecca Solnit, A Paradise Built in Hell: The Extraordinary Communities That Arise in Disaster


En un momento en que el mundo se interna en los siglos venideros de inestabilidad exponencial política y ambiental, los movimientos de cambio social deben mirarse ―individualmente y como movimiento de movimientos― con el fin de empezar a solucionar las innumerables injusticias estructurales que se manifiestan como cambio climático, y forjar nuevas relaciones con nuestra tierra y entre nosotros dentro de nuestras propias estructuras de resistencia.

Este proceso requiere introspección y un análisis no solo de nuestras herencias culturales personales, sino también la necesidad urgente de curar las estructuras tóxicas heredadas dentro de nosotros y nuestros movimientos. Las personas que trabajan por el cambio social tienen la responsabilidad de implicarse de forma activa en la organización de culturas que democraticen la justicia ante las crisis venideras.

Los movimientos no son solo espacios de resistencia, sino también incubadoras en las que ya se están experimentando y probando las culturas futuras.

Los deseos de nuestros movimientos de fomentar futuros alternativos ―alentando soluciones democráticas, prefigurativas y descentralizadas― pueden en realidad tener menos que ver con paneles solares y huertas comunitarias que con la alimentación de culturas escalables y organizadas democráticamente que se puedan compartir con aliados, voluntarios y socios bajo formas que mejoren el acceso a la autonomía a medida que avanzamos juntos hacia un futuro exponencialmente tumultuoso.

Las transformaciones profundas de los movimientos globales en el Antropoceno apuntan a una cultura de movimientos que madura hacia un lugar en la historia en el que se desarrolle su política y que desde diversos movimientos de protesta se transforme en una fuerza revolucionaria global.

Pero hasta que nuestros movimientos no encarnen verdaderamente la política que articulan, solo arañaremos la superficie de los profundos cambios que necesitamos desesperadamente.


Traducción: Christine Lewis Carroll

SOBRE EL AUTOR

Kevin Buckland es un artivista que se ha pasado los últimos nueve años trabajando con diversos actores del movimiento por la justicia climática global, principalmente como coordinador artivista global de 350.org entre 2009 y 2015. Ha trabajado para elevar el papel de las artes y los artistas dentro del movimiento por la justicia climática, ayudando a activistas a trabajar con más éxito con artistas y viceversa, ayudando a artistas a definir mejor su estrategia de compromiso social. Como escritor, se ha autopublicado “Breathing Gezi”, un relato de primera mano de la ocupación del parque Gezi en Estambul, Turquía, y ha publicado numerosos blogs y ensayos en 350.orgredpepper.org.ukcounterpunchtreehugger.comEjolt Report y otros. Se le puede seguir en Twitter: @change_of_art e Instagram: @coloresamor

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